Monday 8 de December, 2025

MUNDO | Hoy 06:50

Tiempos guarros

Occidente atraviesa otra etapa de liderazgos enfermos, en la que leer es un acto de rebeldía y la humildad y la sencillez son ensombrecidas por la idolatría del poder.

Son tiempos guarros. Tiempos de líderes y multitudes que idolatran a millonarios en lugar de admirar las mentes más brillantes en las personalidades más humildes.

Tiempos en que Occidente adora tótems de plástico y supura liderazgos grotescos. Algo que Carl Sagan percibía ya a finales del siglo 20 y llamó “glorificación de la estupidez”.

Por eso resurge la plutocracia. Camuflada en ideologías extremistas, reaparece la idea que los antiguos griegos definían como el cratos (poder) en manos de Plutón, que en la Teogonía de Hesíodo es el dios de la riqueza y, en su comedia sobre esa deidad, Aristófanes describe cegado por Zeus para que distribuya equitativamente la riqueza, en lugar de acumularla en pocas manos. En síntesis, la idea de que el poder político debe estar también, igual que el económico, en manos de los ricos. Lo que implica atribuirles una superioridad natural sobre el resto de los ciudadanos que les concede el derecho a gobernarlos.

En tiempos de fascinación por los poderosos, la humildad y la sencillez constituyen actos de rebelión y trincheras de resistencia.

Para la estadística y la razón, está claro que es más fácil convertirse en millonario que rechazar un millón de dólares. Sin embargo, hoy una inmensa mayoría en el mundo parece creer lo contrario.

Son demasiados los que admiran a quienes amasan fortunas infinitas, sin deparar en la grandeza de quien, viviendo con lo justo, rechaza recibir un premio millonario. Por eso son tan conocidos Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zukkerberg, pero casi nadie conoce a Gregori Perelman, el matemático ruso que ganó un millón de dólares por haber resuelto un enigma inextricable, pero se negó a recibirlos y siguió viviendo casi como un homeless en San Petersburgo.

Si la inteligencia y la lucidez guiaran estos tiempos, llamaría más la atención que una persona, siendo considerada mundialmente el matemático más brillante, rechazara la fortuna que le ofrecieron como premio por haber resuelto la Conjetura de Poincaré. Una afirmación no comprobada que formuló en 1974 el matemático francés Henry Poincaré sobre la Topología de los Espacios Tridimensionales, y Perelman pudo demostrar en el 2003.

Por esa proeza intelectual y científica, el célebre Instituto Clay de Matemática, con sede en Massachusetts, lo premió con un millón de dólares. Pero Perelman lo rechazó para resaltar la búsqueda pura del conocimiento como actitud superior a la búsqueda de fama y dinero.

La fortuna que le ofrecieron le importó tanto como a Diógenes los lujos y placeres que le ofreció Alejandro Magno por la admiración que le profesaba. Y así como el filósofo cínico respondió al “pídeme lo que quieras” de Alejandro pidiéndole “que te corras porque me tapas el sol”, el científico ruso pidió seguir siendo un desconocido que recorre como un fantasma las calles de San Petersburgo.

Gregori Grisha Yakovlevich Perelman también podría haber brillado en los escenarios del mundo como virtuoso violinista, un don que descubrió su madre y también maestra de violín cuando era muy pequeño. Pero los aplausos y elogios le interesan tan poco como el dinero. Por eso prefirió la vida pobre, solitaria y anónima que lleva.

Esa elección de vida que adoptó el dueño de una inteligencia superior a la del resto de los mortales y, por cierto, también a la de los mega-millonarios que hoy brillan en el Olimpo de las sociedades, es mucho más extraordinaria que la habilidad para multiplicar el dinero, gravitar sobre gobiernos y mostrar mansiones en las revistas de papel satinado.

Es el mundo que Almudena Grandes describió atiborrado de “creaciones instantáneas y satisfacciones fugaces”, donde “el ingenio suplanta a la inteligencia y el talento”. Por eso, para la autora de Las Edades de Lulú y del Atlas de la Geografía Humana, en este tiempo “leer es un acto de resistencia”.

La resistencia incluye adueñarse de la elección de lectura. El mercado, la publicidad y las modas imponen conductas de manada también en los lectores y, como explicó Nietzsche, “la dignidad comienza en el acto de resistir la presión del rebaño”.

A la consecuencia de ceder a la presión del rebaño en lo referido a la lectura, la explicó Haruki Murakami: “si solo lees los libros que todos los demás leen, vas a pensar lo mismo que piensan todos los demás”. Algo que sabían los ideólogos de los totalitarismos y que está debilitando las democracias actuales al generar desde las redes sociales liderazgos inauditos que dicen brutalidades sin causar estupor ni repudio.

En Anatomía de la Destructividad Humana, Erich Fromm explicó cómo “las sociedades enfermas producen líderes enfermos” que “se fortalecen en las masas ignorantes”.
En ese libro publicado en 1973, el filósofo y psicólogo alemán recurre a disciplinas como la neurofisiología y la paleontología, entre otras, para explicar los instintos de destrucción que se fusionan y fisionan en la especie humana.

Se trata de una obra de antropología y psicología social que, buceando las perturbaciones de personajes como Hitler, Himmler y Stalin, investiga cómo las carencias afectivas y la incapacidad de amar y de razonar con empatía, desembocan en un deseo de control total o, en su defecto, de destrucción absoluta.

En ocasiones, esas incapacidades y carencias pueden ser controladas por conductas sociales que permiten la convivencia o, al menos, la coexistencia. Por caso, el sentido de “respeto”, que según León Tolstoi “fue inventado para ocupar el lugar vacío donde debería estar el amor”. Pero en muchos casos, las patologías que incuban las sociedades en los distintos momentos de la historia van generando diferentes tipos de líderes patológicos.

Trump diciéndole a una periodista crítica con su gobierno que “dice esas cosas porque es fea…” y censurando a otra periodista por hacerle una pregunta incómoda diciéndole “tú cállate cerdita”, es sólo una muestra de los cientos de casos en los que el magnate neoyorquino recurre al uso de algo tan despreciable y tóxico como el bulling. Una más de las exhibiciones de violencia verbal y de reivindicación de la crueldad que hacen muchos líderes ultraconservadores en este tiempo de sociedades enfermas y “glorificación de la estupidez”.

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Claudio Fantini

Claudio Fantini

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