Nihon Hidankyo. organización japonesa de sobrevivientes de bombas atómicas (AFP)

El fantasma de un holocausto nuclear

La importancia de que, en un tiempo signado por el peligro nuclear, haya recibido el Nobel de la Paz una agrupación de sobrevivientes de las bombas atómicas de 1945

La anciana taciturna que describió Akira Kurosawa en su conmovedora “Rapsodia en Agosto” describía con sus silencios, quietudes y perplejidades lo que ocurrió en Nagasaki. A sus nietos les costaba entender a esa “obaasan” (abuela) que podía pasar días enteros sin decir una palabra y mirarse en silencio a los ojos durante horas con una amiga que también vivió aquel 9 de agosto. Finalmente lo entendieron.

La sobreviviente protagónica en la película del gran cineasta japonés, vivía en las afueras de la ciudad hacia la que corrió en busca de su marido, cuando estalló la segunda bomba atómica. Eso la convirtió en una testigo del infierno. Igual que Yoshito Matsushige, el fotógrafo del diario de Hiroshima que desayunaba para ir a su trabajo cuando estalló la primera bomba.

Como vivía en Midori-cho, un barrio que distaba tres kilómetros del “hipocentro”, pudo sobrevivir a la explosión. Cuando recuperó la visión tras el estallido cegador que lo arrojó contra la pared y le hizo sentir cientos de agujas atravesando su cuerpo, tomó su bicicleta, su máquina y un rollo de 24 fotos. Pero sólo pudo tomar siete desde que llegó al puente Miyuki y vio los cadáveres que flotaban sobre el río Ota, donde muchos se arrojaron para huir del aire quemante pero murieron hervidos en las aguas que ardían como lava, encontrando luego a muchas colegialas incineradas y una madre que le decía “abre tus ojos” al bebé carbonizado que llevaba en brazos, entre tantas otras postales desoladoras que lo paralizaron de horror.

Yo era un joven periodista que, al comienzo de la última década del siglo XX, pudo entrevistar a Matsushige en Hiroshima, la ciudad donde retrató gente que se derretía como velas. Más que sus palabras, fueron sus silencios y esa mirada que parecía estar viendo las escenas que vio el día de la bomba, las que me transmitieron el infierno del que fue testigo aquel 6 de agosto.

El existente Matsushige y la imaginaria obaasan de Kurosawa eran hibakusha: sobrevivientes del holocausto nuclear. Y el único fotógrafo que retrató Hiroshima el día del estallido y mostró al mundo el infierno en siete fotos, integró Nihon Hidankyo, la organización que recibió el Nobel de la Paz 2024.

Nihón significa Japón en el idioma japonés, y quiere decir “donde nace el sol”. Hidankyo significa “zona de impacto”, o lugar donde se produjo la explosión. Nihon Hindakyo es la organización creada en 1956 por sobrevivientes de las bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki, a las que se sumaron las víctimas de las pruebas nucleares realizadas entre 1966 y 1975 en los atolones de la Polinesia francesa. El compromiso que tienen es transmitir a la humanidad la vivencia horrorosa de las explosiones atómicas.

Al otorgarle a esa organización la máxima distinción referida a la paz mundial, el Comité Nobel visibiliza uno de los dos mayores riesgos que corre la humanidad en esta etapa de la historia, que podría ser la última. El riesgo inmenso y creciente de que se produzca un ataque nuclear que sea respondido también con bombas atómicas, el Big Bang de una reacción que sería un holocausto a escala global.

Ese es uno de los peligros que avanzan sobre la especie humana. El otro peligro es el calentamiento global que está cambiando la biósfera y que podría acelerarse vertiginosamente si estallaran bombas atómicas con la potencia que tienen las actuales.

Eso ocurriría si Vladimir Putin y el número dos del Consejo de Seguridad de Rusia, Dimitri Medvedev, cumplen su amenaza y disparan misiles atómicos sobre Europa, activando la respuesta nuclear de la OTAN. O si el régimen norcoreano reacciona ante un ataque devastador a Rusia o a Irán, lanzando misiles atómicos sobre Corea del Sur. O si Israel recurre a su arsenal nuclear si los intercambios de bombardeos con la República Islámica escalan hasta volverse peligrosos para su jaqueada existencia en Oriente Medio. O si Xi Jinping decide enviar la flota china a invadir Taiwán,  para acelerar los tiempos del objetivo geopolítico que fijó al concentrar un poder sin precedentes en la era pos maoísta.

La amenaza de holocausto global crece a la sombra de liderazgos extremos como el de los ayatolas persas, el lunático Kim Jong Un, el jefe del Kremlin que quiere volver al expansionismo de Pedro el Grande y Catalina II, el gobierno fundamentalista que encabeza Netanyahu y también el nuevo “emperador” que amenaza a sus vecinos filipinos y vietnamitas desde una China poderosa como nunca antes en la historia.

Jamás fue tan real el riesgo de un ataque con misiles nucleares que desencadenaría una conflagración global con la más apocalíptica de las armas de destrucción masiva. Ni siquiera durante la Crisis de los Misiles de 1962 ni en otros picos de máxima tensión durante la Confrontación Este-Oeste.

Con el fantasma de la guerra nuclear deambulando por tantos rincones neurálgicos del planeta, resulta clave visibilizar a quienes vieron y sintieron el horror de ese holocausto. Y nadie puede transmitir mejor ese infierno, que comienza con el estallido y luego se prolonga indefinidamente, que un hibakusha.

La traducción sería algo así como “persona bombardeada” o “persona que sufrió la bomba”, pero resulta más revelador llamarlas “testigos del infierno”. En el libro “Crónicas de Fin de Siglo”, titulé “Testigo del Infierno” al capítulo en el que transcribo lo que Matsushige me relató, durante nuestro encuentro en Hiroshima, porque lo que describió con palabras, miradas y gestos fue eso: el infierno.

Aquel reportero gráfico y sus siete fotos tomadas el 6 de agosto de 1945, eran cruciales en ese momento para que Nihon Hidankyo cumpliera su misión de transmitir a la humanidad la vivencia de la explosión atómica, habiéndola sobrevivido, con el objetivo de crear conciencia mundial para que jamás se repita.

Nihon Hidankyo es la organización dedicada a lo que se dedicó mi entrevistado en Hiroshima y lo que hizo Akira Kurosawa a través de la anciana llamada Kane, la taciturna obaasan de Rapsodia en Agosto.

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