Groucho Trump (MS)

Groucho Trump

Aunque su “plan de paz” fuese mejorado y aceptado por Kiev y Bruselas, los 28 puntos propuestos por el presidente norteamericano exhibieron su sumisión al líder de Rusia.

“Esta es mi última propuesta de paz para Ucrania y, si no les gusta, tengo otras”. Parafrasear a Groucho Marx describe coherentemente el absurdo deambular de Donald Trump por un trayecto que, en definitiva, lo único que confirma es lo que escribió el ex espía británico Christopher Steele en el dosier donde explica por qué el magnate neoyorquino está al servicio del presidente ruso.

Ni bien presentó los 28 puntos para poner fin a la guerra, el jefe de la Casa Blanca escuchó voces en todo Estados Unidos y buena parte del mundo diciendo que eso era, en realidad, una orden de capitulación de Ucrania. Mientras Trump le advertía a Volodimir Zelenski que debía aceptarlo o quedarse sin el goteo de municiones y de información de inteligencia que recibe desde Washington, quedaba claro que nadie tomó en serio el plan que había presentado. Por eso luego tuvo que decir que podría elaborar “una nueva propuesta de paz” si ésta no es aceptada.

Como hizo en Gaza, donde primero planteó una propuesta absurda y cruel que incluía la deportación de los gazatíes y la repoblación de ese territorio arrasado por el sanguinario Netanyahu, para repoblarlo y convertirlo en un paraíso del turismo de alta gama, y luego tuvo que convertirlo en una propuesta seria porque, salvo el gobernante extremista de Israel y sus lunáticos socios ultra-religiosos, nadie tomó en serio semejante idea. Como no se le ocurría nada serio, Trump se apropió de lo que llevaba tiempo proponiendo el ex primer ministro británico Tony Blair.

Sobre Ucrania no tiene a mano un plan para apropiarse, porque su misión es imponer lo que exige Vladimir Putin o lograr de Kiev y Bruselas el acuerdo que más se parezca a lo que le dictaron desde el Kremlin. Con la misma firmeza zigzagueante, un día le dice a Zohrán Mamdani que es “un comunista” y causará la emigración masiva de “los neoyorquinos a Miami, como hacen los cubanos desde 1960”, pero poco después recibe al alcalde electo de Nueva York en el Despacho Oval y lo elogia, añadiendo que seguramente hará una gestión “fantástica” en la Gran Manzana.

“Como te digo una cosa, te digo la otra”, dice Joaquín Sabina en “19 días y 500 noches”, como si estuviera interpretando la forma de razonar del magnate neoyorquino.

En lo referido a Ucrania, aunque finalmente termine arribándose a un acuerdo aceptable, sonó ridículo llamar “plan de paz” a un compendio de imposiciones a una sola de las partes, incluida la absurda exigencia de que no sólo renuncie a los territorios que hoy están ocupados por las fuerzas rusas, sino también entregue los territorios colindantes que el ejército ucraniano mantiene bajo su control conteniendo el avance del ejército invasor.

El mundo no vio a Trump como un mediador en busca de poner fin a una guerra, sino como un vocero de Putin que anuncia las exigencias del líder ruso a Ucrania para dejar de bombardearle ciudades, destruir viviendas, centrales eléctricas y hospitales, además de masacrar civiles.

Tampoco se vio al jefe de la Casa Blanca como un presidente que negocia como estadista con el príncipe criminal que maneja Arabia Saudita, sino como un lobista de Mohamed bin Salmán, empeñado en limpiarle su imagen manchada con la sangre del periodista disidente Jamal Khashoggi.

Generaba estupor ver y escuchar a Trump ensuciando la imagen del disidente ahorcado y descuartizado por orden del príncipe saudita, al que defendió de manera burda y atacando a los reporteros norteamericanos que, en la conferencia de prensa, preguntaban por aquel crimen perpetrado en el consulado saudita en Estambul.

Si su plan para imponer la rendición de Ucrania exhibió su oscura sumisión a Putin, su defensa del criminal príncipe árabe exhibió los intereses que sus empresas tienen en Arabia Saudita. En el arco político y en el periodismo también se escucharon muchas voces relacionando los intereses de Trump y Scott Bessent con bancos y fondos de inversión, en el gran coro de críticas a lo que hizo el presidente norteamericano para salvar a Javier Milei de un colapso financiero y, a renglón seguido, de una probable derrota electoral.

Ese salvataje de 40 mil millones, de los cuales la mitad nunca llegará a la Argentina, fue en parte para obligar al gobierno local a reducir los fuertes vínculos económicos que mantiene con China, hasta que desaparezcan por completo. Pero son muchas las voces que hablan de ganancias financieras exorbitantes para grupos allegados al líder republicano y a su secretario del Tesoro.

En todo caso, el salvataje que evitó un colapso financiero y la frase con la que conjuró una derrota del oficialismo en la elección legislativa al dejar en claro que si los argentinos votan contra Milei “nos retiramos” (o sea, olvídense de los 40 mil millones), fueron las jugadas de Trump que lograron sus cometidos. Nadie explicó mejor al votante que, si La Libertad Avanza retrocedía en las urnas, el día siguiente sería un “lunes negro” de esos que tanto aterrorizan a los comerciantes pequeños, medianos y grandes y a los empresarios pequeños y medianos. En el partido electoral que Milei estaba a punto de perder, Trump revirtió el resultado con un tiro libre pateado desde Washington, que entró en el ángulo del pánico económico argentino.

Contrastando con esa puntería milimétrica, en otras cuestiones se ve a Trump en un deambular errático, plagado de incoherencias y de iniciativas absurdas que suelen terminar en contramarchas.

Aplica y suprime aranceles; los incrementa y a renglón seguido los reduce. Mientras guarda un silencio indecente ante las masacres en Sudán, denuncia un genocidio contra los cristianos en Nigeria y dice que atacará militarmente a ese país africano. Pero después no dice nada más y actúa como si nunca hubiese hablado del tema.

Lo que está claro es que sus elogios y defenestraciones a otros líderes cada vez cotizan menos. Ningún gobernante puede vanagloriarse de ser elogiado por Trump, y ninguno puede considerarse afectado si Trump lo critica o repudia.

¿Por qué tendría valor el elogio o la defenestración en la boca de un líder que actúa como representante del asesino serial que gobierna Rusia y del príncipe saudita que ordenó asesinar, descuartizar y hacer desaparecer el cadáver de un respetado periodista árabe que tenía ciudadanía norteamericana?

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