Según como se vea, la interrupción voluntaria del embarazo es un derecho humano, un problema de salud pública, un procedimiento médico, un dilema ético, un debate legal, un tabú de la política, la última gran batalla de la Iglesia, la expresión visible del fracaso de los métodos anticonceptivos o un crimen liso y llano. El lunes 19, miles de mujeres hicieron un “pañuelazo” frente al Congreso en reclamo del derecho al aborto legal, seguro y gratuito. Para reflexionar sobre las distintas aristas del problema, NOTICIAS invitó a responder las mismas preguntas a dos reconocidos médicos con visiones opuestas sobre la despenalización: Mario Sebastiani, obstetra del Hospital Italiano de Buenos Aires y profesor del Departamento de Tocoginecología del Instituto Universitario Hospital Italiano; y Fernando Saraví, profesor del Instituto de Fisiología de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo, en Mendoza. Sin fanatismos, pero con convicciones.
1) ¿Cuándo decidimos darle valor de individuo o persona a un embrión?
Mario Sebastiani: Vida humana hay antes y después de la concepción. Pero el estatus de persona no es algo médico o científico, sino que se relaciona con la filosofía. Y, para la filosofía, tener 46 cromosomas o iniciar una vida luego de la concepción son criterios insuficientes para esa definición. Otros se basan en determinados saltos biológicos, como, por ejemplo, el día 0, la semana 9 (cuando se forma el feto), la semana 24 (cuando el feto puede sobrevivir fuera del cuerpo materno con sostén vital científico), el nacimiento (cuando no depende de la madre), o, incluso, los 19 a 22 meses de edad, cuando el bebé puede lograr un objetivo propuesto. Por otra parte, existen contrasentidos que impiden llegar a una conclusión taxativa en este terreno. Por ejemplo, el cerebro desestructurado [del feto] obliga a la mujer a llevar un embarazo contra su voluntad “para defender la vida del embrión”. Pero, en un paciente, no es un impedimento para declarar su muerte cerebral y posibilitar la donación de órganos. En cualquier caso, es lamentable que en nuestro Código Civil se diga que somos personas desde el momento de la concepción. En la filosofía del derecho, es lisa y llanamente un desatino.
Fernando Saraví: La nueva vida humana comienza en el momento de la fertilización o concepción, cuando la unión de un óvulo y un espermatozoide forman un zigoto. Todos comenzamos nuestra existencia como zigotos. El zigoto contiene un programa genético que, en el vientre materno, le permitirá desarrollarse hasta ser visiblemente humano por criterios morfológicos, pero esto solo es posible porque era humano desde la concepción. Así lo presentan con claridad los textos de embriología y genética.
2) Si el origen de la vida o el estatus de personas es discutido, ¿la mirada sobre el aborto es una cuestión de conveniencia?
Sebastiani: La filósofa Judith Jarvis Thompson menciona que la bellota no es el roble: puede llegar a serlo, pero hoy no lo es. Lo mismo se puede decir del embrión. Para los sectores “provida” o la Iglesia, es conveniente manifestar que se es un individuo desde la concepción. Pero, para la academia, es una grosería conceptual filosófica.
Saraví: Es arbitrario fijar cualquier otro límite que la concepción para el inicio de la vida. La Academia Nacional de Medicina declaró en 2010: “El niño por nacer, científica y biológicamente, es un ser humano cuya existencia comienza al momento de su concepción”
3) ¿El aborto representa un problema sanitario? ¿Cómo se resuelve?
Sebastiani: Por supuesto. Basta con ver las fotos de un país con aborto legal y las de otro que lo penaliza. En Argentina, tenemos 100 a 150 muertes por año (por complicaciones de abortos clandestinos) y 60.000 internaciones. En Uruguay o España, donde se permite la interrupción voluntaria del embarazo, la mortalidad es cero.
Saraví: Lo es, primero porque siega inexorablemente la vida de seres humanos en desarrollo y segundo porque el aborto puede originar complicaciones para la mujer embarazada e incluso su muerte. Si se parte de la premisa no demostrada de que la mujer que desee abortar lo hará inevitablemente, se podría concluir que la solución sería legalizarlo. No obstante, esto no resuelve en absoluto el problema de las muertes de los abortados. Por lo tanto, a mi juicio, creo que es más sensato enfocar el problema como un tema de salud materno-infantil, con políticas públicas puestas en marcha por el Estado que proporcionen apoyo psicológico y material eficaz a toda mujer embarazada antes, durante y después del parto, como también alternativas, como la entrega en adopción, para las que así lo deseen.
4) En los países donde se legalizó el aborto, ¿Qué dicen las estadísticas? ¿Bajó la mortalidad materna?
Sebastiani: Si se elimina el aborto clandestino y se convierte en seguro, es una práctica con muy bajo riesgo y no debiera tener ni complicaciones ni muertes. Dicho esto, es más difícil comparar las cifras de aborto antes y después de la legalización, porque no hay estadísticas de la clandestinidad. En el mundo, se asume que por cada mujer que se interna (por complicaciones del aborto), hay otros 10 que lo realizaron.
