Javier Milei (Cedoc)

Psicología de la crueldad: el goce de Milei

Para el Presidente el mal son los otros y su misión consiste en disciplinarlos o aplastarlos. Los métodos y enemigos que comparte con su archienemiga Cristina.

Un niño de 11 años mira una noticia en la televisión de su casa. Aunque todavía está lejos de tener algo parecido a una opinión formada, sospecha que no es bueno lo que cuenta el aparato. Y comete un pecado imperdonable, uno que lo marcará para toda su vida: dice en voz alta lo que piensa. Su padre, en cambio, cree exactamente lo contrario. Y contesta los dichos de su hijo de la única manera que sabe.

La golpiza que le da, una de tantas, es brutal. Tan bestial es que su otra hija, dos años menor, se desmaya sólo de presenciar la escena. Papá y mamá quieren mucho más a la nena que al nene, y no lo dudan ni un instante: lo dejan solo en el hogar y llevan a la chica al hospital. Desde ahí el joven humillado, abandonado y lastimado recibe un llamado. Del otro lado del teléfono llega la peor noticia que podría imaginar, que afecta al único ser humano que lo ve como algo más que una bolsa de carne que sólo sirve para ser lastimada. “Tu hermana se va a morir. Y va a ser culpa tuya”, le dice su propia madre. Cinco décadas después, ese niño golpeado será elegido Presidente.

Aunque esta historia podría ser parte de una película oscura, no es para nada una ficción. Sucedió el 2 de abril de 1982, cuando un entonces infante Javier Milei se enteró de la Guerra de Malvinas y opinó que “iba a terminar mal”, lo que desató la furia y los golpes paternos. Esa misma persona, que cuando podía zafar de las palizas en el hogar se tenía que enfrentar al bullying en el colegio, que luego le costó tanto sociabilizar que consiguió su primer amigo recién a los 35 años y su primera pareja a los 47, que pasó una decena de navidades y años nuevos encerrado solo con su perro en su departamento, que cuando ese animal murió empezó a hablar con él desde el más allá vía su hermana medium, es quien hoy maneja los destinos del país.

Y hay un hilo que conecta toda la violencia que recibió Milei en su vida con cómo es como gobernante. Que echa luz sobre por qué cada vez que el mandatario abre la boca tiene una catarata de agresiones de todo tipo para dedicar a quienes considera sus enemigos, por qué su gobierno festeja despidos y celebra el “mayor ajuste de la historia”, incluso sobre temas tan sensibles como los medicamentos oncológicos, por qué usa como insultos a discapacidades, por qué divide al país entre los “argentinos de bien” y “de mal”, por qué no se conmueve ante el sufrimiento ajeno. Por el contrario, hay un disfrute del mandatario en cada una de estas situaciones. Es el goce de Milei en la crueldad.

Griterío

El sábado 28 de septiembre Milei gozó. A lo grande. La Libertad Avanza festejó su nacimiento como partido político formal en el Parque Lezama. Y el mandatario desplegó desde la tarima toda su personalidad: un repaso autocelebratorio de su biografía, los hitos de su camino político, y su visión populista de él como el único representante válido del pueblo argentino que lucha contra la casta. Es decir, una manera de hacer política muy parecida a la que tenía Cristina, dividiendo a los “buenos”, a los que ellos lideran sin permitir una pizca de pensamiento crítico, versus los “malos”, que son todos los que los enfrentan.

El acto en Lezama tuvo también su momento de violencia explícita. “Quiero que sepan de mi eterno agradecimiento a todos estos militantes que nada tienen de troll, pedazo de soretes. Acá tienen los trolls, periodistas corruptos, ensobrados, estos son los trolls, los que muestran la realidad que ustedes nunca dejaron ver por tener el monopolio de los micrófonos”, dijo a viva voz el Presidente.

Y cuando su público, alrededor de 5 mil personas, empezó a corear “hijos de puta, hijos de puta”, Milei los arengó. “Escuchen, periodistas ensobrados, esto es lo que siente la gente por ustedes”, alentó el libertario, mientras agitaba sus brazos para encolerizar aún más a la muchedumbre. Lejos de interpretar un papel, al mandatario se lo vio visiblemente emparentado con el enojo de sus fans.

