Milei hace lo suyo en el escenario mundial
Por qué se consolida como la última aparición de la nueva derecha. La alianza con Donald Trump y el alineamiento automático con EEUU.
En el mundo de los ciegos, el tuerto es rey. Por mucho que le encante a Javier Milei aludir a aquellas misteriosas huestes celestiales de origen bíblico que, dice, lo están ayudando en la guerra contra las fuerzas del mal, sabrá que el poder que ha acumulado aquí en la tierra depende de su convicción férrea de que en última instancia lo que más importa es el equilibrio fiscal. Desde su punto de vista, todo lo demás tiene que subordinarse al principio así supuesto ya que, una vez alcanzado lo que se ha propuesto, la economía no tardará en crecer.
Se tratará de una simplificación burda, ya que la realidad es un tanto más compleja de lo que le gustaría suponer, pero la sensación difundida de que, por fin, el país cuenta con un presidente que entiende la razón por la que a través de las décadas se ha depauperado, le ha permitido a Milei no sólo dominar el escenario político nacional sino también erigirse en un “influencer” mundial. Su éxito en tal ámbito puede atribuirse a su voluntad de culpar a la casta política internacional por la persistencia de la pobreza extrema en muchas zonas del planeta y por la frustración que sienten millones de jóvenes de clase media.
En el agresivamente suntuoso club privado de Mar-a-Lago, Milei compartió el podio con su dueño, el presidente electo Donald Trump, y el extraordinariamente ambicioso multimillonario Elon Musk, dos personajes que, tal y como están las cosas, parecen destinados a fijar el rumbo que tome buena parte del planeta en los años próximos. Lo que Milei tiene en común con ellos es la vehemencia de sus ataques contra el statu quo y su desprecio por lo que hasta hace poco era el consenso progresista imperante, ya que ni Trump, que se ha comprometido a rodear a Estados Unidos de murallas tarifarias altísimas, una propuesta que es netamente estatista, ni Musk, comparten su entusiasmo por las recetas de la Escuela Austríaca. Lo que les gusta de Milei es su carácter impulsivo y disruptivo; su apego a teorías económicas determinadas los tiene sin cuidado.
¿Traerá muchos beneficios concretos a la Argentina el que el presidente se haya convertido en una de las estrellas más fulgurantes de la llamada nueva derecha? En el corto plazo, es probable que sí, ya que Trump tiende a privilegiar a los dispuestos a rendirle homenaje y extrañaría que no incidiera en el clima de negocios la impresión de que el gobierno de Estados Unidos respaldará plenamente a un aliado tan incondicional como Milei. Sin embargo, a la larga, no podría sino ocasionar muchos problemas el proteccionismo trumpista combinado con la falta de competitividad de la mayoría de las empresas argentinas. Felizmente para éstas, hasta nuevo aviso no será viable el tratado de libre comercio con Estados Unidos que quiere Milei porque lo repudiarían los productores norteamericanos de bienes agrícolas.
Lo mismo que Trump, Milei se opone frontalmente a la agenda verde que está promocionando una minoría pequeña para apasionada que da prioridad a la lucha contra el cambio climático y cree que la temperatura mundial bajaría a los niveles de antes si todos dejaran de usar combustibles fósiles como gas, petróleo, carbón y madera. A menudo, los más angustiados por lo que está ocurriendo parecen convencidos de que sería razonable “salvar el planeta” sacrificando al género humano que, en su opinión, está comportándose tan mal que merece ser eliminado. Como suele suceder, el fanatismo de algunos, como los jóvenes que procuran destruir obras de arte porque a su juicio valen menos que sus propios objetivos climáticos, ha servido para convencer a personas como Trump y Milei de que se trata de una maniobra marxista para provocar caos en el Occidente industrializado.
Fue por tal motivo que, para indignación de los militantes ecológicos, Milei ordenó a la delegación argentina abandonar la cumbre anti-petróleo que se celebraba en Bakú, la capital de Azerbaiyán, una satrapía autoritaria cuya economía depende de la exportación del “oro negro”, en que los representantes de un centenar de países pobres aprovechaban la oportunidad que les fue brindada para acusar a los occidentales de ser responsables de todos los problemas climáticos existentes o previstos y pedirles trillones de dólares para recompensarlos por los daños sufridos y para permitirles llevar a cabo las reformas drásticas que, según los más verdes, serían necesarias para que en el futuro dependieran de fuentes de energía renovables.
