La sustancia. (La sustancia)

Cine: Las películas que imaginan los cuerpos terroríficos del futuro

Cada vez son más los films que reflexionan sobre la relación entre anatomía y ciencia y tecnología. De qué trata “La sustancia”.

En época de vacas cinematográficas flaquísimas, deberíamos aplaudir que exista una película como “La sustancia”, que mientras aún permanece en los cines, ingresa a la plataforma Mubi. Aplaudir, por lo menos, en términos comerciales: funciona muy bien en ese terreno sin ser un film para adolescentes. Es al mismo tiempo una película de terror y una película para adultos; es también una película de prestigio, de las que compiten en Cannes (se llevó el premio al mejor guión) y tiene estrellas o intérpretes muy conocidos en un absoluto “tour de force”.

Aquí la actriz en cuestión es Demi Moore, que hacía mucho no aparecía como protagonista. Una Demi Moore, claro, que ya no es la chica de pelito corto de “Ghost” ni la extraordinaria abogada militar de “Cuestión de honor”, sino una señora de la edad de quien escribe esta nota. ¿Linda? Sí, claro, ¿cómo no lo va a ser? Pero ya no una lozana jovencita y ahí es donde resulta la persona ideal para protagonizar “La sustancia”. Si no la vio aún, puede probar. No vamos a dar aquí un veredicto crítico sino a hablar de elementos que están en el film y que, al mismo tiempo, forman parte de algo así como una tendencia en el cine reciente. La búsqueda de la eterna juventud, el horror corporal o la transformación del cuerpo en otra cosa, tecnología mediante. Aquello de lo que fue pionero David Cronenberg (el apellido aparecerá varias veces en esta nota) y que parece haber invadido, un poco en forma de grito adecuadamente descarnado, el resto del cine.

La película

Primero, “La sustancia”, pues. En principio es una película absolutamente declinada en femenino, escrita y dirigida por Coralie Fargeat, una realizadora francesa que ama el cine de terror y fantasía, y había hecho una película sobre venganza femenina, “Revenge”, en 2017. Aquí dirige en los EE.UU. la historia de una ex estrella de cine y presentadora de televisión que es despedida cuando cumple -y porque cumple- cincuenta años. Tras un accidente, contacta con el proveedor de una sustancia secreta que genera una “nueva yo” que sale de su espalda (sic) mientras “deja” el viejo cuerpo. La nueva es joven, bella y consigue (de nuevo) el trabajo. Es exitosa, claro. Pero la sustancia tiene reglas y nuestra protagonista las quiebra. Y aparece lo monstruoso. Hay algo de Jeckyll y Hyde, hay algo de “El retrato de Dorian Gray” en esta historia, pero lo que la hizo exitosa es la mezcla de sátira, horror visceral y actuación desaforada. Atención porque esos elementos son una “nueva” constante. En realidad, esta película ya la vimos y se llamó “La muerte le sienta bien”, con su propia “sustancia” y sus propias “reglas”. Pero el clásico (en su momento, bastante despreciado) de Robert Zemeckis, donde Meryl Streep, Goldie Hawn y Bruce Willis (entonces marido de Demi Moore, mire qué cosa) se sacaban chispas tenía, como casi todo el cine de comedia fantástica, un aire a dibujo animado totalmente consciente. Aquí estamos más bien en otro lado: exacerbar lo fisiológico como contraste con nuestra era digital. Sí, todo es más simbólico, aunque evidente.

