Como dice el proverbio japonés, el que monta un tigre corre el riesgo de no poder bajarse nunca. La expresión se usa para describir situaciones incómodas, sin salida aparente, como la que hoy vive Alberto Fernández en medio de una cuarentena que ya es de las más largas del planeta. ¿Cómo salir del aislamiento que agota a los argentinos sin pagar un costo incalculable en contagios y muertes? ¿Cómo seguir montado al feroz tigre sin destruir los ingresos y la supervivencia económica de millones de ciudadanos? Ninguna de las dos alternativas que se le presentan al Presidente es buena, con lo cual solamente le queda elegir el mal menor, si supiera cuál es.
En el principio de la cuarentena, cuando Alberto se montó a ella, su imagen se disparó en las encuestas. Era el patriota que velaba por la salud de sus gobernados y retaba en público a los “vivos” que seguían paseándose por las calles y poniendo en riesgo a todos. Pero, con el correr de las semanas, ese espíritu malvinero de todos unidos tras una causa común se fue diluyendo. Apareció la malaria, el encierro se convirtió en bronca y desgaste, y las encuestas comenzaron a reflejar esa nueva realidad: el tigre dando saltos cada vez más peligrosos y Alberto sin poder desmontarse de él.
Cualquiera sea la decisión que tome el Presidente cuando lleguemos a la nueva fecha a la que estiró el aislamiento, el 8 de junio, deberá meditarla con cuidado. Volver la cuarentena a fojas cero significaría suicidarse en términos sanitarios. Pero alargarla en las actuales condiciones cuasi militarizadas tampoco parece la solución. Ojalá acierte.
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