Menea su cabello morocho sobre los hombros. Camina a toda velocidad, vestida como una fan del gimnasio. Calza joggings y zapatillas deportivas. Lleva sus 165 centímetros de altura con una tranquilidad apabullante. Y no se inmuta cuando NOTICIAS la intercepta en plena calle. Ella podría ser cualquier mujer de 45 años, de clase media, pero no. Es la única hija de Arquímedes Puccio, la cabeza del clan que se dedicaba al secuestro extorsivo en los años 80, cuya historia se convirtió ahora en un éxito de taquilla en el cine a raíz del estreno de la película “El Clan Puccio”. Es la menor de la familia: la única de los cinco hermanos que vive en el país –dos están muertos– y que trabaja, a pocos kilómetros de la siniestra casa de San Isidro donde su padre martirizaba gente cuando ella sólo tenía inocentes 15 años. “Adriana, ¿podemos hablar?”, pregunta NOTICIAS cuando pudo alcanzarla. Su calma en la respuesta desconcierta. “No te conozco. No tengo nada para hablar”, asegura con sus ojos grandes y mirada profunda. Hace treinta años, la policía allanó su casa, el 23 de agosto de 1985, y Adriana ni siquiera lloró. Los investigadores del caso todavía recuerdan la tranquilidad que ella tenía aquella noche. Con los años, hizo del silencio un culto.
Durante este tiempo de anonimato, Adriana decidió quitarse el apellido Puccio. Esa suerte de carga que debía soportar cuando daba su nombre y le preguntaban qué tenía que ver con el líder de la banda de Arquímedes. Fue como intentar borrar su pasado para sobrevivir a los recuerdos. Adriana pasó por distintos trabajos. Fue empleada en una editorial y en un banco, hasta que, por esas cosas del destino, y a pesar de los años que transcurrieron, a los Puccio los volvió a unir un elemento: el agua. Alejandro, en su juventud tenía un local de venta de productos de windsurf en la esquina de la casa. La menor de la familia trabaja ahora en un negocio naviero. Allí la describen con un trato amable y cordial hacia la gente, que se afirma con un tono dulce de voz. Aunque es una mujer de perfil muy bajo, y de pocas palabras. La Justicia nunca la encontró culpable de nada.
Locura por el film. La historia del clan Puccio, la familia bien de San Isidro que se dedicó al secuestro extorsivo desde su casa, sigue apasionando a los argentinos. Esta “pucciomanía” se vive con el rotundo éxito de la película de Pablo Trapero, “El Clan”, que ya fue vista por 1.447.858 personas con tan sólo dos semanas en cartel. A este revisionismo histórico por este caso policial, se suman la serie de Luis y Sebastián Ortega, “Historia de un clan”, que arrancará en septiembre por Telefe, y al libro del periodista Rodolfo Palacios, “El Clan Puccio. Historia definitiva”. Este furor llevó a muchos curiosos, en estos últimos días, hasta la puerta de la trágica casa, ubicada en Martín y Omar 455. Allí, hoy abundan las “selfies” frente al portón negro. Pero otro de los enigmas que rondan el caso es dónde están los miembros del clan que sobrevivieron.
El siniestro Arquímedes Puccio falleció en el 2013 a los 82 años, en La Pampa. Fue por una complicación derivada de un accidente cerebrovascular que había sufrido meses antes. Nunca tuvo ningún tipo de problema en hablar a los medios, donde “reafirmaba” su supuesta inocencia, pese a la abrumadora prueba judicial que lo incriminaba, e incluso llegó a contar sobre sus presuntas conquistas amorosas. Alejandro, el hijo mayor del clan, jugador estrella de Los Pumas, y el favorito de su padre, falleció en el 2008, producto de una neumonía. Esto fue una consecuencia del debilitamiento de su salud cuando se arrojó al vacío desde el quinto piso del Palacio de Justicia, entre otra serie de intentos de suicidio fallidos. Silvia, la segunda hija, también murió en el 2011, producto de un cáncer. Daniel, alias “Maguila”, el tercero de los hijos, se dio a la fuga y reapareció en el 2013 para asegurarse la extinción de su pena a 13 años de prisión. Volvió a desaparecer y se cree que hoy está en Brasil. Guillermo, el más pequeño de los varones, se fue del país cuando todavía el clan estaba en pie, en un viaje con su equipo de rugby hacia Australia. Y se cree que nunca regresó. Quienes sí continúan en el país son Epifanía, ex mujer de Arquímedes, y Adriana, la más pequeña. Epifanía tiene 83 años y vive en un departamento de la Ciudad de Buenos Aires. Goza de excelente salud y es común verla entrar y salir varias veces de su casa en el barrio de San Telmo. Pero advertida por el furor de la película y la presencia periodística en la puerta de su edificio, decidió abandonar su casa luego de las PASO de agosto.
Callar.“Alejandro ¿no escuchás? Hay gente gritando”, le dice ella a él entre sollozos. Acto seguido, él la tranquiliza y la sumerge entre sus musculosos brazos de rugbier. La escena es parte del film de Trapero, “El Clan”. La nena que aparece asustada es Adriana Puccio. Tiene 15 años. Está en su dormitorio, vestida con el uniforme del colegio, sentada en la cama. Le causa terror lo que está viviendo. Él es Alejandro “el Zorri” Puccio. Tiene 26 años, es wing del club CASI. Quien grita, no es otra que la empresaria Nélida Bollini de Prado, dueña de una funeraria y de dos de las concesionarias Ford más grandes del país. En julio de 1985 fue secuestrada y recluida durante 32 días en el sótano que Arquímides había construido y diseñado en su casa de San Isidro, con el simple fin de alojar a las víctimas de su “negocio” de secuestros. En la película de Trapero, Adriana es inocente. Una víctima del negocio secreto de su padre, sin demasiada noción de lo que sucedía. Sin embargo, fuentes judiciales consultadas por NOTICIAS hoy se preguntan si ella sabía lo que ocurría en su casa. “No pudimos acusarla de nada porque no había pruebas, pero sobre todo porque era menor”, recuerda hoy un funcionario judicial que intervino en el expediente. La noche del 23 de agosto de 1985, cuando la policía allana su casa de Martín y Omar 455, Alejandro y su novia, Mónica, eran los únicos en el lugar. Más tarde llegaron Epifanía, la madre; Silvia, la hija de 25 años, y Adriana. Durante todo el procedimiento ninguno de los miembros emitió palabra alguna, excepto Alejandro que pedía que no lo tocaran. El resto de las mujeres no gritaron ni lloraron. Ni siquiera la más chica. Eso continúa llamando la atención de los investigadores de la época. La aparente frialdad con la que asumían esa situación. Aquella noche, Adriana fue trasladada a un instituto de menores. Permaneció allí durante dos días, hasta que pasó al cuidado primero de su abuela materna, y luego de sus tíos porque era menor de edad. Mientras permaneció en el instituto, tampoco emitió palabra alguna. “No se integró con nadie. Nunca demostró ninguna alteración”, afirman quienes la conocieron.
El caso. Los únicos miembros de la familia que cumplieron su condena fueron Arquímedes, que estuvo 23 años en prisión, y Alejandro, que obtuvo la libertad condicional en el 2007. A Epifanía, la Justicia no pudo comprobarle complicidad con su marido. Lo mismo que Silvia, a quien no le encontraron pruebas que la pudieran condenar.
Cuando cayó el clan, Adriana era una adolescente como cualquiera. Su padre la llevaba al colegio y nada llamaba la atención de esta familia acomodada. Después de 30 años, ella elige el silencio. Como si así, los fantasmas de su historia familiar pudieran acallarse.
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