Puesto que todos saben que la ayuda financiera así exigida terminaría en los bolsillos de gobernantes y funcionarios corruptos, es muy escasa la posibilidad de que se produzca la transferencia masiva de recursos reclamada por “el sur global”, cuyos regímenes no se destacan por su honestidad. Así y todo, los asistentes occidentales, y los periodistas de los medios internacionales que los acompañaban, fingieron tomar muy en serio la retórica de quienes se afirmaban perjudicados por los frutos de la revolución industrial.
Aunque parece innegable que el cambio climático es real, ello no quiere decir que sea posible revertirlo obligando a los países occidentales a desistir de usar combustibles fósiles, algo que China -que ya produce más gas de efecto invernadero que todos los demás-, India y otros en vías de desarrollo no tienen la más mínima intención de hacer. Como subrayan los disidentes, ningún país ha logrado enriquecerse negándose a seguir el camino trazado por los europeos y norteamericanos, Para más señas, en Estados Unidos y Europa, los esfuerzos por remplazar el petróleo por renovables como la energía solar o eólica han tenido consecuencias sumamente negativas. Por ser cuestión de modalidades muy ineficaces, los costos adicionales resultantes han golpeado con dureza a los sectores más pobres en los países desarrollados que, por razones ideológicas, están procurando prescindir de los insumos energéticos tradicionales.
Es por tal razón que en Alemania el gobierno centrista de Olaf Scholz y en el Reino Unido el laborista de Keir Starmer, están en graves apuros. Lo mismo que en Estados Unidos, en Europa insistir en que hay que anteponer la lucha contra el cambio climático al bienestar de la gente es considerado propio de elites adineradas, de suerte que la actitud asumida por Milei frente a la “COP29” de la ONU en Bakú dista de ser tan excéntrica como muchos suponen.
Para redondear una semana de frenético activismo internacional, Milei, escoltado como siempre por su hermana Karina, se fue a Rio de Janeiro donde se celebraba la cumbre del G-20 en que los líderes de los países supuestamente más influyentes del mundo trataban de brindar una impresión de armonía multilateral que, desde luego, era en buena medida ficticia. Para alivio de los que temían que el libertario aprovecharía la ocasión para insultar a sus pares “socialistas” y “globalistas”, comenzando con el anfitrión Lula da Silva, Milei optó por firmar la insulsa declaración conjunta y limitarse a aprobar una comunicación oficial del gobierno que encabeza en que llamó la atención a sus muchas discrepancias con el texto acordado.
¿Hipocresía? Puede que sí, pero nadie supone que coinciden en mucho políticos tan distintos como Lula, el sudafricano Cyril Ramaphosa, el norteamericano Joe Biden, el francés Emmanuel Macron, la italiana Giorgia Meloni, el indio Narendra Modi, el chino Xi Jinping y otros, algunos de países dictatoriales, que a pesar de sus muchas diferencias no vacilan en afirmarse a favor de las banalidades reconfortantes que están de moda entre los presuntos representantes de “la comunidad internacional”.
Por desgracia, reuniones más o menos amables como la del G-20 en Río de Janeiro raramente contribuyen a resolver conflictos que tienen al mundo en vilo, en especial los vinculados con la guerra no tan fría que están librando autocracias belicosas como Rusia contra las democracias de cultura mayormente occidental.
Aunque el régimen nominalmente comunista chino preferiría prolongar por un rato el orden mundial vigente, en cuanto Trump se haya instalado nuevamente en la Casa Blanca, podría estallar una guerra comercial de proporciones inéditas. Trump es tan nacionalista como Xi. Además de querer debilitar al rival geopolítico más formidable de Estados Unidos y del Occidente en su conjunto, está resuelto a proteger a los trabajadores norteamericanos que se han visto gravemente perjudicados por la industrialización ultrarrápida del “gigante asiático”.
Siempre y cuando los conflictos de este tipo permanezcan pacíficos, países de dimensiones menores estarán en condiciones de sacarles provecho. Es lo que muchos, entre ellos la Argentina, han estado haciendo, consiguiendo préstamos y convenios comerciales con China mientras advierten a los norteamericanos que sería de su interés hacer más para impedir que se conviertan en satélites económicos, pero si el próximo gobierno norteamericano decide que es de su interés estratégico poner fin a la influencia china en regiones determinadas como América latina, el juego así supuesto podría resultar contraproducente. Aunque al reunirse personalmente con Xi, Milei se aseveró dispuesto a “profundizar la cooperación binacional” con China, gestos en tal sentido podrían afectar su relación con Trump que, demás está decirlo, quisiera que su amigo argentino lo respaldara en una cruzada contra la dictadura comunista.
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