El reciente superávit fiscal registrado por el sector público marca un punto de inflexión en la política económica argentina y consolida lo que es el avance hacia la estabilidad macroeconómica. Tras una década marcada por déficits persistentes, alta inflación y financiamiento monetario, la aparición del superávit financiero, acompañado de un superávit primario que ya alcanza el 1,4% del PIB acumulado en el año, representa mucho más que un dato contable: abre una ventana de oportunidades para fortalecer reservas, reducir la emisión monetaria, bajar impuestos y aumentar la credibilidad del programa económico.
La anatomía del superávit. El resultado fiscal de octubre resulta de la combinación de dos movimientos simultáneos: una recaudación que sigue creciendo y un gasto público que, en términos reales, retrocede. Esa dinámica permitió alcanzar un superávit financiero superior a los $500.000 millones en el mes de octubre.
Del lado de los ingresos, el Estado recaudó cerca de $12 billones en el mes, impulsado por un desempeño sólido de los impuestos más sensibles al movimiento económico. Ganancias y el IVA crecieron con fuerza, lo mismo que los aportes relacionados al empleo formal. También los derechos de importación mostraron un salto interanual muy significativo, reflejo tanto de mayor actividad comercial como de una recaudación más eficiente.
En paralelo, el gasto primario rondó los $11 billones. Las prestaciones sociales siguen siendo la categoría que más pesa y continúan creciendo. Mientras tanto, otros rubros muestran una dinámica más moderada, por ejemplo, las remuneraciones del sector público aumentaron por debajo de la inflación, ayudadas por la reducción de la planta de empleados y acuerdos salariales más prudentes. En la misma linea, las transferencias corrientes, tanto al sector privado como a provincias y organismos públicos, crecieron menos que el nivel de precios.
En síntesis, la anatomía del superávit muestra un Estado que recauda más, gasta con mayor prudencia y, por primera vez en mucho tiempo, consigue que esa brecha sea lo suficientemente amplia como para cubrir los intereses y aun así cerrar con saldo a favor.
La relevancia macroeconómica. Hablar de superávit fiscal en Argentina no es un dato menor. La ausencia de emisión para financiar al Tesoro es uno de los pilares centrales del programa actual. Durante años, la dependencia del financiamiento monetario generó inflación, pérdida de confianza en la moneda, y una dinámica donde cualquier shock derivaba en inestabilidad. La consolidación fiscal revierte esa lógica permitiendo aspirar a una economía que no depende de imprimir dinero para funcionar, que recupera su moneda y que reduce la inercia inflacionaria.
Además, un superávit sostenido ofrece la posibilidad, hasta hace poco impensada, de reducir la presión tributaria. Con menos necesidad de financiar gasto, el Estado gana margen para reducir impuestos, especialmente aquellos distorsivos que traban el empleo y la inversión. En un país donde la carga fiscal sobre el sector privado es una de las más altas del mundo emergente, la perspectiva de un alivio tributario es una de las señales más positivas que deja la nueva realidad fiscal.
Finalmente, gastar menos de lo que ingresa libera capacidad para que el Gobierno compre divisas con genuina solvencia fiscal. Esta mejora en la dinámica externa es fundamental para evitar episodios de tensión cambiaria, estabilizar expectativas y reducir el riesgo país.
El impacto sobre la deuda y la confianza inversora. El superávit primario también fortalece la sostenibilidad de la deuda pública. Cuando los recursos corrientes del Estado alcanzan para cubrir el gasto primario y los intereses, la dinámica de la deuda se vuelve más previsible y menos dependiente de refinanciaciones forzosas o colocaciones a tasas elevadas. A su vez, un país que demuestra capacidad de ordenar sus cuentas mejora su posición frente a acreedores, organismos multilaterales y mercados financieros. No solo podría refinanciar su deuda en mejores condiciones en el futuro, sino que también vuelve más probable el retorno de flujos de inversión que requieren estabilidad macroeconómica.
Esta credibilidad tiene un componente político y otro económico. Desde el primero, el gobierno muestra capacidad para ejecutar un ajuste que durante décadas fue visto como inviable. Desde el segundo, consolida un sendero que permite proyectar desinflación y un repunte económico basado en la estabilidad.
El potencial del superávit. La aparición de superávit fiscal abre un abanico de oportunidades cuya magnitud depende de que la disciplina pueda sostenerse en el tiempo. Una parte del excedente puede orientarse a la acumulación de reservas, elemento clave para que el Banco Central pueda avanzar hacia la normalización del sistema cambiario. Otra parte puede destinarse a aliviar impuestos, lo cual tendría un impacto directo sobre la actividad económica. También existe la posibilidad de aumentar la inversión pública con alto retorno social, como infraestructura energética o transporte.
El superávit no debe ser visto solo como un punto de llegada, sino como un punto de partida. El resultado no solo mejora el presente, sino que abre numerosas oportunidades concretas para el gobierno. El desafío ahora es sostener esta tendencia y utilizarla para construir una economía más estable, más competitiva e integrada al mundo. Si esta disciplina se mantiene, el superávit no será apenas una cifra en un informe mensual, sino un punto de inflexión en la historia económica reciente del país.
* Economista, director de Ingeco y Agente de Bolsa en los Estados Unidos.
por Sergio Rodríguez Glowinski















Comentarios