No fue el único momento de agresividad manifiesta de ese acto. Es que antes del mandatario había hablado la menor de los Milei, el debut como oradora de la niña que se desmayó al ver cómo su padre golpeaba a su hermano. “Ellos están en el Congreso, están en los sindicatos, están en las organizaciones sociales y también están en los medios. Sí, están en todos lados”, había dicho la secretaria general en su discurso, refiriéndose a la “casta”. “Ahora reemplacen 'ellos' por 'los judíos'. Es el discurso conspiranoico nazi y antisemita”, acotó después el escritor y especialista en pensamiento judío, Facundo Milman.

La noche de furia de los hermanos tendría su corolario en las redes. Luego de pelearse con el periodista oficialista Ignacio Ortelli, Milei subió un perturbador video: una cocina repleta de veneno a la que se deslizaba, por un tobogán, una rata atrás de otra. Se retorcían de dolor, chillaban y morían con enorme sufrimiento. El epígrafe que el mandatario eligió para acompañar esas imágenes fue “arte en estado puro”.

Todas estas escenas violentas sucedieron solamente en la noche del sábado. ¿Qué hay detrás de la impronta presidencial? La psicoanalista y docente Nora Merlín detecta un “góce sádico” en Milei, y lo relaciona con la etapa de la infancia que Freud definió como “anal sádica”, que quizá tenga algo que ver con las reiteradas referencias al “culo” que hace el mandatario (ver columna).

“El goce es una actividad pulsional y compulsiva, no es racional ni manejable, es constitutivo de todo sujeto. Ese goce es una perturbación permanente, pero hay mecanismos para defenderse contra esa pulsión, como la represión, la inhibición, la sublimación. Pero tenemos un Presidente que no utiliza esos mecanismos defensivos, no hay una inhibición sino todo lo contrario, hay una exhibición, una demostración. El sadismo es una insensibilidad, una indiferencia o un goce con el daño”.

Psiquis

Milei sufrió bullying en el colegio. Ahí lo golpeaban, lo marginaban y lo llamaban “el loco”. Desde que se recibió en el Cardenal Copello jamás lo volvió a pisar. El 6 de marzo volvió, ya como Presidente, como si quisiera demostrar algo con su nuevo cargo. Y hubo en ese acto ante alumnos un atisbo de ese chico al que le sacaron la sensibilidad a base de trompadas y burlas: cuando un niño se desmayó detrás suyo, Milei no sólo no se inmutó sino que hasta hizo una broma. “Juro que no los nombro más”, dijo en referencia a los “zurdos” de los que venía hablando cuando el estudiante perdió la conciencia.

No fue, para nada, un hecho aislado. Situaciones de este tipo se repitieron a lo largo de toda su administración y de su carrera. “Si no es rentable para el sector privado no es deseable socialmente”, le contestó a un seguidor suyo cuando le preguntó si se podría hacer una ruta a un pequeño pueblo que lo necesitaba, y en otra oportunidad declaró que “si no pueden pagar” los “pequeños pueblos” no tendrán cloacas.

Varias veces festejó despidos de empleados estatales en sus redes, con la consigna “afuera” o “que vayan a laburar”, llegando incluso al paroxismo de que en marzo celebró 70 mil expulsiones en el Estado cuando en verdad habían sido 15 mil. Del gobernador de Chubut, Ignacio Torres, se mofó compartiendo una imagen que lo mostraba como si tuviera síndrome de Down, mientras que prometió “fundir” a “todos” los mandatarios provinciales que no se sometieran a sus órdenes.

En reportajes fue aún más explícito. “No tengo por qué lidiar con las emociones, yo hablo de números”, contestó cuando le preguntaban sobre el mal pasar de los jubilados. Ese es un tema que se ve que no lo sensibiliza demasiado. “Yo miro los números macro, no los chiquitos”, le dijo a Chiche Gelblung cuando le preguntó por este tema -según el periodista, por esto es que Milei no le volvió a dar un reportaje-, y en una nota con la BBC la situación fue tragicómica: la periodista le repitió cuatro preguntas idénticas, sobre “qué le diría a un jubilado” que está mal con su economía, algo que una y otra vez el Presidente se negó a contestar.

