Tuesday 16 de December, 2025

OPINIóN | 02-12-2025 12:31

La nueva crisis no será laboral, será existencial

El fin del trabajo no traerá solo desempleo: traerá vacío. Un ensayo sobre el nuevo desafío existencial que la IA abre.

Durante siglos, el trabajo organizó la vida humana, tanto por la necesidad de sobrevivir como por la oferta de una estructura: horarios, rutinas, jerarquías, hábitos, sentido de pertenencia. La gente se levantaba, salía, producía, volvía, dormía. Esa repetición no era solo económica, era existencial.

Los hábitos mantenían al individuo dentro de una coreografía colectiva que impedía el exceso de pensamiento. Lo heredado, lo tradicional, lo aprendido por imitación: todo eso funcionaba como una defensa contra el vacío. Tradición es, en el fondo, el hábito que sobrevive a sus autores.

Pero ahora algo se desmorona: la inteligencia artificial (IA) amenaza la estructura invisible que sostenía la vida cotidiana. El trabajo era el eje de los días, el reloj que marcaba el paso del tiempo y justificaba los descansos. Cuando ese cronómetro se apague, quedará el silencio. Un silencio inmenso, lleno de horas vacías, donde las personas ya no sabrán qué hacer, ni con el cuerpo ni con la mente. En ese espacio sin órdenes ni urgencias aparecerá una pregunta antigua: “¿para qué?”.

Hasta hoy, esa pregunta no era necesaria. Las religiones daban respuestas listas, los gobiernos ofrecían proyectos colectivos y las empresas inventaban metas para llenar las semanas. Cada uno encontraba un sentido prefabricado y lo adoptaba como abrigo. No hacía falta preguntarse demasiado: bastaba con seguir los ritos. Pero cuando las máquinas trabajen mejor que nosotros, cuando los sistemas aprendan a razonar y decidir por su cuenta, ese abrigo se deshará. Lo que viene no es solo desempleo: es deshabituación. Y esta es más profunda que la desocupación.

Sin hábitos, el pensamiento se vuelve un río sin cauce. Y cuando la mente humana fluye sin dirección, tiende a chocar con el sufrimiento. Porque pensar, en su forma más honesta, no es una actividad alegre: es un intento de escapar de algo que duele. El pensamiento nace de una incomodidad, no de la curiosidad. Preguntarse por el sentido de la vida no es una inquietud filosófica, es una forma de huida. La mayoría de las personas no piensa hasta que algo las obliga a hacerlo, y cuando lo hacen, lo primero que descubren es que no hay respuesta.

El problema no es nuevo, solo estaba dormido. Lo que cambia ahora es la escala. Si millones de personas dejan de trabajar y los días se vuelven lentos; si el tiempo se expande y deja espacio para la introspección, entonces esa pregunta —la del “para qué”— ya no será una cuestión marginal: pasará a ser colectiva. Y cuando una sociedad entera empiece a enfrentarse con el sinsentido, veremos consecuencias que hasta hoy solo aparecían en biografías individuales: ansiedad, desesperanza, consumo compulsivo, necesidad de estímulos o adicciones. Porque el ser humano, al quedar sin propósito externo, se ve obligado a enfrentarse con la ausencia de propósito interno.

Durante generaciones, el sentido de la vida fue un servicio tercerizado. Las religiones, las ideologías y los sistemas políticos y económicos ofrecían un marco que liberaba a cada individuo de tener que pensar su propio vacío. Era una suerte de contrato tácito: el sistema proveía un propósito y uno, a cambio, cumplía con su parte. Esto incluía trabajar, creer, obedecer, ahorrar y progresar. Funcionó durante siglos porque el sufrimiento necesitaba la ocupación. Una vida llena de tareas sufre menos, o al menos lo parece. Entre tanto, la inteligencia artificial pasa a reemplazar pretextos.

Lo más difícil no será adaptarse al nuevo mercado laboral, sino a la ausencia de justificación. Por primera vez, el ser humano podrá vivir sin que nadie lo necesite; por lo tanto, su fuerza, memoria, cálculo y experiencia serán redundantes. Lo único que quedará será su conciencia, enfrentada al tiempo libre. Y este tiempo libre, cuando no hay deseo, se convierte en espejo.

En ese reflejo cada uno verá lo que siempre estuvo ahí: la falta de meta. La vida no tiene propósito, y fingir que lo tiene ha sido el gran entretenimiento colectivo. Nacemos, sufrimos, buscamos alivio y repetimos ese ciclo con distintos disfraces: amor, religión, dinero, éxito, hijos, causas, placeres y distracciones. Todo sirve mientras mantenga alejado el vacío.

Por eso, el cambio que viene exige una educación distinta. Si en el siglo XX enseñamos a trabajar, en el XXI deberíamos enseñar a existir sin motivo. Explicar desde temprano que la vida no tiene un fin ni una misión no es cinismo: es profilaxis. Así como se enseña a los niños que el fuego quema o que la gravedad no perdona, habría que enseñarles que el universo no promete nada. Que no hay destino ni razón última, que el sentido es un invento útil, pero no real. Y que eso, lejos de ser trágico, puede ser liberador.

Porque si la vida no tiene propósito, entonces no hay fracaso posible. Lo único que queda es el presente, y en él, la oscilación constante entre sufrimiento y alivio. Entender eso puede evitar que el vacío se transforme en desesperación. Se trata de reconocer el mecanismo, ya que el sufrimiento es inevitable y la ilusión de propósito es opcional.

La inteligencia artificial, al quitar las ocupaciones, también quita las excusas. Nos enfrenta con la pregunta que ya nadie puede delegar: ¿qué hacer con el tiempo? Tal vez el futuro no necesite filósofos, sino instructores de vacío, maestros que enseñen a vivir sin finalidad, a tolerar la ausencia de metas sin caer en el pánico o en el consumo. Porque cuando todo funcione sin nosotros, lo único que quedará por aprender será cómo habitar la nada sin miedo.

Quizás haya llegado el momento de decir la verdad: no vinimos por nada, no vamos hacia nada, y entre ambas cosas solo existe la experiencia del sufrimiento y su alivio. Lo demás, literalmente todo lo demás, es conversación.

Las cosas como son

Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.

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Mookie Tenembaum

Mookie Tenembaum

Analista internacional, autor de Desilusionismo.

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