Saraví: Depende. La mortalidad materna no se relaciona unívocamente con el estatus legal del aborto, sino con la calidad de la atención de salud materno-infantil. Hay países con aborto legal que poseen una muy baja mortalidad materna (como Suecia o Cuba) y otros que tienen una mortalidad materna muy alta (como Rusia e India). A la inversa, hay países con alta mortalidad materna donde el aborto tiene severas restricciones, pero también otros (como Irlanda y Chile) donde la mortalidad materna es muy baja.
5) ¿Podría justificarse la interrupción del embarazo solo para bajar la mortalidad materna que se produce en lugares clandestinos?
Sebastiani: El aborto debe ser analizado como una práctica relacionada con la salud reproductiva, con la salud pública y con la dignidad de las mujeres. Si hay derecho a tener hijos, también debe existir el derecho a no tenerlos. Vivimos anestesiados mientras 600 mil mujeres van a la clandestinidad, con todos los riesgos que eso implica. [El aborto clandestino] es una mera transacción comercial sin ninguna prevención a futuro.
Saraví: A mi entender, no. No evita la tragedia de la muerte de niños en desarrollo. Por lo demás, el problema real ha sido exagerado. En Estados Unidos, por ejemplo, se hablaba de un millón de abortos por año, pero esa cifra solo se alcanzó luego de la legalización. Además, en la última década, según cifras oficiales, la mortalidad por aborto en la Argentina viene decreciendo con una tendencia lineal estadísticamente significativa.
6) ¿Qué rol juega el hombre en la decisión de interrumpir un embarazo?
Sebastiani: El peso y los riesgos del embarazo, nacimiento, puerperio y crianza los lleva la mujer. Me resulta irrelevante la opinión del hombre, salvo que quiera ser una persona de bien y ayude a la mujer a tomar su mejor decisión y acompañarla.
Saraví: Legalmente, en general, la decisión de abortar es exclusiva de la mujer, incluso contra el deseo del varón. Pero en realidad, hay mujeres que se someten a abortos por presión del hombre o de la familia. Si se legalizara el aborto, se requerirían recaudos para asegurar que la mujer decide sin amenaza ni coerción. De lo contrario, un intento de empoderar a las mujeres puede inadvertidamente facilitar una nueva forma de sometimiento.
7) ¿Cuál es la principal hipocresía del antiabortista y cuál la del proabortista?
Sebastiani: Decir que defiende la vida. Llevamos 35 años de defensa de la vida y es un desastre. Además, suelen ser católicos y, como tales, no son libres en sus pensamientos: por ejemplo, creen que la educación sexual debe estar confinada a la familia e impiden la libertad de uso de los anticonceptivos. ¡Llegan a decir que el preservativo no es útil para prevenir el VIH!
Saraví: Veo dos problemas. El primero es que a menudo los casos más extremos y excepcionales (como el embarazo producto de una violación) se usan para justificar una práctica generalizada. El segundo es que se centra solo en la salud de la embarazada y no del ser humano que lleva en el vientre, que en casi la mitad de los casos también es de sexo femenino. O peor: se estima que 100 millones de niñas fueron selectivamente abortadas en India y en China, en lo que probablemente sea el mayor genocidio de la historia.
8) En la Argentina es legal congelar embriones. Cuando estos se descartan, ¿qué diferencia hay con el aborto?
Sebastiani: No usaría esa palabra. Pero, por cierto, hay un descarte de embriones cuando el biólogo considera que no son viables para ser transferidos.
Saraví: Ninguna. Por lo cual me parece incorrecto (aunque sea legal) congelar embriones si no hay certeza de que serán implantados.
9) En un país en el que se aprobó el matrimonio igualitario, ¿hasta dónde influye la Iglesia en que no se legalice?
Sebastiani: Las sociedades cambian y la Iglesia no. Pero los políticos, cuando ven el rédito de los votos, actúan. Es el lenguaje que entienden. Un buen ejemplo son las leyes de matrimonio igualitario y de muerte digna: el PRO votó mayoritariamente en contra, pero hoy a ninguno de sus líderes se les ocurriría abrir la boca en contra de estos temas.
Saraví: La pregunta se contesta por sí misma. La Iglesia Católica ha perdido gran parte de su influencia política, y la ley del matrimonio igualitario, al igual que la de identidad de género y la de salud reproductiva son claras evidencias.
10) ¿Por qué el aborto sigue siendo un tema tabú que ni siquiera se habilita para ser debatido?
Sebastiani: Por culpa de los políticos que gobiernan para el Papa y los obispos y no para mujeres. Porque los dejamos en una zona de confort diciendo que están “en favor de la vida” o que es un tema muy difícil. Sus creencias personales son respetables, pero no cuando ejercen gestión pública. Si no pueden, que se vayan. Es difícil despenalizar, pero, para estos señores y señoras, no es difícil que todo quede igual. Es una inmoralidad. Hay que discutir cómo se modifican las cosas.
Saraví: No me parece que sea tabú en absoluto. El problema real es que no hay genuinos debates, donde se pongan todas las cartas sobre la mesa. Muchos tratan de ganarse la opinión pública, sin tener que arriesgarse a debatir.
por Matías Loewy*
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