★★★★1/2 Uno puede pensar que esta película basada en una novela que usa el paisaje pop de los años ochenta (un paisaje en gran medida definido por las producciones de Steven Spielberg) será solo un montón de guiños y homenajes, un paseo nostálgico. Pero Ready Player One es eso sólo en la superficie. Es cierto que podemos divertirnos un rato largo con el “uy, miren quién está ahí, el personaje X”, o con la música y las canciones de (nuestra) adolescencia. Pero, con los cambios –algunos cruciales– introducidos en el film, Spielberg realiza una confesión. Si hasta aquí sus películas han funcionado como un refugio, y su historia es la de quien prefiere la fantasía fílmica a la realidad, aquí por fin llega a comprender que ambas cosas no pueden vivir una sin la otra. Que la diversión es justa y necesaria, pero que tiene un sentido. Que el arte -el del cine- ha sido usado casi de manera prometeica para revertir el paso del tiempo, pero que el tiempo y la muerte son irreversibles. Así, las aventuras entre criaturas queridas, desde dinosaurios hasta gigantes de hierro, nos proveen de placer y, en gran medida, de coraje para poder enfrentar luego -disculpe la metáfora- la cola de la Afip. De eso y de compartir recuerdos queridos trata Ready Player One, la película sobre el mundo virtual (el cine fue el primer mundo virtual, no olvidemos) que nos recuerda el sentido de la realidad.
por Leonardo D’Espósito
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