Dedo (Pablo Temes)

Un Milei más tranquilo en un mundo turbulento

El Presidente intenta moderar su discurso antes de las elecciones, mientras se ahonda la batalla cultural de la nueva derecha contra el progresismo. El caso Charly Kirk.

La nueva versión de Javier Milei que se estrenó el lunes pasado, una que es llamativamente más sobria y amistosa que la que durante más de un año dominó el escenario político, podría permitirle recuperar el apoyo de muchos bonaerenses que le dieron la espalda al boicotear las elecciones provinciales y de tal manera reducir el riesgo de que la Argentina pronto se vea sacudida por una convulsión política que le sería fatal. Con todo, aun cuando Milei II logre frustrar a los que, como Cristina y sus adherentes, rezan para que el país cayera en la anarquía por suponer que los beneficiaría, lo que está ocurriendo en el resto del planeta sumará dificultades a la tarea ciclópea que ha emprendido. Si bien la Argentina es un país sui géneris, no es una isla y, como todos los demás, se ve afectado por las modas políticas, económicas y culturales internacionales de turno.

La popularidad de Milei en el mundo virtual y el renovado interés en las vicisitudes de la Argentina que ha estimulado en el exterior es sintomática de la sensación de vacío, de la convicción difundida de que todos los modelos socioeconómicos que se han ensayado en los años últimos han fracasado sin que nadie haya logrado concebir uno nuevo que sea claramente mejor, que está provocando trastornos a lo ancho y lo largo de la Tierra. A juicio de los atraídos por su figura pero que no necesariamente comparten su pasión por el extremo rigor fiscal que, a juicio de muchos, es una de las causas de lo que está ocurriendo en su país particular, Milei ofrece una alternativa clara al statu quo, lo que ha sido más que suficiente como para hacer de él uno de los líderes de la rebelión internacional contra el orden establecido que está en marcha y que, en muchos países, amenaza con ser muy violenta.  

Es que no sólo los alarmistas de siempre sino también personas que suelen ser consideradas relativamente sensatas están advirtiendo que países centrales, como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, corren peligro de verse devastados por guerras civiles. Advierten que la brecha que separa a las elites dominantes - “la casta” y quienes han prosperado sirviéndola -, del grueso de la ciudadanía, se ha hecho tan grande que una revolución, o contrarrevolución, es inevitable. ¿Exageran? Tal vez, pero sucede que los que temen lo peor tienen motivos de sobra para preocuparse. Además de saberse despreciada por los integrantes de dichas elites, la “gente común” se ha visto perjudicada por la evolución de todas las economías avanzadas que están haciéndose cada vez menos igualitarias.

Mientras que en la Argentina la mala fama de “la casta” se debe a su corrupción e ineptitud, en Estados Unidos y otros países la hostilidad hacia el equivalente local es consecuencia de las presunciones de superioridad natural de sus miembros que se asemejan a las de ciertas aristocracias de otros tiempos que terminarían pagando un precio muy elevado por haberse creído intrínsecamente mejores que los demás.

Para muchos norteamericanos, el asesinato hace poco más de una semana en un campus universitario de Utah del joven influencer conservador Charlie Kirk fue consecuencia de la campaña de odio que están librando fanáticos de la izquierda woke contra todos aquellos que se niegan a apoyarlos o a tomarlos en serio. Es ésta la opinión del presidente Donald Trump, un amigo personal de Kirk, y el vicepresidente J. D. Vance que no vacilaron en pedir represalias contra quienes festejaron en las redes la muerte de un adversario persuasivo que había desempeñado un papel destacado en las “guerras culturales” que están librándose en la superpotencia.

Según se informa, muchos que reaccionaron con júbilo al asesinato, o que intentaron justificarlo aludiendo a la prédica anti-woke de la víctima, ya han perdido sus empleos en empresas, medios periodísticos o instituciones académicas: en Estados Unidos y otros países occidentales, la cultura de la cancelación ha dejado de ser un monopolio “progresista” como era antes del regreso de Trump a la Casa Blanca. Como pudo preverse, los blancos de la ofensiva desatada por el gobierno norteamericano están comparándose con los izquierdistas que, en los años cincuenta del siglo pasado, fueron perseguidos por el senador Joseph McCarthy que los acusó – a veces con razón -, de ser agentes comunistas que conspiraban contra Estados Unidos.

Sea como fuere, las repercusiones del asesinato de Kirk por un joven sin antecedentes criminales que, según parece, se creía un defensor de los transexuales y enemigo mortal del fascismo, no se limitaron a su propio país. También en Europa, donde pocos habían oído hablar de él antes, la noticia de su muerte se vio incorporada enseguida al conflicto acérrimo entre quienes se ufanan de su “progresismo” y los demás.

