Tuesday 16 de December, 2025

MUNDO | 02-12-2025 04:15

El cerco a Bolsonaro: mentiras y complots

La deriva conspirativa del ex presidente lo llevó del intento de golpe a la cárcel, pero su base redobla el discurso de persecución.

La detención de Jair Bolsonaro no es solo un episodio más en su prontuario político. Es, sobre todo, la cristalización de una psicología que se fue desbordando en cámara lenta y que, al mismo tiempo, alimenta la narrativa de persecución que lo mantiene vivo entre sus seguidores. Su caída combina paranoia, torpeza y cálculo político: un expresidente que quiso incendiar su tobillera para eludir una condena de 27 años termina transformado en mártir por los mismos sectores que lo acompañaron en su deriva antidemocrática.

Prófugo

Todo empezó con la vigilancia creciente del Supremo Tribunal Federal, que veía señales claras de fuga. Bolsonaro llevaba meses con un monitor electrónico en su casa de Brasilia, una tobillera, desafiando las restricciones con pequeños gestos: reuniones con aliados, incursiones en redes sociales, maniobras para acercarse a embajadas y movimientos telefónicos que sugerían pedidos de asilo.

Jair Bolsonaro

La paranoia de la justicia no surgió de un vacío: durante 2024 y 2025, el expresidente vivió obsesionado con la idea de terminar preso, convencido de que Lula y Alexandre de Moraes, el ministro del STF que supervisa las causas, habían convertido a la Justicia en un brazo político del lulismo y el PT contra él, y habría generado los contactos para pedir asilo político, incluso en Argentina.

Esa lectura se confirmó el último fin de semana cuando la policía detectó que Bolsonaro intentó manipular su tobillera, justo antes de una manifestación convocada por sus seguidores frente a su casa. Para el Supremo, era evidente: quería romper el dispositivo y escaparse con cobertura del tumulto. Para el bolsonarismo, en cambio, fue la prueba definitiva de que Brasil vive bajo una “dictadura judicial” que persigue al líder más popular de la derecha.

Días antes de su detención, la inteligencia policial ya advertía movimientos extraños. Agentes de civil rodearon el barrio, se reforzó el monitoreo de vehículos y se bloquearon posibles vías de escape hacia casas colindantes. No era paranoia estatal: Bolsonaro ya había pasado dos noches en la embajada de Hungría en 2024 buscando —sin admitirlo— algún tipo de refugio político. Su teléfono contenía además un borrador de 33 páginas pidiendo asilo a Javier Milei, redactado en febrero de 2024.

Preso

La operación que terminó con su arresto preventivo no solo responde al intento de manipular la tobillera. Fue la culminación de una causa cargada de evidencia: declaraciones, documentos y movimientos coordinados que confirmaron que Bolsonaro y su círculo más íntimo intentaron un golpe institucional después de perder las elecciones de 2022. La trama incluía desde presiones a militares y policías hasta la intención de disolver el Supremo Tribunal, intervenir el sistema electoral y otorgarse poderes extraordinarios para seguir gobernando. El componente más oscuro: la acusación de conspirar para asesinar a Lula o a De Moraes, una hipótesis que Bolsonaro niega, pero que forma parte del expediente.

De Moraes y Lula

Frente a ese escenario judicial, el expresidente radicalizó su retórica. Sin redes sociales, debilitado físicamente y rodeado de un clima de cerco, alimentó la idea de que era víctima de una “caza de brujas global”. La intervención de Donald Trump —quien impuso sanciones a Brasil y aranceles del 50% exigiendo frenar el juicio— reforzó esa narrativa. También las acciones de su hijo, instalado en Estados Unidos, presionando a la Casa Blanca para activar una protección diplomática inédita.

La derecha regional acompañó: Viktor Orbán le ofreció hospitalidad simbólica, y el intento de asilo dirigido a Milei buscó sumar a Argentina a ese bloque de protección ideológica. Bolsonaro pasó de ser un líder que quería desmantelar las instituciones brasileñas a convertirse en un ícono de resistencia para el ecosistema transnacional de la ultraderecha.

Mártir

Paradójicamente, su detención preventiva —un procedimiento estándar ante un riesgo de fuga comprobado— produjo una reacción emocional que sus adversarios no calcularon. Frente a la sede de la policía federal en Brasilia, decenas de seguidores rezaron, cantaron himnos y gritaron por amnistía. La imagen de Bolsonaro escoltado hacia el auto oficial, circuló como símbolo de “persecución”. El victimismo volvió a ser combustible político.

Fotogaleria Partidarios del expresidente brasileño Jair Bolsonaro, envueltos en banderas con su imagen, participan en una marcha pidiendo amnistía para los condenados por intento de golpe de Estado en Brasilia

Pero la clave no está en la épica, sino en la estructura: Bolsonaro fue detenido porque intentó vulnerar un sistema de vigilancia impuesto tras su condena. Su encarcelamiento era inminente. La Justicia aguardaba que finalizara el proceso de apelación para ordenar el cumplimiento de una sentencia que lo ubica como el máximo responsable de un complot que puso en jaque a la democracia brasileña.

La obsesión por escapar —quemar la tobillera, entrar a embajadas, pensar en autos ajenos, buscar asilo en masa— muestra a un líder en caída libre que ya no confía en nadie y que ve enemigos en todos los frentes. Su paranoia es real, pero también funcional: lo posiciona como mártir ante sus fieles. Y ese equilibrio inestable —entre la evidencia judicial y la épica de la victimización— es, justamente, lo que le permite al bolsonarismo sobrevivir incluso cuando su líder está a un paso de la cárcel.

Lo que sigue ahora para Brasil será un test institucional: demostrar que ni la paranoia ni la presión callejera pueden alterar lo que ya expusieron los expedientes. Bolsonaro no está preso por perseguido; está preso por lo que hizo. Que sus seguidores lo interpreten como un sacrificio heroico es parte del trauma político que Brasil arrastra desde 2018. Pero la Justicia brasileña, por primera vez en décadas, está dando una señal distinta: los límites existen, incluso para quienes creyeron que podían gobernar por encima de ellos.

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Maximiliano Sardi

Maximiliano Sardi

Editor de Internacionales.

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