Cristina Kirchner (Pablo Temes)

El pasado lucha por sobrevivir

Por qué a Cristina Kirchner por primera vez se la animan los suyos. La presidencia del PJ y la conveniente pelea con Milei.

Aunque el sueño de “la unidad nacional” sigue fascinando a muchos, el universo político argentino difícilmente podría estar más dividido. Es un batiburrillo líquido -para emplear un adjetivo que se ha puesto de moda- en que flotan individuos sueltos que buscan algo sólido al que aferrarse. Hace poco, muchos lo encontraban en organizaciones como La Cámpora que fueron engendradas por el matrimonio Kirchner, pero, mal que le pese a Cristina que, por orgullo y por temor a lo que estaría por depararle la Justica, está procurando frenar el paso del tiempo que está llevándola hacia el olvido, han perdido su poder de atracción.

¿A Cristina la ayudaría si se convirtiera en jefa formal del Partido Justicialista o, quizás, en gobernadora de la Provincia de Buenos Aires? Si bien le sería mejor que, como quisiera Javier Milei, verse encajonada -políticamente, se entiende- al lado del cadáver de la facción que por dos décadas dominó a la Argentina, sus eventuales logros en tal sentido tendrían consecuencias calamitosas para el país. La mera sospecha de que los kirchneristas pudieran volver a sus andanzas es más que suficiente como para aterrorizar a los inversores en potencia.

Para desesperación de sus dirigentes, los partidos tradicionales se han fragmentado, pero el más nuevo, la Libertad Avanza de Milei, dista de haberse consolidado. Es unipersonal; su destino depende por completo de aquel del gurú fundador. Privado del hechicero que lo inventó, estallaría en mil pedacitos.

Tanto la UCR como el PJ dependen en buena medida de la nostalgia de aquellos que una vez optaron por integrarlos. Son sus hogares espirituales, sus zonas de confort. Si bien ambos hicieron sus aportes a la crisis terminal que Milei supo aprovechar, no les está resultando nada fácil reconocer las dimensiones de su contribución al desastre.

En cuanto al PRO de Mauricio Macri, se ve atrapado entre la tentación de privilegiar una variante muy dura y bastante excéntrica de su propia ideología aliándose formalmente con el gobierno actual, y la de asumir una postura cooperativa pero así y todo crítica de las extravagancias presidenciales, sobre todo del extraordinariamente vulgar estilo verbal que el presidente ha patentado que es de por sí un síntoma de decadencia cultural. Por un lado está el conservadurismo ilustrado de los macristas más fieles, por el otro está el oscurantismo vehemente de los tentados por el mileísmo explícito que, como el kirchnerismo, quiere sacar provecho del rencor que siente una parte sustancial de la población..

Todas las agrupaciones que están luchando por mantenerse intactas en una época que está signada por el cambio se ven obligadas a adaptarse a circunstancias que, hace apenas un par de años, nadie pudo prever. En esta empresa, el PJ cuenta con ventajas negadas a sus rivales. Por ser tan difuso su ideario, puede ser neoliberal por un rato, como era a mediados de la gestión de Carlos Menem, y fervorosamente estatista y despilfarrador con los Kirchner en los años siguientes. Cortoplacistas por instinto, los peronistas pueden adoptar cualquier proyecto ideológico que les parezca útil

A diferencia de partidos que se estructuran sobre una base programática, aspiración ésta de los radicales, el PJ es esencialmente caudillista. Siempre ha operado como una asociación de ayuda mutua cuyos afiliados anteponen la supuesta lealtad hacia el jefe de turno a cualquier principio definible. Si el Líder Máximo -o Lideresa Máxima- dice que blanco es negro, hay que coincidir en que, pensándolo bien, está en lo cierto. Huelga decir que la obediencia debida que está en su ADN ha provocado un sinfín de problemas al país y también al movimiento mismo.

Entre otras cosas, hizo posible la llegada al poder de Isabelita Perón que, acompañada por “el brujo” José López Rega, un personaje cuyas lucubraciones esotéricas se parecían a las de Milei,  no tardó en ser superada por la crisis tremenda que su marido y los demás compañeros habían desatado. ¿Quería la vicepresidenta Victoria Villarruel recordarles a los peronistas este capítulo de su historia cuando se le ocurrió abrazar a Isabelita en Madrid?  ¿O sólo le interesaba el que el gobierno que encabezaba la bailarina ordenara a las fuerzas armadas “aniquilar” -una palabra que en el léxico militar tiene connotaciones que son menos cruentas que en el civil- a los terroristas peronistas de Montoneros y los marxistas del ERP? Sea como fuere, a Javier no le gustó del todo el gesto de solidaridad de Victoria que, sospecha, está procurando erigirse en jefa de un movimiento imbuido de nacionalismo católico militarista y papista que tendría muy poco en común con el que está construyendo.

