A menos que un candidato presidencial pueda dar por descontado que en las elecciones que están por celebrarse triunfará por un margen muy amplio, querrá verse acompañado por un compañero de fórmula que sea capaz de sumarle votos, es decir, por alguien de perfil distinto del suyo. Es por lo tanto lógico que, una vez en el poder, las diferencias entre los dos suelan hacerse sentir y que, con cierta frecuencia, resulten ser tan grandes que terminan provocando una crisis mayúscula.
Es lo que ocurrió a mediados de 2008, cuando el voto “no positivo” del vicepresidente Julio Cobos puso a la presidenta Cristina Fernández al borde de la renuncia. Asimismo, más de una década más tarde, la entonces vicepresidenta Cristina se las arregló para hacer de la gestión de su subordinado, el presidente nominal Alberto Fernández, una farsa tragicómica que tendría consecuencias nefastas para millones de argentinos, en especial para muchos que, el año pasado, votaron por el oficialista Sergio Massa que, con su plan platita, llevaba al país hacia un abismo hiperinflacionario.
Por fortuna, es poco probable que la pelea entre Javier Milei y Victoria Villarruel resulte ser tan dañina como aquellos conflictos del pasado reciente u otros que los antecedieron. La verdad es que, para la mayoría, el asunto motiva más extrañeza que preocupación. ¿A qué se debe la reyerta? Los hay que la atribuyen a la falta -o al exceso- de química entre Karina Milei y la vice. Otros la atribuyen al hecho de que, en casi todas las encuestas, Villarruel aventaje al presidente por algunos puntos y a su hermana por muchos. Por su parte, Milei la acusa de flirtear con “la casta” a la que desprecia y con “el círculo rojo” siniestro que lo rodea, motivo por el que se niega a permitirle participar de las reuniones estratégicas. Estará en lo cierto el presidente; a la hora de relacionarse personalmente con los profesionales de la política y los empresarios, Villarruel es mucho más accesible que su jefe. Hablan el mismo idioma.
¿Es Villarruel una libertaria auténtica, una guerrera de las fuerzas del cielo que están embistiendo contra el mal colectivista que, según Milei, es responsable de la ruina del país y amenaza con hacer caer la civilización occidental? Para los mileístas más fervientes, no lo es, ya que su imagen es la de una nacionalista católica, xenófoba y conservadora, una que, para más señas, les ocasiona problemas reivindicando a los militares que fueron tan maltratados por los kirchneristas, razón por la que, en Madrid, abrazó a Isabelita Perón. Por motivos que no son muy claros, a Milei le incomoda la militancia de la vice a favor de “la memoria completa” de lo que sucedió en los años de plomo del siglo pasado, ya que muchos siguen minimizando el aporte al desastre de Montoneros y el ERP que, debería ser innecesario decirlo, nunca manifestaban interés alguno en los derechos humanos de los demás.
Desde el punto de vista de tales libertarios, Villarruel representa una poderosa corriente tradicional que es difícilmente compatible con los cambios drásticos que Milei está impulsando. Si bien sabios de la Escuela Austríaca, como el venerado Friedrich von Hayek, influyeron en el pensamiento del papa Juan Pablo II acerca de los dilemas planteados por la realidad económica, el pontífice actual, Jorge Bergoglio, no comparte las convicciones ni de su ilustre precursor polaco ni, huelga decirlo, las de Hayek. Sorprendería que Villarruel se sintiera ofendida por el apego de Bergoglio a ideas y actitudes que, a juicio de Milei, son satánicas.
Es natural que, cuando son llamativas las diferencias entre el presidente y quien, a “un latido del corazón” de distancia de la primera magistratura, encabeza la línea de sucesión, haya especulación en torno al eventual proyecto político de la persona que en cualquier momento podría asumir el poder. En opinión de los más benignos, en tal caso Villarruel se dedicaría a consolidar la obra de Milei, pero otros sospechan que aprovecharía la oportunidad para instalar un gobierno que, según las pautas progresistas, sería muy reaccionario y a buen seguro autoritario. Sea como fuere, a juzgar por lo ya dicho por Milei mismo y por la actitud de los que conforman el “triángulo de hierro” oficialista, los integrantes de la cúpula gubernamental creen que, a menos que logren desprestigiarla a tiempo, andando el tiempo Villarruel podría erigirse en un rival de fuste, de ahí los ataques de que es blanco.
