El Presidente Javier Milei votando. (AFP)
Otra vez sopa: por qué las encuestas no aciertan nunca
Por qué ninguna consultora pudo predecir el resultado del domingo. Los trucos sucios de la profesión y el sincericidio de Artemio López.
Ya se convirtió en un clásico de los últimos años, cada vez más exagerado en sus formas. Las encuestas nunca aciertan con lo que va a ocurrir, y no solo no aciertan, sino que erran por márgenes ridículos. Van solo algunos ejemplos, que funcionan como precedentes del papelón de este domingo 26. En 2019, en las PASO en las en que Mauricio Macri quedó enterrado por una diferencia abismal de 47 a 32 por ciento contra Alberto Fernández, ninguna consultora pudo prever semejante mazazo, y algunas hasta le decían al entonces presidente que estaba uno o dos puntos arriba de su rival. En las generales de ese mismo año, tampoco ningún sondeo predijo que el líder del PRO achicaría la diferencia a 48 a 40. En las PASO de 2023, al que las encuestas no tomaron en cuenta fue a Milei: nadie adelantó que saldría primero en esas primarias. Así como nadie vio venir que en la primera vuelta que le siguió semanas después ganaría el peronista Sergio Massa, y solo la mitad de las encuestadoras dio ganador a Milei en el ballotage. Y finalmente, este año, ninguna consultora vio la diferencia de 14 puntos que se dio en las elecciones en Provincia, y ninguna -ni una sola- acertó a pronosticar que La Libertad Avanza daría vuelta ese resultado el último domingo y llegaría a más de 40 puntos a nivel nacional.
Entonces, si siempre pifian, ¿para qué seguir consumiendo encuestas? ¿Y por qué los responsables de hacerlas no se hacen cargo del desastre? ¿Son creíbles todavía después de tantos errores a repetición?
Uno de los precursores de los actuales encuestadores, el ya mítico Artemio López, alguna vez me contó varios de los secretos más sucios de la profesión. Una de las máximas de Artemio era que, cuando los consultores miden imagen y no intención de votos, “dejan volar la imaginación”. Claro, porque la imagen positiva o negativa no es algo que luego será ratificado en una elección, es “indemostrable”. Otra advertencia de López era que los corrimientos repentinos de votos en las horas previas a una elección no existen. Simplemente son la excusa de los encuestadores para explicar por qué no se dio el resultado pronosticado: “Hubo un corrimiento en las últimas horas”. Otra revelación de Artemio era que muchos colegas suyos solían “afinar el lápiz” en sus últimos sondeos antes de una elección. Solo ahí revelaban la medición real que manejaban, mientras que en las semanas previas “operaban” a favor del cliente que los contrataba e inflaban sus números. El encuestador preferido de los Kirchner en los años 2000 -rebautizado “Artemiópolis” por Jorge Asís, en referencia a ese país imaginario en que Néstor y Cristina perforaban el techo de 80 puntos de popularidad y todas eran buenas noticias- también me contó escenas reveladoras. Como la de un joven Alberto Fernández, jefe de Gabinete por entonces, que le preguntaba a una de las encuestadoras contratadas, la de Analía del Franco, por qué no le cerraban los números cuando sumaba los porcentajes de los distintos candidatos medidos: “Analía, acá la cuenta me da más de cien, ¿cómo puede ser?”. Y entonces la encuestadora corregía el desliz, producido por las intervenciones creativas para favorecer a quienes pagaban por ese trabajo. No, el oficio de los encuestadores no era una ciencia exacta ni mucho menos.
Hoy, la pregunta de fondo es si, además de impericia, hay mala intención de parte de los profesionales del rubro en la difusión de números engañosos que la realidad, una y otra vez, termina desmintiendo. ¿Se equivocan a propósito los encuestadores? ¿O solo dejaron de tomarse el trabajo de medir con meticulosidad y rigor, lo cual, claro, sale plata? Las muestras cada vez más pequeñas de sus mediciones -en algunos casos, menores a los mil casos-, la persistencia de evidentes errores metodológicos como los sondeos por teléfono de línea o la sumatoria de trucos como los revelados por Artemio López apuntan a una crisis generalizada de la profesión y explican por qué perdió credibilidad.
Las encuestas dejaron de ser un espejo de la realidad para convertirse, cada vez más, en un negocio.
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