Friday 29 de March, 2024

POLíTICA | 16-10-2013 15:39

Zannini manda, Máximo influye y Boudou sonríe

El triángulo que maneja la transitoria acefalía presidencial mantiene las apariencias del poder. Cómo los sobrepasa la lucha sucesoria.

Con el correr de las horas, la tesis empezó a disiparse. Pero mientras Cristina Fernández era internada y sometida a rigurosos estudios pre quirúrgicos, más de un funcionario admitió en privado que la Presidenta podría aprovechar el debilitamiento de su salud, y la oportunidad de tomarse un tiempo alejada de la política, para no volver al poder.

Ciertos espíritus conspirativos que la rodean marcan, desde hace un tiempo ya, los picos de esa secuencia alucinada: renuncia, elecciones anticipadas, triunfo de la "derecha" (Daniel Scioli, Sergio Massa o Mauricio Macri, no importa quién) y regreso en el 2019.

En otras palabras: Cristina tendría la coartada médica para zafar de un trámite sucesorio que le resultará muy difícil de digerir. La sola especulación estremece. La justificación, en cambio, revela la verdadera naturaleza de los funcionarios que rodean a CFK: “Una personalidad tan emotiva como la que tiene ella tendrá que lidiar con una derrota electoral más o menos categórica (el 27 de octubre) y el debilitamiento inevitable del Gobierno en los próximos dos años, pero con el agregado de tener que afrontarlo con una salud frágil”, se alarmó, por ejemplo, uno de los varios ministros que no habían sido anoticiados el fin de semana -previo a la evacuación del coágulo- del verdadero estado presidencial.

En ese sentido, el secretario Carlos Zannini fue selectivo y tabicó la información, sobre todo a quienes recelan de su influencia en el entorno de Cristina, como Julio de Vido.

El resultado: en varios despachos de la Casa de Gobierno y del ministerio de Economía reinó, a partir de ese lunes 7, la incertidumbre y cierto pánico. “¡Qué buen momento para que nos gobierne (Amado) Boudou!”, se le escapó a otro ministro, irónico y casi resignado a la “mala suerte” de las enfermedades K.

Él sí había sido citado al despacho más concurrido del momento, el de Zannini. “Ahora se nos van a animar todos; hay que admitirlo: estamos de salida”, dramatizaba a la vez un secretario del área económica, escéptico incluso ante un eventual sentimiento de “compasión” por Cristina que pudiera revertir el sentido del voto de octubre.

A PRIMERA FILA. Máximo pasó casi todos los días al lado de su madre durante la operación.

“La Presidenta va a volver y tratará de mostrar que está intacta y dispuesta a redoblar la apuesta, pero la verdad es que el proyecto ya está a media máquina, y no solo por culpa de su salud”, hizo catarsis uno de los principales líderes sociales que apoyan, como diría Cristina, al Frente de la Victoria “por izquierda”. Un émulo de aquel voto al Frejuli setentista por el atajo del FIP de Jorge Abelardo Ramos, evocado por la Presidenta recientemente.

Peronismo a futuro. Los testimonios en caliente pusieron al desnudo el internismo oficialista. El abatimiento de aquellos dirigentes sobrepasados por la velocidad de la transición hacia “otro peronismo”. Y la resignación, por el aparente “simulacro” de poder total por parte de una Presidenta objetivamente disminuida. La operación en la cabeza de Cristina agudizaba el escenario, pero el proceso sucesorio está instalado en el centro de la política.

Ni el respetuoso y prudente Daniel Scioli se privó de asociar el pasado con Cristina y al futuro con él mismo: “Ella nos ha marcado el camino del futuro, de esta década de recuperación y crecimiento, tras la cual viene una gran década de desarrollo, si somos capaz (se le deslizó la primera persona del singular) de cuidar estos logros y construir un futuro mejor”. El gobernador, regresado abruptamente antes de las PASO al redil cristinista, prometía, en realidad, una década superadora de la “ganada”, pero con “desarrollo”, no solo con “crecimiento”.