Hasta ahora, los esfuerzos en tal sentido no les han servido para mucho. Aunque Villarruel se haya limitado a “tocar la campanita” en el Senado y procurar formar mayorías coyunturales, oponerse a la voluntad difícilmente explicable de Milei de hacer del juez federal Ariel Lijo un miembro de la Corte Suprema, viajar de vez en cuando y contribuir a “la batalla cultural” criticando la decisión del gobernador Axel Kiciloff de repartir libros a su juicio pornográficos en las escuelas bonaerenses, sigue contando con un nivel muy alto de aprobación pública. Es más: a menudo le toca figurar como el personaje político más popular del país.
¿Por qué? Tal vez porque brinda la impresión de encarnar un antídoto balsámico a la furia apenas contenida de Milei y dar una sensación de “normalidad” en un gobierno que, incluso para muchos que aplauden lo que está haciendo, se parece a un loquero. En otras palabras, aunque las circunstancias ya son otras, Villarruel sigue cumpliendo con eficacia la función por la cual Milei, asesorado por Karina y por el Mago del Kremlin, Santiago Caputo, habrá decidido que le convendría hacer de ella su acompañante electoral.
Antes de la segunda vuelta, Milei sabía que tendría que sumar apoyos para derrotar al peronista Massa y que Villarruel, lo mismo que Mauricio Macri, lo ayudaría a hacerlo, pero no tardó en darse cuenta de que, merced a que su propia popularidad sobreviviera al ajuste, a sus éxitos financieros y al desconcierto imperante en las filas opositoras, podría prescindir de los servicios que le habían prestado. Aunque le ha sido bastante fácil mantener a raya a Macri que, como muchos otros, vacila entre dar prioridad a un programa económico duro que cree necesario y defender los intereses del partido que creó, no le ha sido tan sencillo desprenderse de Villarruel que, felizmente para ella, por razones constitucionales está fuera del alcance de la motosierra presidencial.
A su manera la vice o, si se prefiere, la imagen que se ha creado en torno a su persona, representa una variante menos dogmática, más institucional, de lo propuesto por los ultras libertarios capitaneados por Milei que aspiran a cambiar radicalmente el consenso vigente en la mente colectiva argentina. Estimulados por lo que ya han logrado y por las repercusiones internacionales de lo que están haciendo, sólo están para pactar con los creyentes acríticos en el evangelio según Milei. Aunque tanta intransigencia perturba a los liberales clásicos, los libertarios pueden señalar que los gobiernos “de derecha” tibios propenden a preparar el terreno para el regreso de zurdos, como los que acaban de ganar las elecciones en Uruguay y que, hace un par de años, hicieron lo mismo en Chile, lo que a su entender sería calamitoso para el país. ¿Exageran? Es legítimo argüir que, siempre y cuando un gobierno de cualquier signo se aferre a los principios fiscales básicos subrayados por el presidente y nunca permita que el gasto público exceda lo recaudado, importarán poco sus posturas culturales, pero desde el punto de vista de los mileístas, quienes piensan así son herejes miserables.
Además de las etéreas fuerzas del cielo, colaboran con los libertarios otras que son bien terrenales. Aun cuando no les traigan beneficios tangibles inmediatos los lazos emotivos que Milei ha establecido con el norteamericano Donald Trump, el mega-millonario de origen sudafricano Elon Musk, la italiana Giorgia Meloni y otros personajes de la “nueva derecha” internacional, el que sea un líder reconocido de la elite novedosa que está formándose hace menos extravagante la noción de que el movimiento que ha puesto en marcha sea mundial. De difundirse la sensación de que el mileísmo sea algo más que una extravagancia argentina porque ya influye en la política del país más poderoso del planeta, le será mucho más fácil consolidarlo aquí.
En todas partes, la voluntad de sentirse “del lado correcto de la historia” incide en la conducta de personas que nunca han mostrado interés en lo que sucedió en épocas pasadas. Lo comprendían muy bien los kirchneristas que se aliaron con “el socialismo del siglo veinte” latinoamericano y comenzaron a importar novedades “woke” de Estados Unidos porque estimaban que brindar una impresión de modernidad progresista los ayudaría. Desgraciadamente para ellos, si bien consiguieron la adhesión de intelectuales, personajes de la farándula y otros que querían mantenerse actualizados, lo que estaba de moda hasta hace muy poco ya parece anticuado a ojos de las generaciones más jóvenes. Es más que probable que, tarde o temprano, el mileísmo tal y como lo conocemos corra la misma suerte, pero mientras tanto, podría llevar a cabo las muchas reformas económicas que serán necesarias para que, por fin, el país deje atrás la crisis secular que tantos males le ha causado.
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