Un niño palestino desplazado ondea una bandera nacional palestina mientras camina sobre los escombros de un edificio destruido en el campamento de refugiados de Bureij, en el centro de la Franja de Gaza. (Eyad Baba / AFP)
Milei y el conflicto en Medio Oriente: palabras que nadie frenó
El Presidente acusó a la "sociedad" palestina por los ataques de Hamás, una gravísima demonización que todos le dejaron pasar.
Para subrayar su compromiso con la veracidad y la honestidad intelectual, Sartre dejó en claro que “cada palabra tiene consecuencias y cada silencio también”. El autor de "La Náusea" y de "El Ser y la Nada" asumió la responsabilidad de los efectos que tengan sus palabras y sus silencios. Cuando en los formadores de opinión y los líderes escuchados por la sociedad, esa responsabilidad se pierde, y cuando en lugar de cuestionamientos o pedidos de explicación por lo dicho, lo que sobreviene es el silencio, es porque la política y la sociedad enfermaron.
Eso está pasando en muchas partes del mundo y también en Argentina, donde una palabra en un discurso presidencial debió generar múltiples reclamos de explicación, pero lo único que se escuchó fue el silencio, o sea la ausencia de reacción.
En las plateas, tertulias, cazuela y palcos del Teatro Colón debió retumbar ensordecedora la palabra “sociedad” en un tramo del discurso que dio Javier Milei en el acto del aniversario de la DAIA.
Refiriéndose al pogromo sanguinario perpetrado por Hamás en el 2023, Milei dijo que aquel “7 de octubre todos pudimos ver la cara del mal; vimos cómo una sociedad cometía, filmaba y compartía orgullosa al resto del planeta los crímenes más aberrantes de los que se tenga memoria”.
Sin dudas, el ataque de Hamás fue una atrocidad que evidenció una vez más su naturaleza repugnante. Pero el presidente dijo que “una sociedad” actuó de esa manera deleznable. Y haber dicho “sociedad”, donde debió decir “Hamás” o “terrorismo ultraislamista”, implica culpar a la población civil de Gaza por lo que hizo la criminal organización que impera sobre ella. ¿Cree que la sociedad civil de un territorio controlado por una entidad sanguinaria puede estar informada y expresarse a sí misma? ¿Cree que todo el pueblo gazatí, incluidos los más de 80 mil muertos civiles con las decenas de miles de niños que integran esa estadística lúgubre, son culpables del ataque abominable que perpetró una organización abyecta?
Lo que hizo Milei fue criminalizar a toda la población del enclave palestino para quitarle peso a los crímenes cometidos por orden de Netanyahu, en respuesta al 7 de octubre. Culpó a “una sociedad” por el aberrante crimen cometido por Hamás, para demonizar una población entera, “justificando” de ese modo los crímenes que cometió Netanyahu en la guerra de tierra arrasada que intenta justificar con el pogromo del 2023.
Si todos “vimos cómo una sociedad cometía, filmaba y compartía orgullosa al resto del planeta los crímenes más aberrantes de los que se tenga memoria reciente”, esa sociedad merecería (según pretende el oscuro razonamiento agazapado entre líneas) haber sido blanco de una guerra de tierra arrasada que destruyó más del 70 por ciento de las viviendas y la infraestructura pública, además de aniquilar decenas de miles de personas. Pero nadie lo corrigió ni le pidió explicación.
Asumir el compromiso de combatir el antisemitismo, como hizo Milei en ese acto de la DAIA, es correcto. Pero de esa abyección que es el antisemitismo forma parte la miserable estratagema de acusar de antisemita a quien cuestione lo que hace un gobierno de Israel. Una treta totalitaria usada por los dictadores. A quienes cuestionaban su dictadura, Fidel Castro les respondía acusándolos de “atacar a Cuba”. Lo mismo hace Nicolás Maduro, según el cual denunciar su fraude y su régimen calamitoso es “atacar a Venezuela”.
Nada es más antisemita que la banalización del antisemitismo que hace el gobierno de Netanyahu. Los líderes israelíes que lo hacen merecen el rótulo con que los definió José Saramago: “rentistas del holocausto”. En este caso, Netanyahu y sus aliados fundamentalistas actúan como “rentistas” del aberrante pogromo de Hamás contra civiles israelíes.
También Mauricio Macri dijo algo que debió tener consecuencias, pero sólo sobrevino el silencio. Contando a su entrevistador que en 1989 viajó con su padre a China, dijo que allí se trasladaban en autos oficiales que iban atropellando gente en bicicleta. “En cada viaje que hacíamos volaban por el aire cinco o seis bicicletas... pum, volaba un tipo a la mierda y quedaba tirado, sin levantarse, desmayado o muerto, no sé… ¿qué loco, no?"
Quien contaba semejante barbaridad como si fuera una anécdota graciosa fue presidente de la Argentina. ¿Qué loco, no?
Como si a Milei y a Macri los hubiera escuchado Fontanarrosa cuando, recurriendo a dos subdisciplinas de la Física (la óptica y la acústica), explicó el fenómeno en los siguientes términos: “Debido a que la velocidad de la luz es mucho mayor que la velocidad del sonido, ciertas personas nos parecen brillantes hasta que escuchamos las pelotudeces que dicen”.
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