Aún le falta a la economía real, la micro, emular a la macro financiera que, para sorpresa de muchos especialistas en la materia, está recuperándose con rapidez de las heridas profundas que le fueron provocadas por varias generaciones de “degenerados fiscales”, pero tanto Javier Milei como el ministro responsable del área, Luis Caputo, parecen convencidos de que, dentro de poco, el tan ansiado boom se haga sentir en casi todos los sectores. El que la producción y el consumo estén subiendo, lo mismo que el índice de aprobación de la gestión presidencial, les infunde optimismo. Acaso les sea prematuro festejar lo que está ocurriendo, pero Milei, que se siente fortalecido por el triunfo electoral contundente de su “amigo” Donald Trump, cree que le brinda lo que necesita para intensificar la ofensiva cultural contra “el zurdaje” que, desde hace vaya a saber cuántos años, domina el discurso público.
Entre las primeras víctima de la purga que ha puesto en marcha está la ex ministra de Relaciones Exteriores Diana Mondino que, según el presidente, cometió el pecado imperdonable de permitir que, en la ONU, el país votara, como hicieron todos los aliados importantes de Estados Unidos con la única excepción de Israel, en contra del embargo norteamericano a Cuba.
¿Fue un malentendido ocasionado por el caos administrativo de un gobierno notoriamente ineficaz? ¿Le hicieron la cama? Milei no está para tales sutilezas. Tampoco le habrán motivado satisfacción los esfuerzos de la señora, que de zurda no tiene nada, por impedir que tuvieran repercusiones costosas sus ataques personales contra mandatarios extranjeros como el brasileño Lula. Para él, la señora mereció ser expulsada del gobierno por haber brindado la impresión de querer solidarizarse con la decrépita dictadura castrista. No sirvió para salvarle de la ira de las fuerzas del cielo recordarle a Milei que el embargo ha sido beneficioso para el régimen que, acompañado por los izquierdistas de América latina, insiste en que todos los muchos problemas que afligen a la isla que el “socialismo real” ha reducido a la miseria se debe a la hostilidad estadounidense. Otro error, quizás uno más grave, que a juicio del libertario cometió Mondino, fue tomar a las Naciones Unidas en serio sin reconocer que sean sólo un aglomerado de burócratas inútiles, escandalosamente bien remunerados, que se imaginan facultados para legislar para el mundo entero, usurpando así los derechos de los gobiernos nacionales.
De todos modos, Milei entiende que la revolución que está impulsando transciende lo meramente económico. Lo que tiene en mente es un trasplante de cerebro. Atribuye el desastre protagonizado por la Argentina a partir de las primeras décadas del siglo pasado al apego del grueso de sus dirigentes y, desde luego, del resto de la población a formas de pensar que, a la larga, garantizaron el fracaso colectivo. Estará en lo cierto, pero a pesar del rabioso fervor libertario que es su seña de identidad, está más que dispuesto a aprovechar el poder y los recursos financieros del Estado para apurar el cambio de mentalidad que cree necesario.
En este ámbito, la actitud de Milei se asemeja a la de Cristina Kirchner y otros peronistas que nunca vacilaron en repartir beneficios entre los leales a su causa particular y perjudicar a los reacios a apoyarla. Con todo, hay una diferencia fundamental; una vez en la Casa Rosada, Cristina, lo mismo que Néstor, modificaron drásticamente sus propios “principios” a fin de congraciarse con el progresismo vernáculo que “daba fueros”, mientras que Milei sigue adhiriendo con tenacidad a los suyos que, antes de que irrumpiera en el escenario nacional, eran privativos de una pequeña minoría de excéntricos que rendían culto a Friedrich von Hayek y otros anti-keynesianos de la Escuela Austríaca.
Sea como fuere, para extrañeza de algunos, el libertario se preocupa menos por la resistencia previsible al nuevo evangelio de los partidarios explícitos del sentido común de ayer, que por los reparos de quienes comparten buena parte de su análisis de la situación nacional pero quisieran que manifestara más respeto por las normas institucionales y, desde luego, que se expresara de manera menos vejatoria. Será por tal razón que odia tanto al periodismo independiente; quiere verlo remplazado por los “medios sociales” que le es más fácil manipular.
