La Biblioteca Nacional, obra del genial arquitecto Clorindo Testa, es uno de los edificios porteños con más amantes y detractores. Su estilo brutalista reivindica el valor estético de los materiales constructivos, fundamentalmente el hormigón, un material que contrasta con otros edificios de la zona, de arquitectura clásica francesa. Históricamente funcionó un bar desangelado a sus pies, que hoy ha cobrado nueva vida en el canchero Invernadero.
Su ambientación –cemento alisado y sillas metálicas– está lejos de ser acogedora para los lectores, pero su aislamiento del ruido lo convierten en un oasis urbano. Durante el día hay una atractiva carta de cafetería, con huevos, platos de fruta y buena panadería y pastelería; además de ensaladas, tartas y hamburguesas (muy sabrosa la de cordero) para la hora del almuerzo. De noche, cuando la biblioteca cierra y se encienden sus luces, empieza la fiesta.
Tiene una barra surtida pero la especialidad es el gin tonic, el trago perfecto para el verano, servido en una modalidad única: tirado. Tanto el gin como la tónica fueron creados especialmente para la casa, y la mezcla se encuentra almacenada en barriles con canillas como las de cerveza. Una vez dentro del copón con hielo, el trago se termina con una variedad de hierbas, frutos y pétalos de flores. Cada gin tonic está inspirado en un autor y obra literaria. Así, Edgar Allan Poe inspira El Cuervo, con jengibre y romero quemado; Julio Cortázar el Casa tomada, con pétalos de rosa y pepino; y Borges El Sur, con yerba mate y eucalipto. Hay además tragos con gin (Negroni, Martini, Gimlet, etc.) y la opción de pedirlo customizado con gins y tónicas del mundo.
La carta de la noche es de tapas y logra una buena armonía con el trago estrella. Mollejas con papas rotas, ceviche de salmón y langostinos, y los pintxos de pollo Tandoori (marinado en leche de coco, cilantro, cúrcuma y jengibre), son algunos de los favoritos. También hay postres, como el trío de chocolate (trufa, marquise y helado). De 18 a 20 hay Happy Hour.
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