La sombra del fascismo
Crece entre los norteamericanos que no votarán a Donald Trump el temor de que un nuevo gobierno del magnate neoyorquino acabe con la democracia de Estados Unidos.
Norberto Bobbio, que de fascismo sabía mucho porque nació en una familia ultraconservadora y en el colegió organizó Avanguardia Giovanile Fascista, brazo estudiantil del Partido Nacional Fascista al que luego se integró, terminó siendo uno de los más agudos detractores de la doctrina política de Mussolini.Por eso las descripciones que hizo de los líderes fascistas aquel brillante filósofo y jurista que se sumó al Partido Socialista Italiano por invitación de otro gran antifascista, Sandro Pertini, resultan esclarecedoras para descubrir ese gen autoritario en los liderazgos ultraconservadores del siglo 21.
Varios nombres de gobernantes y dirigentes actuales de todo el mundo, aparecen en la mente de quien hoy lee a Bobbio explicando que el líder fascista habla de decadencia y corrupción “insultando y agrediendo como si fuera puro y honesto…pero, en realidad, es sólo un criminal que, más que luchar contra la decadencia y la corrupción, lo que hace es irradiar maldad”. Según el intelectual italiano que mostró su preocupación por el sistema liberal-demócrata en libros como “El futuro de la democracia”, la crueldad es un rasgo distintivo del fascismo. Rasgo que hoy aparece impúdicamente expuesto en líderes como Donald Trump.
Después de su intento de golpe contra el Poder Legislativo mediante el asalto al Capitolio, ha crecido el temor de que el magnate neoyorquino regrese al poder y vuelva a embestir contra la institucionalidad para crear la versión norteamericana de la autocracia con que impera en Rusia Vladimir Putin, cuyo modelo político ha elogiado públicamente.Ese temor se convirtió en la pregunta inquietante que ronda entrelíneas los artículos políticos, las páginas de libros y los discursos de intelectuales y dirigentes de la mitad del país cercana al Partido Demócrata: ¿puede Estados Unidos convertirse en una dictadura?
Esa pregunta, que sonaría absurda en décadas y siglos anteriores, hoy centraliza el debate político, junto con temas como inmigración ilegal, aborto y cambio climático. A la sombra del autoritarismo se le añadió el concepto que define su matriz ideológica: fascismo. Kamala Harris lo incluyó en su arsenal retórico contra el candidato republicano, luego de que el ex secretario general de la presidencia revelara conversaciones con Trump en la Casa Blanca.
Nadie catalogaría al general retirado John Kelly de izquierdista, porque ha sido siempre un conservador ligado al Partido Republicano. Nadie insinuaría seriamente que forma parte de una conspiración “comunista” contra el “make América great again” ese ex jefe de marines que, durante el gobierno de Trump, tuvo un rol clave y muy cercano al entonces presidente. Con esas credenciales, John Kelly explicó que el líder de los ultraconservadores encuadra perfectamente en la definición de fascista. Usó ese término, no en el sentido más amplio que estableció Umberto Ecco al hablar del “ur fascismo”, sino en términos ideológicos claramente mussolinianos.
Kelly afirma haber escuchado a Trump sostener que como presidente podía y debía usar el ejército contra los opositores, que los generales le debían una lealtad “como la de los militares nazis a Hitler”, y elogiar en varias oportunidades al “führer” que desató la II Guerra Mundial. En esas ocasiones, con preocupación, el entonces jefe de gabinete y otros altos funcionarios explicaban a Trump que los militares no debían ser leales al mandatario sino a la Constitución, y que pretender lo contrario era anticonstitucional, lo mismo que perseguir opositores y usar el ejército para el orden interno.
¿Por qué creer ahora al funcionario trumpista que en aquel momento no hizo público lo que le escuchaba al entonces jefe de la Casa Blanca? ¿Por qué revela ahora las alarmantes señales que presenció cuando era jefe de Gabinete? Su respuesta puede resumirse en que, al escucharlo repetir ahora en público lo mismo que decía en aquellas oportunidades en privado, comprueba que no eran exabruptos por estados de ánimo o torpezas por ignorancia, sino señales en profundidad de su pensamiento y su visión del mundo.
Kelly corrobora que Trump tiene una apreciación positiva de Adolf Hitler, quiere lealtad militar a su persona por encima de la Constitución, quiere el aparato policial y militar del Estado para espiar y perseguir a sus detractores, por lo tanto encuadra objetivamente en la definición de fascista como líder dictatorial que preside una autocracia centralizada promoviendo el militarismo, la supresión de la oposición y la creencia en una jerarquía social de carácter natural.
La institucionalidad de Estados Unidos pudo contener su autoritarismo, salvando el sistema constitucional de la asonada golpista de aquel trágico 6 de enero del 2021, cuando turbas trumpistas violentísimas, actuando como las fuerzas de choque que Mussolini llamaba “fasci di combattimento”, asaltaron el Capitolio dejando siete muertos. Más grave que la sombra fascista que merodea la Casa Blanca, es que, como viene señalando el politólogo Frank Luntz, en al menos la mitad de los norteamericanos no hay anticuerpos culturales ni una sólida conciencia democrática frente a semejante amenaza a la institucionalidad vigente.
Mientras que el apoyo a Harris es crítico y más por defensa propia que por admiración a la candidata demócrata, el apoyo a Trump es ferviente y acrítico. Como explica Giacomo Papi, “las emociones se pueden manipular, gobernar y dirigir pero el pensamiento y el conocimiento, no”.Ese escritor milanés escribió “Il censimento dei radical chic”, libro en el que describe una Italia futura donde un líder neo-fascista azuza el odio a intelectuales, liberales y demás cultores del pensamiento crítico, descalificándolos con insultos, como si estuviera autorizado por una “franqueza” que se expresa con “sencillez popular”.
Como esa Italia de la ficción de Giacomo Papi podría terminar Estados Unidos y otros países donde crece el “modo Trump” de entender el mundo.
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