Netanyahu (Bloomberg)
El doble crimen de Netanyahu
Además de Hamás, nadie dañó más a Gaza y a Israel que el líder del Likud y quienes, con él, banalizan el antisemitismo al usarlo como instrumento de censura.
“El silencio anima al atormentador, nunca al atormentado”, escribió en idish Elie Wiesel. Seguramente, ese escritor judío que sobrevivió a los campos de concentración nazis y dedicó parte de su obra a describir el padecimiento de las víctimas y la crueldad de los victimarios, diría que las medidas que tomó Israel para que ingresen alimentos a Gaza no son mérito de quienes “animan con su silencio al atormentador” Netanyahu, si no de quienes denuncian el doble crimen que está cometiendo. El crimen contra los civiles palestinos de la Franja de Gaza que perpetra de manera conjunta con Hamás, es también un crimen aberrante contra Israel y los israelíes.
Son cómplices de ese doble crimen algunas poderosas organizaciones de la diáspora que se hacen eco de Netanyahu y sus socios ultra-religiosos al acusar de “antisemitismo” a los dirigentes, periodistas, intelectuales, activistas en el mundo que denuncian la muerte masiva de civiles aprisionados entre el hambre y las balas disparadas contra las aglomeraciones para recibir comida.
El antisemitismo es un flagelo mundial tan abyecto como la utilización como instrumento de censura que de él hacen el gobierno extremista de Netanyahu y las organizaciones afines, al presionar a gobiernos y medios de comunicación para silenciar las voces críticas a esta guerra de tierra arrasada. Ellos son los autores del gravísimo crimen contra el judaísmo que implica banalizar el antisemitismo.
No atacó a Israel ni al judaísmo Francia al reconocer al Estado palestino. Los ataca el gobierno conservador-ultrareligioso que encabeza Netanyahu al plagar Cisjordania de asentamientos con violentos colonos, haciendo que ese territorio sea inviable para un Estado palestino. Daña a Israel y al judaísmo el ministro de Patrimonio, Amihai Ben-Eliyahu, al dar “gracias a Dios” porque el gobierno está destruyendo Gaza. “Estamos erradicando este mal…estamos expulsando a la población…toda Gaza será judía”, exclamó.
El expansionismo territorial con la consigna del Israel bíblico que incluye Samaria, Judea y el valle del Jordán, expresado en la moción simbólica con que Netanyahu dio en la Knesset el primer paso hacia la anexión de Cisjordania, es lo que aísla y debilita a Israel en el mundo, aunque lo fortalezca en la región al precio de incubar las próximas generaciones de jihadistas palestinos.
El daño que esa política extremista está causando a Israel y al judaísmo, es inmenso. Eso es antisemitismo por partida doble, porque daña gravemente la imagen del Estado judío y los israelíes, y porque los palestinos masacrados y expulsados también son semitas. En Gaza, la opción es morir de hambre o morir acribillado en un centro de distribución de comida. El primer ministro israelí y su coalición empujan a los gazatíes al exterminio masivo y empujan a Israel hacia la sombra siniestra de la palabra genocidio.
Además de Hamás, nadie ha hecho más daño a las poblaciones palestina e israelí que el líder del Likud. También al judaísmo de la diáspora, así como a los pocos gobernantes del mundo que defienden acríticamente la guerra criminal de Netanyahu. Entre ellos Trump, Javier Milei y otros ultraconservadores cuyo silencio los convierte en cómplices de una atrocidad.
Establecer una diferencia entre “un Estado que se defiende” y la organización terrorista que perpetró el pogromo sanguinario del 7 de octubre del 2023, hace tiempo que no alcanza como justificación de las masacres de civiles y de la hambruna a la que a los gazatíes están siendo empujados.
Ya no hay lugar para otras consideraciones. La criminalidad bestial de Hamás ya no alcanza como justificación. La guerra de Netanyahu y los jihadistas ha victimizado a una población civil entera. Dos millones de personas perdieron sus hogares y están famélicas. Primero con bombardeos y, ahora, con acribillamientos masivos en las desesperadas aglomeraciones ante los centros de distribución de comida, empuja a esa población civil a la atroz disyuntiva de morir de hambre o morir baleados.
La primera vez que los soldados dispararon a mansalva contra la multitud que se amontonaba por una ración de comida, Netanyahu dijo que fue accidental. Pero esas masacres se repitieron demasiadas veces para no sospechar de sistematicidad y de la forma elegida para disuadir a los gazatíes de que mueran por el hambre para no morir por las balas que llueven sobre los aglomeraciones por alimentos.
Netanyahu saboteó que la ONU y las ONG humanitarias que están en Gaza distribuyan víveres. Así logró concentrar esa actividad en un solo ente distribuidor, que responde a su gobierno. Y cada vez que muchedumbres hambrientas se aglutinan tumultuosamente para recibir esas raciones mínimas, decenas de gazatíes mueren por ráfagas disparadas al montón.
Netanyahu está imponiendo una hambruna que diezmará la población gazatí. Eso, sumado a las decenas de miles de muertes por los bombardeos, configura un crimen de siniestras dimensiones. Los principales representantes del cristianismo en Medio Oriente se unieron para denunciar el exterminio en marcha. Sus voces ya están en el coro mundial que le dice al pueblo israelí que su gobierno está cometiendo un crimen contra un pueblo martirizado, y que ese crimen está causando a Israel el mayor daño que alguien le haya provocado en sus casi ocho décadas de historia.
El patriarca Teófilo III y el cardenal Pierbattista Pizzaballa ingresaron al territorio para visitar la iglesia católica atacada por israelíes. Ambos dijeron que en el mundo no hay lugar para la indiferencia: “A la comunidad internacional le decimos, el silencio ante el sufrimiento es una traición a la conciencia”. Y resaltaron como “deber moral de la iglesia denunciar con claridad y franqueza la política del gobierno israelí en Gaza”.
Lo seguro es que Netanyahu y sus lobbies en el mundo presionarán a gobiernos y medios de comunicación para que clausuren a los periodistas, intelectuales, artistas y notables de todo tipo que denuncien o cuestionen la guerra de Netanyahu, recurriendo nuevamente a la infamia de acusar de antisemitismo a denunciantes y cuestionadores. De ese modo, el primer ministro embiste contra quienes hablan de su crimen cometiendo otro gravísimo crimen contra el judaísmo: la banalización del antisemitismo.
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