Donald Trump, Javier Milei y Jair Bolsonaro. (Cedoc.)
La fórmula del odio
La ola de conservadurismo “contra-liberal” que avanza en Occidente tiene diseñadores y manuales para producir líderes patológicos y crueles.
“La intolerancia, la estupidez y el fanatismo pueden contenerse por separado, pero si se juntan no hay esperanzas”, describió Albert Camus. Era la década del 50 pero parecía describir los liderazgos disruptivos de este tiempo. Los totalitarismos marxistas y fascistas hicieron la natural conjugación de intolerancia y fanatismo, como lo hace el oscurantismo religioso. Y en este nuevo retroceso de la historia se sumó la estupidez, conformando el tridente incontenible.
No se trata de supuraciones espontáneas de la sociedad, sino de productos creados por una ingeniería del odio. La que descubrió en las redes sociales el campo de batalla donde los nuevos jinetes del apocalipsis atacan al globalismo y a la democracia occidental.
Las mismas usinas que satanizan el multilateralismo, se ensañan con George Soros, niegan el cambio climático y aborrecen la diversidad sexual, además de promover la destrucción del Estado y considerar “comunista” a cualquier tipo de política social, son las que seleccionan los personajes adecuados para que, siguiendo recetas contra-liberales, reemplacen la democracia por plutocracias conservadoras.
Los seleccionados no se parecen en nada al político convencional y tienen una personalidad apta para canalizar fobias y repulsiones que amplios sectores deben contener cuando impera la corrección política. No es casual que en el norte de América un presidente ultraconservador recurra a la descalificación violenta, por caso llamando a Nancy Pelosi “degenerada repugnante”, mientras sus fans sudamericanos Bolsonaro y Milei exhiben un placer morboso al insultar con vulgaridad extrema.
La brutalidad en la violencia retórica aparece en el manual del liderazgo contra-liberal. Esos líderes son realmente así pero, siguiendo esas recetas, exacerban su lado oscuro.
El manual recomienda insensibilizar la sociedad naturalizando la crueldad. Eso hace Trump al recortar los programas sociales y desfinanciar organizaciones humanitarias que combaten el hambre en el mundo. Y lo hace Milei al valerse de la corrupción en la asistencia social para cortar todo tipo de asistencia, incluida la de las personas con discapacidades.
Ayudados por una nueva ignorancia, el mesianismo de este tiempo logra que amplias franjas sociales dejen de creer en la historia evidente, para aferrarse a la historia relatada en el formato de las redes sociales.
Así fue como Trump impuso la inverosímil imagen de que el sistema mundial de comercio que impulsó Washington hace 80 años y el capitalismo con Welfare State que rescató la economía de la Gran Depresión y a renglón seguido venció, primero, al III Reich y al Imperio Nipón, y luego a la URSS en la Guerra Fría, acabaron con la grandeza de los Estados Unidos, cuando es evidente que ocurrió todo lo contrario.
Es necesario “reclamar el derecho a no tolerar a los intolerantes”, explicó Karl Popper, a través de la “paradoja de la tolerancia”, en su libro La Sociedad Abierta y sus Enemigos. John Rawls defendió la necesidad de tolerar incluso a los intolerantes, pero fijó un límite. Para el autor de dos grandes libros del pensamiento liberal, La Teoría de la Justicia y Liberalismo Político, el límite llega cuando la intolerancia pone en riesgo la libertad y la justicia.
Décadas antes, Camus tuvo la visión que parece describir lo que hoy están viviendo muchos países, entre ellos Argentina. Para explicar el asenso de líderes que rozan lo impresentable, John Carlin incluyó la posibilidad de que las tecnologías que reducen la necesidad de acumular conocimiento y ejercitar la mente para afrontar interrogantes y problemas, esté produciendo generaciones negligentes e incultas. En las raíces está la muerte de lo predecible, causada por la cada vez más acelerada evolución tecnológica. Un proceso vertiginoso que hunde a la humanidad en la incertidumbre.
Sobre finales del siglo 20 empezó a caer el respaldo a los políticos tradicionales, por su falta de respuestas a los miedos e incertidumbres que genera la aceleración del cambio tecnológico. Las sociedades comenzaron entonces a buscarlas fuera del sistema, abriendo la puerta al “outsider”, con exponentes como Berlusconi y Fujimori.
Como no llegaron las respuestas, se recurrió al anti-sistema y, posteriormente, a la utopía regresiva que culpa de todo a la clase política, la intelectualidad y el periodismo, mientras promete el regreso a un pasado amable en el que el futuro se podía predecir. Este tipo de liderazgo fue incubado en las usinas especializadas en la conquista de la nueva plaza pública: las redes sociales.
Las plazas públicas reales tienen alma democrática por ser espacios donde los diferentes se encuentran, o sea, hay una unidad en la diferencia. En cambio las redes sociales son la plaza pública que no acerca a los diferentes sino lo contrario: alimenta sus fobias hasta atomizar la sociedad en grupos que se repelen.
Las usinas contra-liberales se especializan en alimentar fobias para que las personas se aglutinen en aldeas donde todos escuchan sólo aquello de lo que están convencidos. Así crece la intolerancia a quienes sienten y piensan diferente, exacerbando las diferencias hasta convertirlas en grietas que supuran odio al “otro”. Allí es donde el enemigo que necesita el autócrata reemplaza al adversario que actúa en la democracia liberal.
El centro es el único espacio donde la democracia se mantiene estable. En los polos, el sistema tambalea. Por eso centroderecha y centroizquierda son imprescindibles. Es la razón por la que el ideólogo de la Alt Right, Steve Bannon, llamó a “dinamitar el centro”. Eso hace desde Putin hasta Trump, pasando por Orban, Netanyahu, Milei, Bolsonaro, además de Cassaleggio, Grillo y Salvini, entre otros.
Esos líderes no surgen naturalmente. Son elegidos y potenciados por usinas que les exacerban la insensibilidad social; el desprecio a las diversidades; el negacionismo del cambio climático; el recurso de la vulgaridad y el insulto; las expulsiones humillantes como castigo al perfil propio, y la actividad aluvional generando cambios regresivos.
Todo eso explica el manual contra-liberal de los anti-globalistas. Ideólogos rusos y europeos moldean líderes patológicos en las redes sociales. El molde donde se mezclan la intolerancia, el fanatismo y la estupidez.