Javier Milei y Donald Trump (CEDOC)
Relaciones carnales II
El acuerdo comercial con Estados Unidos sube un escalón la apuesta del Gobierno por una alianza estratégica y dispara el debate.
Por décadas, Estados Unidos y Argentina, se disputaron el liderazgo continental, apalancado en la no complementariedad de sus respectivas producciones. El tiempo archivó esa competencia a medida que el poder de Washington se convertía en hegemónico a escala global y Argentina comenzaba una larga y paulatina decadencia.
Un SOS cambiario. El doble auxilio financiero que obtuvo el Gobierno durante este año contó con el apoyo de la administración Trump: el salvavidas que el FMI (con influencia de Estados Unidos) otorgó en abril, cuando le facilitó el margen de maniobra para flexibilizar el cepo y liberó la presión cambiaria y luego, el apoyo explícito del gobierno norteamericano a través del Tesoro con el swap de monedas por hasta US$20.000 millones e intervenciones en el mercado de cambios argentino, suficientes para calmar las aguas en el corto plazo.
La prueba que el programa económico no era sustentable, aún antes de la aceleración del deterioro de las expectativas, fue que la sugerencia recibida por su “sponsor” y también lo que entendieron esperaban sus propios votantes, que la de una ventana de tiempo en la cual el Gobierno deberá realizar las reformas necesarias para recalibrar un plan económico sustentable. Así enumeró en cambios en el marco institucional en lo fiscal, laboral y previsional; que derivará también en la búsqueda de un indicador como el equilibrio en el mercado de cambios. Y aquí aparece el otro comodín en esta nueva alianza política con el gran país del norte: un nuevo acuerdo comercial.
Para Estados Unidos no es el primero ni será el último. Desde que la política de Donald Trump decidió barajar y dar de nuevo en materia de comercio exterior (y su correlativo balance de poder global) para luego negociar con cada uno un nuevo convenio aduanero. Ya lo hizo con 20 países y todo indica que Argentina será el próximo en firmarlo, además de lo que se está cocinando con la otra potencia regional, Brasil.
Entrelíneas. Si bien lo que dio a conocer la Secretaría de Estado y la Cancillería argentina fue el acuerdo marco sobre inversiones y comercio, el debate sobre la conveniencia de una mayor apertura comercial con la economía más grande del mundo no se demoró. Es lógico: la economía argentina fue generando en las últimas décadas un dispositivo de protección a la producción local que la fue aislando de la mayor corriente de intercambio que se produjo durante la última posguerra: el volumen del comercio exterior no pasa del 20% del PBI un índice muy bajo para un país de las dimensiones de Argentina.
Para el economista de BTG Pactual y profesor de la Universidad Di Tella Andrés Borenstein, como la implementación va a llevar un tiempo y la letra chica no la conocemos, no nos cambiará la vida en el corto plazo. “Este tipo de acuerdos no son juegos de suma cero, si están bien hechos, son "win-win" para quienes los firman”, sostiene sin dejar de mencionar que, como en toda negociación, hay intereses de ambas partes que se deben conjugar y sería ingenuo conseguir lo que quiere sin ceder nada a cambio.
El paso del tiempo fue cambiando el perfil productivo de ambas economías. El complejo agroindustrial norteamericano es el que ve a su par argentino como una seria amenaza porque hizo un salto tecnológico quizás para sortear el agobio fiscal y cambiario y con otras reglas de juego podría desplazarlo de varios mercados. Pero la novedad es la oportunidad de negocios que ofrece el sector minero y energético, que requiere una inyección formidable de capital, imposible para afrontar en un mercado interno o un Estado que a duras pena tiene capacidad de maniobra fiscal. Al respecto, Marcelo Elizondo, titular de la consultora DNI y presidente del capítulo argentino de la International Chamber of Commerce, señala que este convenio forma parte de un conjunto de acuerdos, como el SWAP, un pacto no escrito por el cual Estados Unidos intervino en los mercados de cambios para estabilizar o el posible pacto para que se consigan US$20.000 millones de financiamiento de bancos privados con apoyo del Tesoro. “En ese marco, la Argentina está recibiendo muchos beneficios de Estados Unidos y hay mucho para ser definido, pero es una promesa argentina de mejorar las condiciones de acceso de productos norteamericanos en algunos rubros (automotriz, farmacéutico, servicios, sobre todo vinculados con la tecnología) y por parte de Estados Unidos, un compromiso a mejorar el ingreso de recursos naturales argentinos, sobre todo en aquello en los que allí no haya oferta”, explica.
Si bien no hay mayores explicaciones sobre qué rubros serían sí hay promesas recíprocas de uniformidad, de normas, de actualización de regulaciones no arancelarias, que son recíprocas y van a ser comunes, certificaciones admitidas en de un país en el otro, estándares comunes, que todo eso no es arancelario, pero es importante. “Con este marco, creo que se alienta la inversión norteamericana en Argentina y siendo Estados Unidos el mayor inversor extranjero en el mundo (US$10 billones invertidos por empresas norteamericanas en el extranjero), hay una gran oportunidad para flujos de capitales en minerales, energía e infraestructura, que surge de todo este acercamiento”, proyecta. También sugiere que convendría aprovechar que Estados Unidos es el mayor importador del mundo, generando tecnología y productos de estándar de calidad mundial que se podría complementar con el demorado acuerdo con la Unión Europea.
Otro horizonte. El economista Sergio Rodríguez Glowinski, director de Ingeco y agente de bolsa en los Estados Unidos enumera las consecuencias que un acuerdo que vaya en esta dirección tendría para la economía argentina: 1) la reducción de aranceles y la simplificación regulatoria van a mejorar la competitividad de sectores con capacidad exportadora inmediata (agro, minería, energía y algunos industriales). 2) La mayor competencia importada obligará a empresas locales a invertir en tecnología, procesos y capital humano. También, aquellas industrias que no logren competir, tenderán a reducirse y/o desaparecer y reubicarse en sectores donde la Argentina si sea competitiva a nivel internacional. 3) El acuerdo refuerza la transición hacia una economía abierta, menos orientada al mercado interno y más dependiente de las expos. Si se sostiene, puede convertirse en un punto de inflexión similar al que vivieron otros países de la región cuando adoptaron esquemas comerciales más amplios (como Chile que tienen precios al consumidor similares a los de Estados Unidos). 4) Sectores beneficiados: minería de litio y cobre; agroindustria (especialmente carne y subproductos); sectores manufactureros como maquinaria, farmacéutica o química podrían obtener precios más competitivos al bajar aranceles a productos estadounidenses 5) Sectores perjudicados: industrias protegidas con baja competitividad internacional (textil, calzado, electrodomésticos, autopartistas), históricamente dependientes de aranceles altos y no competitivos a nivel internacional; y fabricación de bienes de capital (similar al caso anterior). Finalmente, la entrada de maquinaria estadounidense más barata podría desplazar producción nacional, especialmente en segmentos donde ya existe una brecha tecnológica grande.
Para Rodríguez Glowinski, el aumento de la inversión norteamericana dependerá totalmente de la continuidad política y la estabilidad macro, que reduce la percepción del riesgo jurídico, un factor relevante para Argentina, a través de las cláusulas sobre propiedad intelectual, previsibilidad regulatoria, competencia y estándares internacionales. “Lo positivo de estos cambios es que son un shock positivo para todas las industrias, habilitando mayores inversiones en todos los sectores”, concluye. La meta está clara, el camino para llegar y las dificultades para lograrlo, también.
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