En el periodismo televisivo argentino, las peleas entre colegas no son simples discusiones laborales: funcionan como combustible del show permanente que sostiene al rubro. Los cruces públicos, cargados de acusaciones, ironías, descalificaciones y respuestas en tiempo real, se mezclan con la agenda política y convierten cualquier debate en un espectáculo. Muchas de estas disputas se alimentan de la grieta —alineamientos pro o anti Milei, defensas del kirchnerismo o del antikirchnerismo— que garantiza polarización y, sobre todo, engagement. A partir de casos recientes, queda claro cómo este clima convierte al periodismo televisivo en una máquina de drama constante.
Uno de los choques más notorios del último tiempo fue entre Luis Majul y Nancy Pazos. Majul, referente mediático cercano al oficialismo libertario, publicó un mensaje titulado “Los tirapiedras”, dirigido directamente a Pazos. La acusó de criticar al Gobierno “sin ofrecer alternativas” y la llamó “tirapiedras” por advertir que el Gobierno “en cualquier momento explota”. Denunció además lo que considera una doble vara respecto de las Fuerzas Armadas: se cuestiona la designación de Carlos Presti como ministro de Defensa, pero se pasó por alto la de César Milani, imputado por delitos de lesa humanidad. Agregó que Pazos y otros críticos “aman a dictadores como Fidel Castro y Daniel Ortega” y todavía actúan como si Videla mandara en los cuarteles.
Pazos respondió con críticas a la reforma laboral de Milei y al clima económico: “No hay laburo porque el país está paralizado”.
Unos meses antes, se había burlado de Majul sin mencionarlo por su nombre: "Me llegó esta información. El 23 de abril, un periodista fue a renovar su licencia de conducir a la sede del ACA. Fue retenido el trámite porque no pasó el análisis psicológico". Majul respondió a dos noteros que interceptaron mientras manejaba: "Yo todo legal, tengo carnet".
Otro enfrentamiento que escaló rápido fue el de Jorge Rial y Jonatan Viale. Viale cuestionó a Pablo Toviggino por adquirir una plataforma de streaming y contratar a conductores como Rial, Tinelli, Fantino, Canosa y Doman. “¿Cómo hizo para comprar un canal y contratar a esos?”, preguntó, mencionando “préstamo millonario, denuncia por lavado y sospecha de coimas”. También habló del “silencio de algunos periodistas” cuando “robaba el kirchnerismo”. Rial respondió ventilando cuestiones personales de Viale: su presunta casa en Los Cardales, supuestamente visitada por políticos del gobierno actual, y un alquiler a empresarios brasileños. “Cuando hablo de vos tengo que aguantarte llorándome por teléfono, diciéndome que me querés y pidiéndome un café”, lanzó. Viale se defendió asegurando que vive “en un departamento de tres habitaciones en Belgrano”, que “no tiene Ferraris” y que no cobra “ni del PRO ni de Milei”. La tensión se recalentó después de la entrevista fallida con Milei —interrumpida por Santiago Caputo— y las versiones sobre un Viale “ensobrado”.
En otro frente, Marcelo Longobardi reaccionó a los insultos que Milei le dedicó: “Dinosaurio, idiota, ensobrado y chanta”. El periodista contestó con ironía —“lo de idiota se lo tomo”—, pero dijo que lo de “ensobrado” ameritaba una denuncia. Además criticó la violencia que el Presidente usa en las redes. Y apuntó a periodistas libertarios: “Milei debería mirar más cerca de él, a ese séquito que lo rodea, para ver quién está ensobrado”. También llamó al Presidente “autócrata” y cuestionó a Donald Trump, a quien definió como “gánster inmoral y peligro para el mundo”.
Más choques. Las peleas también se dieron en paneles: Pablo Duggan y Mariana Brey chocaron tras los dichos de Karen Reichardt, quien calificó de “enfermedad mental” al electorado opositor. Brey repudió la expresión y acusó a Alejandro “Pitu” Salvatierra de sugerir violencia contra votantes de derecha. Duggan la frenó con un “callate un minuto”, lo que desató más tensión. Brey lo llamó “mala leche” por defender a Salvatierra y el panel intentó sin éxito calmar la situación. Otra disputa involucró nuevamente a Pazos junto a Brey durante una entrevista a Martín Menem por el conflicto del Garrahan. Pazos afirmó que el aumento logrado “los directivos no lo aceptaron para ellos”, mientras que “los médicos festejaron”. Brey interrumpió acusando tergiversación y recordando que el aumento del 60 por ciento se otorgó “ahora, no antes”. Pazos, molesta, la llamó irónicamente “abogada defensora” y la mandó a callar en vivo.
La pelea entre Viale y Eduardo Feinmann también escaló hacia terrenos judiciales tras el Criptogate. Viale reclamó que “no tuvo firmeza” para frenar a quienes interrumpieron la entrevista con Milei. Feinmann calificó el episodio como “una vergüenza internacional”. Viale contraatacó con referencias personales: “De vos me acuerdo todo. Vos agarraste y yo no. Yo estoy limpio”. Lo acusó de apoyar a Larreta por dinero, y Feinmann inició acciones legales.
Luis Gasulla apuntó contra Roberto Navarro por “saltar de vereda”, recordando su histórica defensa del kirchnerismo. Navarro respondió diciendo que la obra pública estuvo “cartelizada antes, durante y después del kirchnerismo” y que hubo empresarios y funcionarios que desfilaron ante la Justicia. Gasulla insistió en que Navarro hizo “periodismo de mierda para ensuciar al de investigación”.
Finalmente, Navarro también cruzó a Cristina Pérez por su condena a las “candidaturas testimoniales”. Pérez criticó a Fernando Espinoza y calificó esa práctica como una “perversión del sistema de representación”. Navarro le recordó sus editoriales indignados contra el PJ y le señaló que ahora, tras la decisión de Adorni y Santilli de no asumir sus bancas, debía mantener la misma vara. “Contrólenle la presión”, ironizó, cuestionando la supuesta independencia de Pérez, cercana al Gobierno pese a proclamarse “periodista libre”.
Todos estos episodios muestran cómo las peleas televisivas —alimentadas por la grieta, los egos y la competencia— no solo exponen contradicciones e hipocresías, sino que se integran a la lógica del show. En un ecosistema donde la discusión política se vuelve entretenimiento, el drama es parte del negocio: los cruces, los gritos y los pases de factura se transforman en un producto adictivo que mantiene al público mirando y, sobre todo, polarizado.


















Comentarios