★★★★ Los que tuvieron la suerte de ver en cine “Un día para matar” saben qué esperar en esta segunda entrega, salvo que aquí no se muere ningún perro. Aquí se cuenta, por una parte, el origen de este mega preciso asesino que interpreta Keanu Reeves con satírica seriedad y, también, un encargo que lo lleva –cómo no– al filo de la muerte. Para el amante de los datos, Keanu vuelve a encontrarse con Laurence Fishburne, su partner en la trilogía Matrix, y hay algo de autoconsciencia nunca subrayada en ese asunto. Ahora bien, lo que hace que esta película no sea otra exposición de señores reventando a señores consiste en el exquisito (pero no meramente ornamental) gusto del realizador Stahelski para iluminar, filmar y montar la acción. Más allá de la bella idea de una sociedad universal de asesinos, una invención literaria que no habría desagradado a Chesterton, aquí más desarrollada que en la película original, Stahelski comprende que lo que hace que veamos estas peleas y matanzas es la emoción tanto nerviosa como plástica que nos presenta. Por un lado, los tiros “duelen” al espectador –es la forma en que se filman–. Por otro, los cuerpos danzan y se mueven con una elegancia ejemplar. Pero lo vemos al salir del cine: mientras tanto, somos parte de un juego divertido y casi abstracto. Cine puro que juega solo al cine. Pruebe sin prejuicios.
por Leonardo D’Espósito
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