Como no pudo ser de otro modo, quienes se sienten preocupados por su desprecio por la libertad de opinión celebran el otorgamiento del premio Nobel de economía a tres estudiosos que se han dedicado a subrayar la importancia de las instituciones en el desarrollo de las distintas economías nacionales, pero puede que la actitud de Milei, que con la ayuda de Federico Sturzenegger está tratando de eliminar todos los obstáculos legales y burocráticos al crecimiento, no sea incompatible con los planteos de Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson.
Milei da por descontado que en las distintas reparticiones del Estado, entre ellas la Cancillería, hay muchos “impulsores de agendas enemigas de la libertad", y por lo tanto quiere llevar a cabo “auditorias” con el propósito de desenmascararlas para entonces, es de suponer, eyectarlas de los lugares que actualmente ocupan. Como es natural, la propuesta, que hace recordar al “patrullaje ideológico” que fue practicado por ciertos regímenes peronistas y militares, ha sembrado alarma entre todos los empleados estatales. ¿Serían capaces los “auditores” resueltos a alejar a ñoquis, militantes de La Cámpora y otros de la misma calaña de discriminar entre dichos personajes y los funcionarios de carrera que siempre han dependido exclusivamente de sus propios méritos? ¿O privilegiarán a aquellos que se afirmen libertarios de corazón, de tal modo manteniendo el Estado tan politizado como antes.
Hay una contradicción evidente entre el Milei que esporádicamente grita “¡Viva la libertad, carajo!” y el mandatario que no disimula el desprecio soberano que siente por quienes no comparten todas sus ideas. Se trata de la diferencia que se da entre aquellos políticos que defienden sus posturas con argumentos racionales persuasivos y los adictos a la violencia verbal que procuran apabullar a los adversarios de turno. Es una propensión que puede tomarse por un síntoma de inseguridad. Después de todo, los convencidos de que tienen razón no suelen comportarse como matones barriales.
Por haber tanto en juego, a Milei no le convendrá correr el riesgo de provocar una reacción contra el programa ambicioso que representa por parte de los muchos que están dispuestos a respaldarlo pero son alérgicos a la intolerancia que es una de sus características más llamativas y menos atractivas. Lo comprenda o no, la libertad radical que Milei pregona es incompatible con el autoritarismo que practica. En el corto plazo, la vehemencia extrema puede servir para entusiasmar a sus seguidores más embelesados, pero molestará tanto a muchos que de otro modo lo apoyarían.
Fue en buena medida gracias a la agresividad extrema con la que defiende su propio ideario que Milei logró derrotar a la gente de Juntos por el Cambio y al populismo peronista en el camino hacia la presidencia de la República, pero desde entonces le ha obrado en contra al brindar a sus enemigos pretextos convincentes para intentar frenar las reformas que cree precisas. Si bien ha logrado mucho, de ahí los impresionantes éxitos macroeconómicos que se ha anotado, no ha conseguido formar una coalición que, bien manejada, sería capaz de asegurar que resulte definitiva la transformación que está impulsando pero que dista de haberse consolidado. Aun cuando sea lógico que no quiera que el proyecto libertario se vea diluido por la presencia en el elenco gobernante de tibios sospechosos de oportunismo, hasta nuevo aviso requerirá contar con la aprobación de muchos integrantes de “la casta” que, le guste o no, es inseparable del sistema democrático.
Milei y el nuevo canciller Gerardo Wertheim -un nómada ideológico que, luego de acercarse al kirchnerismo, se ha mudado a un lugar de privilegio en el recinto libertario- se afirman decididos a desmembrar al cuerpo diplomático echando a la mitad de sus integrantes. Es una empresa que a buen seguro los enfrentará con muchas dificultades legales. Puede que no provoque demasiados problemas la eliminación de los militantes políticos recién promovidos por el gobierno de Alberto Fernández, pero los que son profesionales muy bien preparados serán más que capaces de defender sus derechos adquiridos en los tribunales, sobre todo si tienen motivos para creerse víctimas de prejuicios ideológicos.
Si bien Milei, como Karl Marx, a veces habla como si quisiera abolir el Estado por completo, parecería que, por ahora cuando menos, se conformará con podarlo de las excrecencias corruptas que se han acumulado a través de los años. Es una tarea que ha emprendido con entusiasmo el ministro de Desregulación y Transformación del Estado. En el fondo, Sturzenegger es mucho más “estatista” que los peronistas que usaron el sector público como una esponja para absorber a quienes no encontrarían empleo en el sector privado, ya que aspira hacer del funcionariado una elite meritocrática que sea equiparable con las de países prósperos como Francia y Japón.
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