TECNOLOGÍA PARA POTENCIAR EL NEGOCIO: CLAVES PARA QUE LAS PYMES DEN EL SALTO EN UN MERCADO HIPERCOMPETITIVO (CONTENT NOTICIAS)

La IA y el colapso del futuro

La discusión pública sobre la inteligencia artificial (IA) se concentra en empleos, productividad, rendimiento de las empresas y cambios tecnológicos visibles y deja en segundo plano un efecto más profundo, la erosión silenciosa del futuro como estructura de la vida.

Durante décadas el recorrido típico de una biografía era predecible. La infancia conducía a la escuela, la escuela al secundario, el secundario a la universidad o a una formación técnica, esa formación a un primer trabajo, el primer trabajo a ascensos sucesivos y el recorrido concluía en la jubilación. Cada etapa recibía el sentido de la siguiente. Se estudiaba para aprobar el año, se aprobaba para avanzar de curso, se avanzaba para acceder a la universidad, se estudiaba allí para conseguir un empleo y se trabajaba para sostener una carrera y una posición. Los cumpleaños reforzaban esa imagen de línea ascendente. La sociedad celebraba el aumento del número como si la vida subiera peldaños sin mirar que, en términos biológicos, el tiempo restante se reducía.

Esa escalera tenía una función muy precisa, ya que organizaba el sufrimiento. Los sacrificios cotidianos se aceptaban porque se presentaban como inversión que abría una puerta futura. La teoría misálgica describe esta dinámica de manera directa. Esta sostiene que toda conducta humana surge de la necesidad de evitar algún tipo de sufrimiento y que las decisiones se estructuran como intercambios donde se sacrifica un malestar menor para impedir uno mayor o para obtener algún tipo de alivio. La teoría afirma que cada elección humana se organiza alrededor de ese cálculo básico que consiste en el intercambio de un malestar presente por la promesa de un alivio posterior. El dolor adquiría legitimidad porque se encontraba encadenado a una secuencia de alivios.

La gran obviación actuaba como mecanismo permanente. Mientras existía una etapa siguiente, resultaba posible ignorar preguntas sobre el sentido final del recorrido. No se miraba el destino último de la trayectoria porque toda la atención quedaba ocupada en el próximo paso. La muerte permanecía detrás de una cortina narrativa de progreso y proyectos.

La irrupción masiva de la IA rompe esa arquitectura en el punto donde más dependencia existía, en el empleo formal y la educación orientada al empleo. Cuando sistemas automáticos desempeñan tareas profesionales de oficina, análisis, programación, contabilidad, redacción, diagnóstico y un número creciente de actividades que exigían años de formación, el vínculo entre estudio y trabajo se debilita de manera estructural. El joven que entra a la universidad ya no puede suponer que un título asegura una trayectoria laboral ascendente. La persona de cuarenta o cincuenta años ya no puede imaginar que resistir en un puesto hasta la jubilación garantice estabilidad.

Si la automatización continúa, el Estado o las grandes plataformas tecnológicas terminan distribuyendo renta básica, acceso a servicios y una red mínima de consumo que evita el colapso material y, al mismo tiempo, deja a millones de personas con el tiempo prácticamente vacío de obligaciones. En ese escenario el instrumento que sostenía la vida deja de funcionar. Heidegger, el filósofo alemán, hablaba de la herramienta rota para explicar cómo la conciencia despierta cuando un objeto se rompe y deja de ser transparente. Una llave inglesa que opera sin fallas pasa inadvertida. La conciencia focal aparece cuando la herramienta se quiebra y deja de cumplir su función.

El futuro lineal actuaba como herramienta invisible; mientras existía, nadie lo examinaba y se lo daba por supuesto. La automatización extrema produce una variante distinta, una herramienta ausente. Y esto no se trata de una llave rota sobre la mesa, se trata de una llave que ya no está.

La trayectoria educación-trabajo-retiro se desvanece y solo entonces se percibe su importancia. La persona descubre que estudiaba menos por amor al conocimiento que por la necesidad de pertenecer a una secuencia reconocible. Descubre que soportaba humillaciones o monotonías laborales debido a la promesa de ascenso o de estabilidad futura. Descubre que el sufrimiento diario se aceptaba porque servía como puente hacia una fase diferente.

Cuando la fase posterior desaparece, el sufrimiento queda desnudo. Desde la teoría misálgica esto significa que el intercambio deja de funcionar. Ya no hay canje entre dolor presente y alivio futuro. Así, el sacrificio pierde su carácter de inversión y solo queda el costo.

El resultado es una transformación del tiempo. Lo que antes se vivía como película empieza a vivirse como fotografía. Antes la biografía avanzaba de la mano de instituciones que marcaban hitos como cambiar de grado, egresar, conseguir el primer empleo, recibir un ascenso, formar una familia o pagar una hipoteca. La automatización generalizada contribuye a convertir ese movimiento en una meseta donde cada día se parece al siguiente. El ingreso llega a través de transferencias, la vivienda se mantiene mediante políticas públicas o soluciones estandarizadas, el consumo se organiza en plataformas que anticipan deseos y el espacio para decisiones dramáticas se reduce.

Esa quietud exterior deja al descubierto algo que la trayectoria mantenía fuera de foco. En un mundo con movilidad social y profesional la muerte se presentaba como un punto al final de un recorrido cargado de acontecimientos. Donde el recorrido pierde relieve la muerte aparece como el único cambio verdadero. Deja de ser un tema filosófico y empieza a funcionar como el único acontecimiento estructural. La atención ya no puede distraerse con el próximo ascenso o con la próxima credencial. El futuro pierde contenido y se reduce a la distancia hasta el final.

En ese punto surge una consecuencia adicional y consiste en la aparición de un vacío operativo. El límite ya no actúa como cierre de una secuencia repleta sino como único marcador disponible. La vida sostenida por la automatización queda sin peldaños, sin metas que organicen el intercambio misálgico y sin instituciones que asignen valor narrativo a cada etapa. El tiempo continúa su marcha y la conciencia registra esa marcha sin la mediación de un proyecto que ordene el sacrificio. La exposición directa al límite reemplaza a la lógica del ascenso y convierte el futuro en un territorio plano donde cada decisión pierde la función instrumental que antes justificaba el esfuerzo.

Con esa transformación emerge un problema final, la desaparición de la estructura capaz de convertir el sufrimiento en inversión. La automatización extrema no solo reorganiza la economía o deshace trayectorias; elimina el mecanismo que permitía al tiempo tener una dirección reconocible. El final deja de ser un evento distante y se convierte en el único elemento capaz de introducir diferencia dentro de un horizonte que se vuelve uniforme.

Las cosas como son.


Mookie Tenembaum aborda temas de tecnología como este todas las semanas junto a Claudio Zuchovicki en su podcast La Inteligencia Artificial, Perspectivas Financieras, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.

 

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