El “verticalismo” peronista está detrás del melodrama que están protagonizando Cristina y Axel Kicillof, un hombre que, para sorpresa de muchos, por fin se ha rebelado públicamente contra la mujer que lo puso en el lugar que ocupa. Lo mismo que Alberto Fernández, Kicillof debe el lugar que ocupa en el mundillo político a Cristina pero, a diferencia del tan despreciado ex presidente, parece decidido a declararse independiente y competir contra ella por la jefatura del PJ, si bien por ahora se conformaría con permitirle al gobernador riojano Ricardo Quintela cumplir tal rol.  Como muchos han señalado, se trata de los gobernadores menos respetados del país, pero el peronismo está tan desmoralizado que parecería que la evidente falta de idoneidad de los dos no les está perjudicando, acaso porque los compañeros dan por descontado que aún no ha aparecido nadie que esté en condiciones de liderarlos.

De no haber sido por sus muchas penurias judiciales, Cristina ya se hubiera retirado de la política activa para desempeñarse como una de las estrellas del firmamento progresista internacional que, si bien ha perdido buena parte del brillo que una vez tenía, aún conserva cierto módico glamour y, desde luego, dispone de mucha plata. No puede hacerlo porque entiende que lo único que podría servirle para blindarse contra la Justicia en este mundo tan ingrato es el poder político. Tiene razón: si Cristina fuera un mortal común, habría estado entre rejas desde hace tantos años que ya estaría por salir. Sin embargo, gracias a los fueros que coleccionó en el transcurso de su carrera impresionante, ha conseguido prolongar su libertad ambulatoria hasta nuestros días. 

¿Continuarán funcionando dichos fueros? Si bien aquí la Justicia, que se asemeja a la italiana, se mueve con lentitud exasperante, muchos creen que dentro de poco atrapará a una mujer que, como tantos mandatarios de países de instituciones defectuosas, hizo de la corrupción un sistema de gobierno al enriquecerse ella misma y crear un entorno de multimillonarios instantáneos.

Desgraciadamente para Cristina, no le es dado sacar provecho de lo de “roba pero hace” que, hasta en países muy prósperos, permite a dirigentes inescrupulosos delinquir con impunidad. Fueron tan malos los resultados de su gestión en los doce años en que fue presidenta o vicepresidenta que un movimiento menos personalista que el peronista la hubiera jubilado hace mucho tiempo. Con todo, a juzgar por las encuestas, en los distritos más miserables del conurbano bonaerense Cristina sigue contando con un nivel de apoyo tan envidiable que el gobernador provincial Kicillof se ve constreñido a tratarla con respeto. Por supuesto, el que un ex ministro de Economía cuyo aporte, la mala praxis mediante, a la ruina del país ha sido tan enorme, ya que fue directamente responsable de la pérdida, por fallos adversos en tribunales internacionales, de decenas de miles de millones de dólares, haya podido aspirar a posicionarse como jefe de la oposición y por lo tanto como la alternativa al gobierno actual, es de por sí alarmante.

Cuando era presidente, Macri suponía que le beneficiaría tener a Cristina y sus adláteres como sus enemigos predilectos. Confía en que el grueso del electorado preferiría tolerar un ajuste suave a arriesgarse entregándose nuevamente a lo que en su opinión y la de muchos otros era una banda de corruptos ineptos que querían hacer de la Argentina una versión austral de Venezuela y Cuba, países antes relativamente prósperos que se habían depauperado en nombre de progresismo izquierdista. Demás está decir que en aquella oportunidad los macristas cometieron un error estratégico gravísimo; aunque el desprecio que sentían por los kirchneristas y por lo que proponían pudo justificarse, subestimaban su capacidad para cosechar votos entre los decepcionados por los resultados de su propia gestión.

¿Corre el mismo riesgo Milei al incluir a Cristina y Kiciloff entre los blancos favoritos de sus dardos venenosos? Puede que no, ya que el saldo de la gestión del binomio Alberto-Cristina, más la contribución de Sergio Massa, fue mucho peor que aquel del gobierno cuyo candidato presidencial, Daniel Scioli, perdió frente a Macri en 2015 por un margen muy exiguo, pero no es inconcebible que, a menos que la economía real se recupere con mucho vigor antes de que sea demasiado tarde, la mayoría termine optando una vez más por una alternativa populista. Puede que Milei se haya convencido de que la hegemonía casi centenaria de los “degenerados fiscales” tocó a su fin el año pasado, pero por ahora sólo se trata de una esperanza, no de una verdad incontestable. 

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