La gente sostiene carteles mientras celebra después de que el ejército israelí confirmara la muerte del líder de Hamas, Yahya Sinwar. Foto de JOHN WESSELS / AFP (AFP)

Israel: cómo pasar de los triunfos a la victoria

Una vez más, Israel logró decapitar a Hamas y Hizbola, pero Netanyahu no parece dispuesto a lo que se necesita para la victoria total.

No hay victoria política sin un triunfo militar, del mismo modo que no hay triunfo militar sin una victoria política. Lo segundo es lo que  Benjamín Netanyahu no termina de aceptar, a pesar de que la historia de Israel es una sucesión de triunfos militares que nunca desembocaron en una existencia segura y en paz, precisamente porque faltaba la victoria política.

En las guerras de 1948, 1967 y 1973 Israel fue atacado por varios ejércitos árabes simultáneamente. Siempre terminó venciendo. También acabó derrotando a las organizaciones terroristas de Fatah, el FPLP, el FDLP y otras agrupaciones que integraban la OLP, el movimiento secular que lideraba Yasser Arafat. Sin embargo, después de su triunfal resistencia contra los estados árabes laicos y los movimientos armados de matriz naserista, no vino la paz con seguridad sino una nueva oleada de violencia, estaba vez del régimen teocrático iraní y sus implantes terroristas en Líbano, Siria, Irak, Yemen y la Franja de Gaza.

La guerra contra el enemigo islamista que suplantó al enemigo secular comenzó en 1982, tras la invasión al Líbano que llegó hasta Beirut para golpear la cabeza de la OLP y expulsarla a Túnez. Aquella victoria militar que comandó Ariel Sharon fue celebrada en Israel, no obstante, por la sangre palestina que corrió en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, germinó de inmediato el Hizbolá, la milicia chiita que, a diferencia de Amal, la que ya existía, no priorizaba la guerra civil libanesa sino la guerra contra el Estado judío hasta su aniquilación.

De ese modo, aquella “victoriosa” invasión del Líbano acercó la República Islámica de Irán a su frontera, dando inicio al imperialismo islámico-chií que comenzó a construir Ruholla Jomeini y desarrolló su sucesor, Alí Jamenei. Con el general Qassem Suleimani comandando la Fuerza Quds, Irán pudo apropiarse de un aparato político-militar sunita, surgido de los Hermanos Musulmanes, la organización que irradiaba desde Egipto el fundamentalismo suní.

El único brazo sunita del imperialismo islámico chií es Hamás, la organización creada por Ahmed Yassin. Posiblemente, Hamás no habría entrado en la órbita de Irán si en el 2013 no hubiese sido derrocado Mohamed Morsi, presidente egipcio que llegó al poder apoyado por los Hermanos Musulmanes pero cayó un año después derrocado por el mariscal Abdelfatá al Sisi. Ese gobierno fundamentalista de Egipto fue derribado y fueron los ayatolas persas los que cooptaron el partido-milicia que desde su bastión en Gaza perpetró innumerables atentados terroristas en Israel y, entre el 2023 y lo que va del 2024, le propinó los dos más brutales golpes que haya sufrido en su historia.

Ni las guerras que sostuvo en el siglo 20 con varios países árabes al mismo tiempo, ni los muchos ataques que le propinaron los brazos terroristas de la OLP, causaron tantas muertes y devastación como el sanguinario pogromo perpetrado por Hamas el 7 de octubre del 2023.  El Estado judío tampoco había sufrido un daño tan grande en la dimensión de la opinión pública mundial, como el que tuvo como consecuencia de sus bombardeos en la Franja de Gaza en los últimos diez meses.

Ese ha sido siempre el plan de Hamas: provocar a Israel para que sus reacciones siembren masacres y destrucción entre los civiles. Los cadáveres de padres, abuelos y niños extraídos entre los escombros son el arma que usa Hamás contra su enemigo sionista en la opinión pública mundial. Y lo que consiguió Yahya Sinwar lanzando el criminal desenfreno de crueldad con que masacró y secuestro civiles israelíes para enclaustrarlos en Gaza, no tiene precedentes en materia de aislamiento internacional y de repudios a Israel.

Matar a Sinwar fue el máximo logro de la operación israelí, tras haber asesinado a Ismail Haniye en Teherán y a los principales comandantes del brazo militar de Hamás, empezando por el más emblemático de ellos: Mohamed Deif.

Todas las muertes de máximos líderes de Hamas, en particular la del siniestro Yahya Sinwar, generaron ánimo triunfal en Israel. Así ocurrió cuando el misil lanzado desde un helicóptero mató a Ahmed Yassin en su silla de ruedas en el 2004 y, un mes más tarde, cuando otro helicóptero lanzó el proyectil que alcanzó el auto en el que se trasladaba Abdel Aziz Rantisi, quien había ocupado el liderazgo vacante.

Otros líderes cayeron bajo el fuego israelí hasta la actual decapitación, con la muerte de Haniye en agosto y la de Sinwar en octubre. Por lo tanto no hay razón para descartar que se engendren otros liderazgos, tal como el antiguo historiador griego Diodoro describió a la Hidra, el despiadado monstruo mitológico de muchas cabezas de serpiente que le volvían al crecer cuando eran cortadas.

 

Lo mismo puede ocurrir en Hezbolá. Si la muerte de Abbas Musawi no marcó el fin de la organización terrorista del chiismo libanés, sino el asenso Sayed Hasan Nasrala al liderazgo vacante, lo mismo podría ocurrir ahora. Se trata de organizaciones creadas para renacer de sus cenizas.

El fracaso final de Hezbolá, Hamás y demás tentáculos de Irán, incluida la propia teocracia persa, se dará si Israel consigue una victoria política que dé a estos triunfo militares más sentido del que tuvieron las anteriores decapitaciones del terrorismo anti-israelí.

Esa decisiva victoria se daría si Israel se retira de la Franja de Gaza y deja el gobierno en manos de la ANP, reformada y depurada de corrupción, y la seguridad y reconstrucción en manos de Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita. Pero para que la victoria sea total tendría que aceptar la “solución de los dos Estados”, sacar de sus actuales asentamientos a los violentos colonos implantados en Cisjordania y firmar el Pacto de Abraham con los saudíes.

Eso terminaría con el aislamiento de Israel en Medio Oriente y en el mundo, además de sacar a Irán de las tierras árabes. Pero no es eso lo que parece priorizar Netanyahu y su gobierno de extremistas.

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