Cristina nunca dejó de redoblar la apuesta, pese a transitorias derrotas o golpes. No habría que esperar entonces que decaiga dentro de 15, 30 o 45 días. Tras la derrota electoral del 2009, por ejemplo, ella se atribuyó, e impuso, la estrategia del “vamos por todo”. Después de la inesperada muerte de Néstor Kirchner, en octubre del 2010, la popularidad presidencial se habría disparado, según los sondeos de Poliarquía de la época, de un modesto 36% al 55% en menos de un mes.

La viuda, enlutada desde entonces, sola, aprovechaba el sentimiento colectivo de solidaridad con el dolor para conquistar, un año después, el 54% de los votos. Al poco tiempo, el 25 de enero del 2012, reaparecía exultante e hiperactiva después de otra vulnerabilidad, la traumática operación de tiroides y del fallido diagnóstico de cáncer. Otra vez se proponía “profundizar” la gestión de su marido: acentuó la agresividad de su relato contra las corporaciones -el Grupo Clarín, la Corte Suprema de Justicia o los banqueros internacionales y locales- y fue reemplazando los anteriores aliados, como la CGT de Hugo Moyano, la UIA de José Ignacio de Mendiguren o la Adeba de Jorge Brito, por los cuadros bien pagos de La Cámpora y la militancia barrial de Unidos y Organizados. En ella residía todo el poder. La única conducción. Todo desarrollado al mismo tiempo, a un ritmo vertiginoso.

Desde el 2010, Zannini actuó de sustituto psicológico y político de Kichner. Y sus afanes (o fantasías) de “estratega” político los ejerció a través de Máximo Kirchner, el hijo presidencial, a quien el oficialismo sindica como “jefe” de La Cámpora pero que no pasa de ser un calificado influyente a la hora de llenarle la cabeza a la Presidenta. Un líder forzado, condicionado por la herencia y arrinconado por el presente familiar.

Entre los dos forman teóricamente la “última línea”, la verdadera retaguardia, el mayor y único soporte político de la Presidenta. Tienen mucho en común: bajo perfil, cero ostentación, odio mediático e "inteligencia" propia, a cargo de otro cordobés clave del entorno, Héctor "Pichi" Icazuriaga, precisamente director de la Secretaría de Inteligencia.

Boudou sin quorum

Amado Boudou, el motoquero. Su último paseo por las calles de Río Janeiro fue interrumpido por la urgencia médica presidencial.

Ante esa concentración de poder, no hay vicepresidente que resista. La sola e inevitable circunstancia de que un hombre como Boudou -en vías de ser procesado por enriquecimiento ilícito y violación de los deberes de funcionario público- tuviera que hacerse cargo de la Presidencia, movilizó al cristinismo de paladar negro.

"Fue el peor error y lo pagaremos siempre", exageró en su momento el propio Zannini. De hecho, antes de la llegada de Cristina a la Fundación Favaloro, ya había sido apartado de la campaña electoral bonaerense. En estos días no lo dejan estar en la Casa de Gobierno más tiempo del mínimo necesario para coordinar agenda con Oscar Parrilli o recibir las directivas de Zannini. Está obligado a volver todo el tiempo a su despacho alterno en el Banco Nación. Le suspendieron los futuros actos de campaña en los que él se había incluido en reemplazo de la Presidenta. Y el secretario legal, sin rodeos, lo intimó: "No hace falta que hables, si querés sonreir, sonreí, pero dejá que la política la hagan los demás".

Así como para ella hubo un antes y después del falso cáncer, habrá otro trazo grueso en su vida luego de la trepanación de su cráneo. Probablemente renacerá otra vez. Quizás más vulnerable y menos hiperactiva. En su entorno, todos se interrogan. ¿Qué elegirá de ahora en más: ¿el realismo o el simulacro? El creativo diputado ultra K, Carlos Kunkel, quiso ahuyentar cualquier presunción de futura "ingobernabilidad" con una frase un poco demasiado concluyente: "Cristina no es imprescindible". Su anterior juego de palabras había sido: "Boudou al Gobierno; Zannini al poder". Una humorada apuntada, paradójicamente, a descartar cualquier reemplazo del Ejecutivo.

Ésta es una versión adaptada de una nota publicada en Revista Noticias edición 1920. Para adquirir la versión completa hacé click aquí, o encontrala en los principales quioscos del país. 

por José Antonio Díaz

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