La práctica de yoga. (Freepik)
Biopausa: El arte de frenar y vivir mejor
Tomarse un respiro es la nueva forma de equilibrio. Crecen los grupos y prácticas que reivindican los tiempos de pausa para sentirse más pleno.
Durante mucho tiempo, la pausa fue vista como una amenaza al rendimiento. Detenerse significaba quedarse atrás, perder impulso o desaprovechar oportunidades. Pero algo empezó a moverse: en medio del ruido, el cansancio y la hiperconexión, se abre paso una nueva sensibilidad que reivindica el silencio, la lentitud y el descanso como formas de autocuidado.
Una pausa vital
El tema está tan en boga que incluso llegó a las listas de los más vendidos. “Biopausia” (Editorial El Ateneo), el libro de la coach ontológica Gisela Gilges, se convirtió en un fenómeno del bienestar. Con un lenguaje claro y cercano, propone repensar la pausa como una necesidad biológica y emocional: ese momento en el que el cuerpo o el alma dicen “así no puedo seguir”. Para Gilges, ese límite no es un fracaso, sino una oportunidad de reencuentro. “Frenar no es fallar, es elegir”, resume.
A partir de su experiencia, detectó un patrón: cansancio, insomnio, contracturas, irritabilidad o angustia sin causa aparente suelen ser los primeros avisos de una biopausia, una pausa que no tiene edad ni diagnóstico pero llega para recordarnos que vivir acelerados no es vivir más, sino menos presentes. “El cuerpo no quiere enfermarse, avisa antes. Lo importante es leer los susurros antes de que se conviertan en gritos”, explica.
La autora insiste en que pausar no significa abandonar ni bajarse del mundo, sino volver a habitarlo. Habla de micro-pausas: cerrar los ojos y oler el café, sentir el agua de la ducha, mirar algo sin el celular en la mano. Pequeños gestos que devuelven coherencia entre mente y cuerpo. En una cultura que mide el valor en productividad, tomarse un respiro es casi un acto de resistencia. “Antes sabíamos vivir mejor. Hoy, pausar es decirle al sistema: mi valor no depende de cuánto produzco, sino de cómo me siento mientras lo hago”.
El cuerpo respira
Profesora de yoga y autora del libro “Yoga fuera del mat” (Editorial El Ateneo), Erica Di Cione lleva años enseñando que el bienestar no empieza en una postura perfecta, sino en la capacidad de registrar lo que nos pasa. “Hacer una pausa en medio de la vida cotidiana es como presionar el botón de recalcular”, apunta. En la vorágine diaria, asegura, dejamos de sentir para solo reaccionar. La mente corre, el cuerpo acompaña y el alma queda atrás esperando que volvamos a mirarla. La pausa, en cambio, nos permite preguntarnos cómo estamos, qué necesitamos, qué queremos soltar para dejar espacio a lo nuevo.
Desde su mirada, detenerse es una forma de volver a sentir. Cuando no paramos nunca el cuerpo sigue funcionando, pero se llena de cortisol, la hormona del estrés, y se satura energéticamente. “Nos acostumbramos a la tensión como si fuera lo natural, y confundimos movimiento con vitalidad”. Por eso, el yoga no busca inmovilidad, sino movimiento consciente: cada asana es una meditación en sí misma, un entrenamiento para poder permanecer en quietud sin incomodidad. “El silencio corporal no significa dejar de hacer, sino movernos en presencia”, dice.
La respiración, agrega, es el puente que une cuerpo y mente. Regularla conscientemente nos permite calmar, activar o equilibrar según lo que necesitemos. Por eso propone una práctica mínima, casi invisible: tres segundos de pausa tres veces al día. Cerrar los ojos, inhalar con atención y exhalar soltando la tensión. Una forma simple de volver al presente, recalcular y seguir, pero desde un lugar más consciente, sutil y vivo.
Esa misma búsqueda atraviesa a Nicolás Iglesias, psicólogo, practicante de budismo y autor de “Meditación en zapatillas” (Hojas del Sur). Su propuesta parte de una idea sencilla: llevar la práctica a la vida real, sin velas, mantras ni posturas imposibles. Hace tres años, a partir de una inquietud personal, le propuso a su maestro, Gerardo Abboud, abrir un espacio de mindfulness laico todos los lunes a las 7 de la tarde. “Ya trabajaba como psicólogo y me di cuenta de cuánto me había dado la meditación. Me pregunté qué le había devuelto yo a la práctica que tanto me transformó”, cuenta. Lo que empezó como una prueba se convirtió en un encuentro estable, donde personas de distintas edades llegan en busca de serenidad, alivio del estrés o simplemente un refugio en medio del caos cotidiano (la entrada es libre y gratuita, es posible anotarse en el Instagram @nicoiglesiass).
“El eje es que estamos todos en la misma. La fuerza del grupo es lo que sostiene”. apunta. En ese espacio, la meditación funciona como una herramienta concreta de regulación emocional: ayuda a enfocar la atención, calmar la mente y recuperar claridad. Para Iglesias, la pausa no es una imagen estática de alguien inmóvil con los ojos cerrados, sino una actitud interna que puede manifestarse mientras se realizan actos tan cotidianos como regar las plantas. “He visto a lamas tibetanos hacerlo con una serenidad inmensa. La pausa no está en dejar de moverse, sino en estar en paz mientras algo sucede”.
Esa serenidad, dice, nace de transformar la relación con lo que nos pasa. “La meditación nos vuelve más amables, menos reactivos. Nos da un espacio entre el estímulo y la respuesta, y ahí aparece la verdadera libertad”. Pero detenerse no es fácil: “Nos cuesta porque nos enfrenta al vacío, a la idea de finitud. Cuando no pasa nada, sentimos una mini muerte, una gran incomodidad. Y tratamos de taparla con estímulos, consumo, movimiento. Pero la materia siempre fracasa”, advierte. Aprender a quedarse en ese silencio es conquistar un territorio interno que el ritmo moderno nos niega.
Ritual íntimo
En clave lectora, la pausa toma forma en "Silencio", un evento itinerante de lectura silenciosa creado por Hannah Leyro Díaz y Julieta Brenna. Ambas venían de proyectos distintos, pero coincidieron en un deseo simple: ofrecer un espacio donde leer sin distracciones, sin pantallas y sin la presión de comentar después. Un ritual analógico para detener el ruido, al menos por un rato.
La primera edición se realizó en Flores Negras, una casona antigua convertida en vivero. Participaron lectores habituales y otros que hacía tiempo no tocaban un libro. Durante 40 minutos, nadie habló ni miró el celular, solo se escuchaba el sonido de las páginas pasando. “Desde la primera campana, el espacio se volvió un oasis compartido”, cuentan. Al final, la transición del silencio a la charla fue lenta: algunos siguieron leyendo, otros se quedaron conversando con un gin tonic en la mano. Esa calma colectiva, dicen, fue la mayor sorpresa.
"Silencio" se define como “una tarde analógica, un ritual de lectura”. No tiene redes sociales y se difunde boca a boca, casi como un secreto que se comparte entre quienes buscan un refugio. En tiempos hiperconectados, proponen una paradoja luminosa: leer (ese acto íntimo y solitario) en compañía. Tal vez por eso, muchos se van del encuentro con una sensación particular. No de aislamiento, sino de conexión. Con los otros, con la palabra y, sobre todo, con uno mismo.
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