El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se retira tras dirigirse a altos oficiales militares reunidos en la Base del Cuerpo de Marines de Quantico, en Quantico, Virginia. (JIM WATSON / AFP)

Trump gira como trompo

Su positiva propuesta para concluir la guerra en Gaza está en las antípodas de su posición inicial sobre el conflicto.

Qué llevó a Trump desde hacer una propuesta absurda y oscura, a presentar una propuesta lógica y positiva para acabar con la Guerra en Gaza?
Un trayecto desconcertante para quienes analizan las políticas del actual jefe de la Casa Blanca, pero claramente en dirección alentadora, en contraste con el presidente de Rusia, quien avanza en dirección negativa con sus bombardeos masivos a blancos civiles de Ucrania y sus peligrosas provocaciones con drones y aviones militares sobrevolando países de la OTAN.

La primera propuesta del magnate neoyorquino para poner fin a la guerra entre Israel y Hamás parecía una broma de mal gusto o un chiste de humor negro: expulsar a la población gazatí para repoblar ese territorio con habitantes traídos de otros países y convertir Gaza en un paraíso turístico de alta gama, colmado de casinos y hoteles cinco y siete estrellas.
Resultaba increíble que a esta altura de la historia un presidente norteamericano propusiera la frívola aberración que se le ocurrió a Donald Trump.
Luego de muchos meses y mucha sangre derramada, volvió a formular una propuesta pero esta vez seria, positiva y esperanzadora. Una propuesta copiada del proyecto para Gaza que diseñó la Fundación de Tony Blair, pero con algunas modificaciones para disimular el plagio.
Que Trump haya abandonado una idea propia que sólo entusiasmaba a Benjamín Netanyahu y sus socios extremistas para apropiarse de una idea del ex primer ministro laborista británico, es un giro copernicano en sentido positivo; una evolución desde la dimensión del absurdo a la de lo razonable.
¿Qué motivó en Trump dar ese paso? Es posible que hayan sido la suma de voces árabes y voces europeas que le susurraron al oído.
Los dirigentes europeos, verdaderamente interesados en poner fin a la tragedia que impusieron al pueblo palestino la siniestra estrategia de Hamas y la brutal ofensiva de Netanyahu, encontraron algunas claves para llevar a Trump hacia el terreno de la sensatez con valores democráticos.

Comienzan cada reunión adulándolo y toman iniciativas que le agradan, como reimponer las sanciones a Irán por su proyecto nuclear.
En Bruselas urge que acabe pronto la desgarradora guerra transmitida en tiempo real en la Franja de Gaza, porque genera tensiones internas, en un momento en que se acrecienta la amenaza de una guerra directa con Rusia.
Una vez captada la atención del presidente norteamericano, le explicaron que si quiere sumar puntos que lo acerquen al Premio Nobel de la Paz, no puede proponer nada que incluya una limpieza étnica, una repoblación y una anexión a Israel del territorio que resultó devastado.
También los líderes de Egipto, Arabia Saudita, Jordania, Qatar y Emiratos Árabes Unidos, más los presidentes de Turquía y de Indonesia le explicaron que aspirar al Nobel y satisfacer las ansias expansionistas del radicalizado gobierno israelí son incompatibles.
En resumen, líderes europeos, árabes y de potencias musulmanas como Indonesia y Turquía le hicieron ver lo que él no puede y nadie en la Casa Blanca le mostraba, tampoco sus aliados extremistas en otros países, en general obtusos como el grueso de quienes lo rodean en Washington.
No se dio cuenta por sí mismo que expulsar a una población entera de la tierra en la que nació, es aberrante e inaceptable, sino que le hicieron ver que al Nobel que pretende no se llega por la ruta de la limpieza étnica. Y fue su obsesión por ganar esa preciada distinción que le fue concedida a Barak Obama, lo que hizo que corrigiera su visión sobre la solución del conflicto.

Probablemente, detrás de la obsesión por el Nobel está su odio visceral al ex presidente demócrata. Algo que Trump evidenció de muchos modos, incluyendo el más morboso: cuando viajó a Moscú poco después de la Cumbre del Grupo de los 20 en San Petersburgo, se empecinó en alojarse en la suite presidencial que habían ocupado Barak y Michel Obama durante su estadía en esa ciudad. Y para la primera noche, se hizo llevar a esa lujosa habitación del Hotel Ritz-Carlton a cinco prostitutas moscovitas de las que frecuentan los “oligarcas” que rodean a Vladimir Putin.
La millonaria orgía de Trump en Moscú, registrada por el ex espía británico del MI-6, Christopher Steele, en su dosier, sería el modo con que el magnate neoyorquino satisfizo su necesidad de no sentirse absolutamente en nada por debajo o por detrás de Barak Obama.
Si el único presidente negro de Estados Unidos estuvo con una mujer en esa suite, él estuvo con cinco; del mismo modo que, si a Obama le dieron el Nobel de la Paz, él debe recibir también esa distinción escandinava.
Ese costado del inmenso y retorcido ego del magnate neoyorquino habrían trabajado los líderes árabes y europeos. Por eso Trump desconcertó a Netanyahu y marchó a contramano de sus aliados  ultras en el gobierno de Israel, plagiando y maquillando la idea impulsada por Blair.
Esa propuesta impone a Hamas la capitulación a cambio de amnistía. La organización terrorista debe liberar a los rehenes israelíes, deponer las armas, desmovilizarse, aceptar la imposibilidad de integrar futuros gobierno y entregar el gobierno de la Franja de Gaza a una administración técnica interina, presidida por tecnócratas palestinos asesorados por expertos extranjeros y contralada por un consejo internacional que estará por encima y presidiría el mismísimo Donald Trump.
Para Hamás, la capitulación, pero también implica frustraciones grandes para el gobierno israelí.

En el plan de Trump, la población nativa tiene derecho a quedarse en Gaza, donde, igual que en Cisjordania, la propuesta deja abierta la posibilidad de que en algún momento se establezca un Estado palestino.
Aunque en etapas, el plan también implica la retirada del ejército  israelí, además de imposibilitar la anexión que pretendía Netanyahu. Además, en una declaración pública, el jefe de la Casa Blanca se comprometió a impedir que Cisjordania sea anexada.
Si mantiene esas propuestas tal como han sido planteadas, confirmará un giro profundo y positivo. Igual que respecto al jefe del Kremlin, a quien pasó de elogiar y favorecer de muchos modos, a decirle “se te ve mal, llevas cuatro años luchando en una guerra que debería haber durado una semana”. Y parafraseando a Mao, lo llamó “tigre de papel”. 

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