Un poco lo mismo que sucedió con “Titane”, (un poco) polémica ganadora de Cannes de 2021, dirigida por la también francesa Julia Ducournau. Aquí se trata de una especie de lumpen con una placa de titanio en el cráneo y capaz de cualquier crimen, que queda embarazada de un automóvil (sic) y, tras un par de muertes, huye y finge ser el hijo desaparecido de un bombero (Vincent Lindon). El cuerpo, lo fisiológico también es central en esta película que muestra gráficamente el embarazo mecánico de la protagonista y que pasa del horror -que no “terror”, aquí lo que importa es la repulsión, no el miedo- a la sátira y, finalmente, al melodrama familiar. En esta película no es la edad la que es fluida, sino el género (el personaje que interpreta Agathe Rousselle es mujer, interpreta a un hombre, pero está en plena metamorfosis hacia algo diferente) y la relación con los artefactos, con lo artificial que nos rodea. También es, obviamente, una película simbólica y, como “La Sustancia”, crítica de los estereotipos y restricciones impuestos a las mujeres desde una óptica feminista un poco estereotípica. Pero lo más importante, lo que trasciende la cuestión de género, es que pone el dedo en la llaga respecto de una especie de simbiosis humana con los objetos que ha creado. Es cierto: varias películas de superhéroes muestran lo mismo, pero aquí es consciente, una especie de signo de los tiempos.

Todo un género 

Lo que nos lleva nuevamente a David Cronenberg. Aunque el hombre nunca se apartó del todo ni de la sátira ni del cine de género, es cierto que -como dijo en una entrevista su colega John Carpenter- se volvió “serio”, cineasta de festivales. Antes era “chévere”. Cuando en Canadá y con dos pesos con cincuenta, hizo “Cromosoma 5” o “Rabid”, donde virus y parásitos volvían a los humanos vampiros sexuales, o cuando hizo los melodramas tremendos “La Mosca” y “Pacto de amor”, donde el cuerpo y la ciencia iban a una unión. De hecho, el amor sexual entre seres humanos y autos es central en su versión -casi prohibida en la Argentina- de la novela de J.G. Ballard, “Crash”. Hace un par de años, fue más allá: tomó el título (sólo el título) de una de sus primeras películas, “Crímenes del futuro”, y realizó algo que podríamos llamar un experimento sobre experimentos: personas que se someten a cirugías extremas para crear cuerpos nuevos, sentidos nuevos, un film que compitió (adivinen...) en Cannes en 2022 y que lleva al extremo la idea de simbiosis con la máquina. Hay que tener en cuenta dos cosas: hoy, cuando vivimos delante de una pantalla y con una red que nos permite conseguir la mayor parte de las cosas que necesitamos sin movernos de nuestra casa, y cuando la tecnología para cambiar nuestras imágenes está al alcance de cualquiera con un celular y cámara, estamos cerca de la jueentud eterna. Por lo menos para un alter-ego digital (¿qué otra cosa sería la “Sue”, alter ego, de la protagonista de “La Sustancia” sino metáfora de un avatar digital hecho carne?). La segunda cosa: el cine suele funcionar menos como profecía que como testimonio de una época y sus miedos y esperanzas.

Lo que nos lleva a “Infinity Pool”, ópera prima de Brandon Cronenberg. El apellido no es una coincidencia: es el hijo de David y esta película casi homenajea al padre. Una pareja rica va a una isla paradisíaca de vacaciones, tiene un accidente que los enfrenta a un tribunal y una condena a muerte. Pero he aquí que en ese lugar la gente rica puede comprar un clon exacto para ser ejecutado y su castigo es verlo morir. A partir de aquí, vemos una sociedad que se regodea en la sangre, en los “dobles” (avatares, podríamos decir) a los que se puede matar sin remordimiento.

Por supuesto que el film busca shockear al espectador a puro horror, pero el asunto va por otro lado, por uno que podría considerarse metafísico ¿aquello que creamos tiene conciencia? ¿Tenemos derecho a usar y abusar de un cuerpo ajeno que sabemos “artificial” aunque no se sienta como tal? En tiempos de vida digital y búsqueda de juventud, de hedonismos artificiales, resulta una pregunta pertinente. Algo está pasando en el mundo para que películas de este tipo comiencen a surgir, aunque aún sólo lo hacen en circuitos de festivales o en el nicho popular y mirado de soslayo del terror a repetición. Si “La sustancia” es importante en algún sentido, es por darle visibilidad a un tema complejo, nuestra relación con el cuerpo en tiempos de tecnología todopoderosa. Para el espectador medio, un filtro nuevo para sus imágenes en el celular.