Vista aérea tomada con un dron de agricultores cosechando castañas de agua, en la aldea de Quanxin del poblado de Donglin en la provincia de Zhejiang, en el este de China. (Xinhua/He Weiwei)

El clima como coartada: China lidera el cambio que más le conviene

Mientras Trump cuestiona el “fraude climático”, Beijing teme que el derrumbe del consenso ambiental deje sin compradores a su gigantesca maquinaria verde.

Cuando Donald Trump declaró en Naciones Unidas que el cambio climático es “la estafa más grande de la historia”, dejó vacante un espacio simbólico de liderazgo ambiental que China ocupó inmediatamente. Pero el gesto de Beijing no nace del altruismo ni de una epifanía verde, sino del miedo. Teme que su último bastión industrial, el único sector donde conserva alguna ventaja tecnológica, se desmorone si Occidente abandona el juego del pánico climático. Porque si el cambio climático pierde relevancia, ¿quién comprará los paneles solares chinos que sobran en los depósitos de Shenzhen?

China produce el 70% de los autos eléctricos del mundo, el 92% de las células solares y el 98% de los componentes fotovoltaicos. Toda su sobrecapacidad industrial, ese viejo talón de Aquiles reconvertido en estrategia de dumping global, se dirige a sectores que dependen de que el calentamiento global se mantenga como dogma incuestionable. El Estado chino necesita que las conferencias climáticas sigan declarando emergencias y que Europa prohíba motores a combustión. También demanda que Estados Unidos subsidie la transición porque lo único que queda de la vieja maquinaria exportadora es eso: una apuesta desesperada a venderle al mundo su reconversión energética, diseñada, ensamblada y financiada por Beijing.

La paradoja es obscena ya que China es responsable de cerca del 30% de las emisiones globales y abre plantas de carbón como si fueran panaderías. Sin embargo, ahora se presenta como abanderada del planeta limpio. El colapso de su sector inmobiliario, la caída de la demanda externa, la guerra tecnológica con Washington y la desconfianza financiera internacional dejaron a Beijing sin muchas cartas. Y sólo le queda una: exportar la transición ecológica como antes exportaba camisetas. Y si el mundo duda del cambio climático como motor económico, todo ese andamiaje tambalea.

Por eso, cuando Trump ironiza sobre el fraude climático, lo que sacude es el consenso ambientalista así como el modelo de sustitución industrial chino para sobrevivir a la nueva guerra fría. El liderazgo climático de Xi Jinping es, en realidad, una estrategia comercial envuelta en una narrativa ecologista. China no lidera el combate al cambio climático; lidera la monetización del miedo climático.

Así como en otros tiempos el Partido Comunista usó el marxismo como escudo para legitimar intereses de poder, hoy usa la retórica ambiental para blindar su nuevo modelo exportador. No hay convicción ideológica. Hay oportunismo ideológico. La China que quema carbón mientras predica energía verde es la misma que critica el imperialismo mientras coloniza con deuda a medio planeta. La contradicción no es un error: es el plan.

El liderazgo chino en temas climáticos no debe leerse como gesto de civilización, sino como maniobra de supervivencia. Si el mundo se convence de que Trump tiene razón y que el clima no es el apocalipsis inminente que justificaba comprar cualquier cosa verde, el sueño industrial chino se convierte en pesadilla financiera. Y entonces, otra vez, Beijing deberá reinventarse. Esta vez, sin discurso con qué disfrazarlo.

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Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.

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