“El punto es el siguiente: usted no puede hacer una evaluación macroeconómica por la situación particular de un agente”, fue su última respuesta. “¿Qué le dice a la gente que no puede llegar a fin de mes?”, le dijeron durante un acto en Córdoba, a lo que Milei acotó que “si no llegaran a fin de mes, ya se hubieran muerto”. La lista podría seguir, incluyendo no sólo a Milei sino a varios integrantes del oficialismo, como Manuel Adorni -“saluden a Telam que se va”, posteó en sus redes cuando el Gobierno anunció el cierre de la agencia y el despido de sus trabajadores- o Diana Mondino, que cuando Mirtha Legrand la consultó sobre el drama de los jubilados le respondió que “si tenés no sé cuántos años es seguro que te vas a morir”.

En el streaming Gelatina, el escritor Martín Kohan aportó una hipótesis. “La crueldad está de moda en la Argentina, cae bien. Milei se regodea con la crueldad que, lejos de ser condenada, es vista como algo aceptable e incluso admirado por algunos sectores”. Y explica también la falta de sensibilidad del Presidente con cómo entiende el mundo. “Él no concibe a un ser humano como otra cosa que como un productor y un consumidor, que las relaciones sociales son relaciones de beneficio, de oferta y demanda, y que eso es todo en la sociedad. Cualquier otra variable de conducta como el deseo, el placer, el afecto es para él prescindible o engañoso”.

Quizá las razones de este comportamiento político estén en la biografía turbulenta del libertario. Fernando Ulloa, uno de los fundadores de la carrera de Psicología de la UBA, investigó sobre cómo una infancia compleja transforma a un niño violentado en un adulto cruel. Milei entra en los estudios de Ulloa dentro de la categoría de un “sobreviviente” con secuelas graves. Allí se señala que las personas que sufrieron crueldad tienden a reproducirla sin ser conscientes.

No necesariamente recurren a impartir a otros la violencia física recibida, pero sí a ejercer violencia verbal, gestual y psicológica, a veces bajo la justificación de que sólo están diciendo la verdad y lo que piensan. En un texto de hace dos décadas, una de las seguidoras del psicoanalista, la profesora Ana Fernández, explicaba que “estas personas golpean con las palabras, carecen de registro de la dimensión de su hostilidad o de su propia crueldad. No saben cuidar ni cuidarse”.

Espejo

Está claro que, más allá de los impulsos personales de Milei, hay una búsqueda detrás de toda la agresión y la violencia. Este medio lo sabe bien: por investigar al libertario desde que se lanzó a la política, descubriendo temas espinosos para él como sus reiterados plagios o sus contactos con su perro en el más allá, el Gobierno persigue a Perfil de varias maneras, mientras que el propio Presidente declara en público que desea que esta editorial “quiebre”.

Lejos de ser un caso aislado, el hostigamiento contra este medio es parte de un plan sistemático para amedentrar a todo aquel que investiga, cuestiona o incluso opina distinto que el líder. Decenas de periodistas y artistas -por no nombrar políticos- lo pueden atestiguar.

Sin embargo, el otro gran interrogante es por qué todo esto es tan efectivo. Milei ganó mostrando los mismos modos y pensamientos que ahora ejerce desde el poder. “En su simpleza, virulencia, odio, procacidad, sexualidad explícita y radical violencia, Milei supo capitalizar lo que Peter Sloterdijk denonimaba 'bancos de ira', utilizando un discurso llano y de raigambre popular, supo condensar y resumir en su lenguaje sentimientos colectivos de décadas de frustraciones de la sociedad frente a las promesas incumplidas de justicia social”, explica el escritor e investigador Adrián Melo en la revista Anfibia. El Presidente es, en ese sentido, sólo el mejor personaje de una Argentina enojada igual que él.

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