La carta de Carlos Zannini como compañero de boleta de Daniel Scioli implica, como gesto, la rendición incondicional del candidato presidencial. Comparada con la jugada K de haberle puesto a Gabriel Mariotto como vicegobernador bonaerense -desafío que Scioli esquivó con frialdad de motonauta-, esta jugada atornilla al núcleo kirchnerista a la Casa Rosada y, quizá más decisivo a futuro, al Senado y por consiguiente a la línea sucesoria constitucional. Hoy parece un chiste macabro el lapsus reciente de un integrante de Carta Abierta sobre la posibilidad soñada de que Scioli renuncie en algún momento a la presidencia y lo suceda Máximo Kirchner. La opción por Zannini es tan contundente como la hipotética candidatura de Máximo, pero más viable y realista, por la pericia política y administrativa desplegada por “El Chino” junto a Néstor y a Cristina, sumado al bajo perfil relativo que Zannini conserva ante el grueso de los votantes. Traducido: Máximo olía, para el gran público, mucho más a continuismo rabioso que el poco famoso Zannini, lo cual podría espantar menos a los votantes con simpatías K, pero con ciertos pruritos republicanos en relación con la alternancia en el poder y otros “berretines” cívicos caricaturizados por el oficialismo.
La elección de Zannini para que acompañe a Scioli podría sellar, de paso, la fantasía presidencial de Florencio Randazzo, ya que es poco probable que el Gobierno (especialmente Cristina) se encolumne durante la campaña contra una boleta ejecutiva integrada por el secretario de Legal y Técnica y mano derecha incuestionable de la Presidenta. Teniendo en cuenta, además, el peso específico que ha tomado Zannini en los últimos días como el lápiz de plata (el de oro es CFK, obvio) para confeccionar las listas de los distritos importantes de las votaciones nacionales, provinciales y municipales que quedan por delante, la movida puede dar una idea de el nivel de kirchnerismo en sangre que registrará la oferta electoral oficialista.
También es Zannini un indicio de lo que la familia Kirchner no está dispuesta a entregar junto con el bastón presidencial: el control férreo y a la vez sigiloso de un entramado de negocios público/privados que el posible vice conoce bien de cerca, familiarizado con las tramas legales involucradas en el reparto de la obra pública, en coordinación tensa y acaso insostenible a futuro con Julio De Vido, otro de los rostros de la vocación empresarial K.
Muerto Néstor y aún verde Máximo, Zannini es lo más parecido a “Kirchner por siempre” que Cristina podía conseguir en este año de falso “fin de ciclo”.
por Silvio Santamarina*
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