Saturday 15 de March, 2025

OPINIóN | 07-03-2025 06:06

Milei a sus anchas en el mundo de Trump

El líder libertario se aferra a su ídolo norteamericano. Cómo logró exportar la idea de la motosierra. Elon Musk, la tercera pata.

Luego de muchos años en que los políticos de países de cultura occidental procuraban hacer creer que eran buenas personas que respetaban las normas vigentes y estaban dispuestas a dialogar amablemente con quienes no compartían sus opiniones, el mundo democrático ha entrado en una época muy distinta. Con rapidez desconcertante, se ha puesto de moda lo que podría llamarse la sinceridad brutal de la que el exponente principal es Donald Trump. Impresionados por el éxito del norteamericano bravucón que se divierte hablando pestes de sus adversarios, sobre todo si están en dificultades, miles de hombres ambiciosos y algunas mujeres en Europa, América latina y otras partes del planeta están tratando de emularlo. Uno es Javier Milei.

Para regocijo de los libertarios, hace menos de una semana Trump aseguró al mundo que Milei es “un gran líder” que “está haciendo un trabajo fantástico” en que salvó a la Argentina de la extinción como país. Puesto que en aquel momento Milei corría peligro de perder piezas de la armadura conceptual que durante más de un año lo había protegido de sus muchos enemigos, habrá tomado la intervención de Trump por la llegada de la Séptima de Caballería. Espera que los técnicos quisquillosos del Fondo Monetario Internacional presten la debida atención a lo dicho por “el hombre más poderoso del mundo”. Es probable que lo hagan, pero por ser Trump un personaje tan divisivo y tan polémico, contar con su respaldo entusiasta podría ocasionarle muchos problemas en los meses y años venideros.   

¿A qué se debió el cambio abrupto del clima político mundial que ha dejado aturdidos a quienes no lo vieron acercándose? A las deficiencias manifiestas del orden que está desintegrándose ante nuestros ojos. La Argentina dista de ser el único país que parecía haberse acostumbrado a la hegemonía política y cultural de una “casta” hipócrita y voraz cuyos integrantes vitalicios dominaban un dialecto supuestamente progresista y que privilegiaban sistemáticamente sus propios intereses corporativos. Algo muy similar sucedió en Estados Unidos, Canadá, Australia, Europa  y, desde luego, el Japón y Corea del Sur. Hoy en día, escasean las sociedades en que no esté cobrando fuerza una rebelión contra el statu quo. Por desgracia, no hay motivos para suponer que el eventual triunfo de los rebeldes sirva para inaugurar un período prolongado de convivencia pacífica.

Puede que en algunos lugares el repliegue de “la casta” tenga consecuencias positivas al permitir que se lleven a cabo reformas necesarias en países, como Estados Unidos y muchos en Europa, que se han endeudado hasta el cuello. Es lo que sucedería aquí si, como parece ser el caso, la mayoría realmente ha llegado a la conclusión de que el rigor fiscal es preferible a la alternativa y que sería políticamente suicida negarlo.

Ha sido gracias a su voluntad de reducir el gasto público a un nivel sostenible que Milei ha adquirido tanto poder que puede darse el lujo de fustigar a cualquiera que se anime a discrepar con él, abrumándolo de insultos pueriles que en otros tiempos le hubieran costado el apoyo de la mayor parte del electorado. Así las cosas, Milei debería rezar para que sus rivales más agresivos sigan aferrándose al facilismo económico; de difundirse la convicción de que el grueso de los dirigentes estaría resuelto a manejar las finanzas nacionales con más responsabilidad que en el pasado, perdería el monopolio de una ventaja que tantos beneficios le ha reportado. Al fin y al cabo, entiende muy bien que su supremacía actual, como la de Trump, es consecuencia de una larga serie de fracasos ajenos.

Por ahora, Milei, autor de su propio culto a la personalidad, se siente invulnerable. No hay indicios de que su papel en “el criptogate” lo haya perjudicado mucho; felizmente para él, se trata de un asunto tan críptico, involucrando un “producto” financiero inasible, que muy pocos lo entienden muy bien, aunque el que, según se dice, ciertos personajes de reputación dudosa pudieran charlar con él a cambio de dinero sí amenaza con causarle tantos dolores de cabeza como seguirán haciéndolo sus esfuerzos denodados por incorporar al cuestionadísimo juez federal Ariel Lijo a la Corte Suprema.   

Como Trump en Estados Unidos, Milei se cree facultado por su triunfo electoral para subordinar absolutamente todo a sus antojos. Convencido como está que su propio futuro, y aquel del país, dependerán de su capacidad para mimetizarse con el hombre fuerte norteamericano, no vaciló un instante en abandonar a su suerte a su “amigo” ucraniano Volodimir Zelensky. ¿La lealtad? Es una cuestión de prioridades; a juicio de Milei, congraciarse con Trump vale mucho más que el destino de un país lejano del que no sabe nada pero que, hasta ayer no más, merecía su solidaridad por razones publicitarias.