En Londres, donde una multitud inmensa -para los organizadores, hubo más de un millón, sólo alrededor de 150 mil según la policía- protestaba contra la inmigración ilegal de grandes contingentes de hombres jóvenes procedentes mayormente del mundo musulmán y el desprecio apenas disimulado del gobierno laborista por la libertad de expresión, ya que se ha acostumbrado a pedir la encarcelación de aquellos que en la redes se mofan de los transexuales o critican la política migratoria, muchos asistentes repudiaron con vehemencia lo que acababa de suceder en Estados Unidos. Aunque el nada popular primer ministro Keir Starmer descalificó la manifestación, atribuyéndola automáticamente a “la ultraderecha”, no puede ignorar que la mayoría de sus compatriotas simpatiza con los puntos de vista de los preocupados por la transformación demográfica de su país y la aparente falta de interés de sus gobernantes recientes, sean laboristas o conservadores, en prestar atención a los muchísimos problemas que está ocasionando.

En Francia, el panorama es, si cabe, aún más ominoso que el enfrentado por las autoridades británicas. El presidente Emmanuel Macron se ha desprestigiado hasta tal punto que le está resultando casi imposible formar un gobierno capaz de frenar el endeudamiento creciente que, de continuar por mucho tiempo más, pondría a Francia en una situación financiera parecida a la de Grecia en 2008.  Por tratarse de un país pequeño, la zona del euro pudo sobrevivir a las tribulaciones griegas, pero no le sería del todo fácil salir indemne de un eventual desplome financiero francés.

En tal caso, la salud de la moneda común dependería aún más de la fortaleza de Alemania, pero sucede que el “motor económico” de Europa, donde el gobierno del canciller Friedrich Merz, que asumió el 6 de mayo, dista de haberse consolidado en el poder, también está en crisis. Si bien las elites teutonas siguen reivindicando la decisión de la ex canciller Angela Merkel de abrir las puertas para que ingresaran más de un millón de presuntos refugiados sirios, acompañados por un sinnúmero de otros que, por lo común, no estaban en condiciones de adaptarse a las exigencias de una sociedad avanzada y por lo tanto dependerían de por vida de los servicios sociales, la mayoría parece haber llegado a la conclusión de que en aquella oportunidad “mutti” Merkel cometió una error de proporciones históricas. Asimismo, la política progre de luchar contra el cambio climático prescindiendo de combustibles fósiles y de energía nuclear, además de la necesidad estratégica de dejar de depender de gas ruso, han causado estragos acaso irremediables a la hasta hace poco muy poderosa industria alemana.

Por lo demás, mientras que en Francia la “ultraderechista” Marine Le Pen es, a pesar de los problemas legales que enfrenta, la favorita para suceder a Macron, al otro lado del Rin la aún más “ultraderechista” Alternativa para Alemania está en camino de erigirse en el partido más votado.  Puesto que en ambos países muchos defensores del statu quo están convencidos de que sería legítimo ir a cualquier extremo para mantener a raya a quienes llaman “fascistas” o “neonazis”, no sorprendería en absoluto que algunos optaran por la resistencia armada.

Aunque Italia suele ser tomada por un país crónicamente disfuncional que es proclive a producir gobiernos muy precarios, de los más grandes del Occidente parece ser el más estable, ya que, a diferencia de los del Reino Unido, Francia y Alemania, el gobierno de la “ultraderechista” Giorgia Meloni no ha visto mermar su autoridad, mientras que la oposición que enfrenta es menos histérica que el ala exaltada del Partido Demócrata estadounidense cuyos integrantes insisten en que Trump es un autócrata de ambiciones mussolinianas o “literalmente Hitler” y que por lo tanto hay que frenarlo por los medios que fueran.

¿Contribuyó la retórica inflamada así supuesta al asesinato de Kirk y a los dos intentos de matar a Trump cuando estaba en campaña?  Muchos partidarios del presidente norteamericano los atribuyen al clima de opinión que ha creado “la izquierda lunática”, mientras que algunos no titubean en afirmar que la conducta rabiosa de sus contrincantes les da el derecho a reaccionar con fuerza contundente ante lo que califican de “actos de guerra”, Huelga decir que la retórica furiosa que se ha hecho habitual entre los norteamericanos politizados, aumenta el riesgo de que en las semanas próximas estalle más violencia política en un país en que hay más armas letales que habitantes.   

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