El presidente de Argentina, Javier Milei, hace un gesto antes de la presentación del proyecto de presupuesto 2025 al Congreso en Buenos Aires. (ALEJANDRO PAGNI / AFP)

Presupuesto 2026

Entre la ortodoxia fiscal y presiones políticas

Presentado en cadena nacional, muestra a un presidente que busca sostener su plan sin perder capital político. ¿Será posible?

El presidente Javier Milei presentó en cadena nacional el proyecto de Presupuesto 2026, una de las piezas clave de su gestión y, en muchos sentidos, una declaración política más que un simple plan. A diferencia de sus habituales intervenciones cargadas de confrontación, esta vez el mandatario buscó transmitir serenidad, dar señales a los mercados y, sobre todo, enviar un mensaje a la sociedad y al Congreso de que “lo peor ya pasó”.

El tono del discurso llamó la atención: Milei habló de consensos, agradeció el temple de los argentinos y hasta dejo entrever que la dureza del ajuste inicial había erosionado parte del apoyo social. El revés sufrido en las elecciones bonaerenses a principios de septiembre operó como un punto de inflexión, y el presupuesto se convirtió en la plataforma para mostrar un giro estratégico. Sin abandonar su dogma del equilibrio fiscal, el presidente buscó suavizar la narrativa, reforzar el gasto en áreas sensibles y tender puentes hacia gobernadores y legisladores.

La piedra angular del plan económico. El núcleo del proyecto sigue siendo el mismo: el equilibrio de las cuentas públicas. Milei lo repitió varias veces: “no es un capricho, es la solución definitiva a los problemas de la Argentina”. El presupuesto prevé un superávit primario de 1,5% del PIB en 2026 y un superávit financiero del 0,3% tras el pago de intereses.

Sin embargo, el dato no pasó desapercibido: esa meta es menos exigente que la acordada con el Fondo Monetario Internacional, que fijaba un superávit primario de 2,2% para el mismo año. Se entiendo que el Gobierno eligió relajar el compromiso con el FMI para poder aumentar partidas sociales y mantener ciertas transferencias, una decisión que se podría leer como un reconocimiento de que el programa original era difícil de cumplir sin mayores sacrificios en términos de asistencia social.

En paralelo, el presupuesto proyecta un crecimiento económico del 5% en 2026 y una fuerte desaceleración de la inflación: 24,5% en 2025, apenas 10,1% en 2026 y un sendero descendente hasta 3,7% en 2028. También se incluye una estimación del tipo de cambio oficial: $1.325 en diciembre de 2025 y $1.423 al cierre de 2026, un ajuste nominal menor a la inflación, lo que implicaría una mayor apreciación real del peso.

Las consultoras privadas, no obstante, desconfían del optimismo oficial. Proyecciones del Relevamiento de Expectativas de Mercado prevén el dólar en torno a $1.600 en agosto de 2026, muy por encima de la pauta del presupuesto. Y respecto al crecimiento, señalan que para alcanzar el 5,4% estimado en 2025 la economía debería acelerar con fuerza en los últimos meses del año, algo que contrasta con los signos de estancamiento ya visibles.

Concesiones sociales y señales políticas. Uno de los rasgos más llamativos del Presupuesto 2026 es el incremento en áreas sociales, en aparente contradicción con la lógica del ajuste. Milei anunció un aumento real del 17% en salud, 8% en educación, refuerzos para las universidades por 4.8 billones de pesos, y un incremento del 5% en jubilaciones y pensiones por discapacidad. El presidente defendió estas medidas como parte de la estrategia de priorizar el “capital humano”, aunque en la práctica también funcionan como respuesta a las críticas opositoras y a la pérdida del apoyo social.

El proyecto incluye, además, un aumento del 105% en los Aportes del Tesoro Nacional (ATN), fondos discrecionales que se giran a las provincias. Tras vetar una ley que buscaba distribuirlos de forma automática, Milei intenta recuperar iniciativa y tender un puente con los gobernadores, muchos de los cuales cuestionan la paralización de la obra pública y la falta de transferencias.

Sin embargo, no todas las medidas van en el mismo sentido. El presupuesto propone derogar la movilidad automática de las asignaciones familiares, lo que dejaría su actualización en manos del Ejecutivo, y limitar nuevamente los subsidios al gas en zonas frías a las regiones históricas beneficiadas, excluyendo a las provincias incorporadas en 2021.

Gobernabilidad y horizonte electoral. Más allá de las cifras, la presentación del presupuesto fue un gesto político. Milei eligió un tono conciliador, evitó insultos a legisladores y gobernadores y habló de “trabajar codo a codo” para alcanzar consensos. Una palabra que no suele formar parte de su repertorio apareció dos veces en el discurso: consenso.

La estrategia tiene una explicación clara: en octubre se celebran elecciones legislativas y el oficialismo necesita mejorar su posición en el Congreso. Tras casi dos años de gestión sin contar con una ley presupuestaria aprobada —debido a que los proyectos anteriores fueron retirados o prorrogados por decreto—, el Gobierno busca ahora lograr respaldo parlamentario para su plan económico.

El mensaje, entonces, fue triple: a los mercados, para reafirmar la continuidad del equilibrio fiscal; a la sociedad, para transmitir que la etapa más dura ya pasó; y al Congreso, para invitar a negociar sobre la base de la disciplina fiscal. La reacción fue dispar: mientras la oposición más dura rechazó de plano el optimismo presidencial, algunos sectores moderados valoraron el cambio de tono y prometieron analizar el proyecto.

Entre la economía y la política. El Presupuesto 2026 sintetiza la tensión central del gobierno de Milei. Por un lado, mantiene la ortodoxia fiscal como bandera innegociable. Por el otro, reconoce que necesita gestos hacia la sociedad y la política para sostener la gobernabilidad. El resultado es un proyecto que combina aumentos en partidas sociales, proyecciones macroeconómicas optimistas y un llamado inédito a los consensos.

En definitiva, Milei intenta mostrarse como un presidente que aprendió de sus tropiezos y que está dispuesto a “bajar un cambio” sin renunciar a su visión de disciplina fiscal. El desafío será convertir esas promesas en realidades.

*Sergio Rodríguez Glowinski es economista, director de Ingeco  Argentina y Agente de bolsa en  Estados Unidos.

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