¿Están en lo cierto Trump, Milei y otros al dar por descontado que, hasta nuevo aviso, la política interna nacional e internacional se verán dominada por nada más que los intereses particulares de un puñado de protagonistas, y que por lo tanto pueden pisotear sin remordimientos a los coyunturalmente más débiles? Es posible, si bien en tal caso el futuro será aún más sombrío de lo que, hace poco, preveían hasta los profetas más lúgubres de desastres por venir, pero no hay nada escrito. Puede que hayan pecado de ingenuidad los persuadidos de que, a pesar de reveses esporádicos, la civilización continuaría avanzando sin que ellos mismos tuvieran que esforzarse, pero esto no quiere decir que sea razonable resignarse a un mundo dominado por personajes como Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping.

Por lo pronto, los únicos dirigentes que parecen resueltos a defender lo rescatable del “orden basado en reglas” que Trump quiere tirar al basurero son aquellos líderes europeos, entre ellos la italiana Giorgia Meloni, que, indignados por la forma gansteril en que el norteamericano, flanqueado por el vicepresidente J.D. Vance, atacó a Zelensky ante las cámaras televisivas de medio mundo cuando celebraban una reunión en la Casa Blanca, le aseguraron que seguirían apoyando a Ucrania en su esfuerzo por repeler a los invasores rusos.

¿Estarán los europeos en condiciones de hacerlo?  Sólo si quienes están a cargo del Reino Unido, Francia y, sobre todo, Alemania reconocen que en adelante el continente en que nació la civilización occidental tendrá que valerse por sí mismo y aceptar que, como señala el primer ministro polaco Donald Tusk, “es absurdo que 500 millones de europeos pidan a 300 millones de estadounidenses que los defiendan de 140 millones de rusos”. Mal que les pese a los habituados a gastar fortunas en bienestar social y aludir melosamente a sus propios sentimientos pacifistas, tendrán que impulsar con vigor inusitado sus industrias armamentistas y aumentar muchísimo el tamaño de sus fuerzas militares, además de tomar muy en serio los problemas causados por el colapso de la tasa de natalidad de la población nativa y la importación, para remplazar a los no nacidos, de decenas de millones de personas de culturas y creencias religiosas que les son ajenas y, en algunos casos, abiertamente hostiles.

Trump y quienes lo rodean parecen convencidos de que Europa está moribunda y están actuando en consecuencia, pero puede que sea prematuro su obituario; después de todo, es factible que, gracias al desprecio que sienten y su negativa a continuar brindándole protección contra sus enemigos, han puesto en marcha cambios que le permitan recuperarse de los daños  psicológicos y sociales que en décadas recientes se ha infligido a sí misma.  

Para la Argentina, lo que está ocurriendo es significante. De ampliarse la brecha que separa a Europa de Estados Unidos, ya no se tratará sólo de esperar que la relación comercial con China no enoje demasiado a los estrategas en Washington, sino también de tomar en cuenta las posibilidades planteadas por la presencia de un tercer bloque cuya economía, a diferencia de la norteamericana, le es complementaria.

 Sin acceso al gas y petróleo rusos y conscientes de que los Estados Unidos de Trump se ha convertido en un socio económico poco confiable, los europeos tienen buenos motivos para invertir muchísimo dinero en la Argentina. ¿Se les opondrían los norteamericanos? Trump no intenta disimular su voluntad de disciplinar a los europeos, aplicándoles aranceles punitivos con el propósito de forzarlos a obedecer sus órdenes, de suerte que extrañaría que no pensara en hacer valer una versión comercial de la Doctrina Monroe para disuadir a europeos deseosos de probar suerte en un país gobernado por su “presidente favorito”.

Trump es amigo de la conflictividad. Quiere que el mundo sea un teatro de guerra darwiniano en que, para citar al ateniense Tucídides, “los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”. Lejos de sentirse satisfecho con lo que ya ha logrado, el ultranacionalista norteamericano está resuelto a aprovechar el poder que ha conseguido para castigar a los reacios a arrodillarse ante él. Creerá que le habrá beneficiado aquel episodio vergonzoso en que maltrató en público al presidente de un país de dimensiones medianas que, para conservar su independencia, está luchando con tenacidad admirable contra una potencia militar llamativamente mayor, pero la verdad es que, para todos salvo sus partidarios más fanatizados, sirvió de advertencia sobre lo que podría sucederles a menos que sean capaces de defenderse de sus zarpazos. 

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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