Tuesday 16 de December, 2025

OPINIóN | 02-12-2025 11:36

La batalla cultural contra la libertad

¿Cómo se determinan las normas morales, las formas de vida válidas, los valores compartidos? La libertad no es valiosa porque nos garantiza elegir bien, sino porque nos permite descubrir qué es elegir bien.

El punto con el liberalismo es que el valor se muestra en el intercambio, no es una distinción otorgada mediante una evaluación racionalmente organizada. El mercado no "premia", el mercado elige. Tomarlo como un premio es un ejercicio metafórico que confunde todo.

¿Y por qué hay que optar por la elección en lugar de por el jurado? Porque a los efectos de la supervivencia y la satisfacción es la mejor opción: no requiere violencia, la sociedad se ordena a través de las elecciones generando un orden espontáneo que ha sido explicado muchas veces. Es la misma razón por la cual el lenguaje no se organiza racionalmente. En ese sentido, no hay una "elección correcta", lo correcto es la elección.

El mercado está lejos de ser una meritocracia que requiere un criterio para medirla. El mercado es en sí mismo el criterio de valor. Y esto va mucho más allá de la economía. El mercado económico no es el modelo del que se derivan estas ideas; es al revés. El mercado es apenas un caso particular, una manifestación en el ámbito de los bienes escasos, de un principio más general: una sociedad se ordena mediante elecciones libres de sus miembros. Estudiamos el mercado económico porque ahí las consecuencias son medibles y observables, pero el principio aplica a todo el orden social.

El orden espontáneo permite poner en duda dogmas morales y hasta derribarlos, como la sumisión de la mujer, la represión sexual, el castigo físico o la hoguera. La hoguera, en realidad, es más parecida a una meritocracia que el mercado. Todo tipo de jerarquía preestablecida es una forma de meritocracia.

En ámbitos controlados y con objetivos precisos la meritocracia puede funcionar: un examen, un premio artístico, un reconocimiento de cualquier tipo. Siempre será discutido, siempre dependerá de cuánto esfuerzo se haya hecho para dotarlo de credibilidad y, en algún punto, será algo discrecional. El mercado se saltea esa dificultad. Se parte de la base de que la elección es suficiente prueba y el resultado siempre es una mayor productividad, porque cada actor sigue sus fines, por lo tanto tiene incentivos para actuar. Por eso no hace falta la violencia, ni las auditorías.

Milei, sin entender de qué va este asunto, dijo una vez en una reunión de su grupo ideológico en México que el empresario ganaba más que el empleado porque trabajaba más horas, siguiendo a Carlos Marx en la teoría del valor basada en el costo de producción con la que construyó su teoría de la explotación. No existe esa regla, ni el empresario necesariamente trabaja más que el empleado y ni siquiera necesariamente gana más. Marx, y su discípulo libertario, estaban equivocados.

Tanto el empresario como el empleado ganan más si lo que hacen es elegido con un mayor grado de prioridad que otras opciones. La capacidad de verse favorecido por la elección de los demás es la ventaja. El empleado por alguien que toma todo su tiempo y el empresario tomando riesgos a la espera de esa elección. Si la regla es la libertad de elegir, habrá más negocios, habrá más recursos, todos estarán dispuestos a hacer más y a ver cómo reducen los costos para hacerse más competitivos.

Pero hablar aquí de "mérito" sería un error. La capacidad de satisfacer preferencias ajenas no es un mérito en ningún sentido robusto del término. El mérito requiere una vara, un criterio que alguien debe establecer y defender. ¿Por qué un tenista con talento natural tendría más "mérito" que otro que entrena veinte horas diarias pero no alcanza el mismo nivel? No lo tiene. Simplemente es elegido por más gente para ver jugar. Hablar de mérito aquí no solo es inútil sino confuso: introduce subrepticiamente la idea de que hay un criterio externo de evaluación, cuando justamente lo que sostengo es que no lo hay ni debe haberlo. Lo que hay es elección, punto. Cuando elegís una pareja, no hay mérito. Esa persona no tiene "el mérito de haber sido elegida". Simplemente fue elegida. El lenguaje del mérito pertenece a sistemas con jurados y comités; el mercado y el orden espontáneo prescinden de él.

Esto no obsta a que cada uno haga sus juicios de valor sobre sí mismo y sobre los demás. Eso es inescindible de su elección, pero no lo puede transferir a los demás ni hay un comité central experto que pueda suplantar su juicio. Por más que lo intente siempre quedaría atrás, como le pasaría a un comando central creador de palabras o le pasaba a los organismos de precios soviéticos. Es el mismo principio.

La pregunta de fondo es: ¿cómo se determinan las normas morales, las formas de vida válidas, los valores compartidos? La alternativa al orden espontáneo es siempre alguna forma de comité central moral, con los problemas ya mencionados: corrupción del poder, ausencia de un criterio legítimo de evaluación, destrucción de los incentivos para la acción y la búsqueda de la felicidad. Cualquier comité que pretendiera determinar qué combinación de elecciones es óptima para la sociedad enfrentaría problemas insolubles: corrompería su poder, generaría controversia interminable, y sería subóptimo para muchos por definición. La pregunta "¿subóptimo para quién?" delata el problema: no hay una función de utilidad social objetiva, solo hay personas eligiendo.

Aquí no estoy hablando de externalidades económicas ni de monopolios en mercados de bienes escasos, donde evidentemente hay debates ajenos a este análisis sobre regulación. Hablo del ámbito de los valores, las preferencias personales, las formas de vida: ahí no hay escasez. Si elijo acostarme con un hombre, no le quito a nadie la posibilidad de acostarse con una mujer. Si no adopto una creencia religiosa, no consumo un recurso finito que otro necesita. En este terreno no aplican las objeciones típicas a los mercados económicos porque no hay competencia por recursos limitados. Lo que hay es multiplicidad sin sustracción. Y en la multiplicidad hay información y comprobación gratuita para facilitar elecciones ajenas, no costo social.

Esto deja de lado todo el intento conservador por cosas tales como mantener "valores de occidente" o una "cultura nuestra". Porque, pensémoslo, si una cultura tiene que resistir nuestras elecciones, no es nuestra en primer lugar. Si los valores de occidente están amenazados por ciudadanos de occidente, no son valores de occidente. El planteo es, en realidad, que un conservadurismo de ese estilo quiere ser policía de las elecciones que no se parecen a las suyas, erigirse en juez moral con poder discrecional. Supone poca confianza en las propias elecciones, por otra parte.

La historia lo muestra claramente. Pensemos en ejemplos contemporáneos: las formas familiares —monoparentales, ensambladas, del mismo sexo— no fueron "aprobadas" por ningún comité de expertos en familia. Fueron emergiendo de elecciones individuales, y la discusión ética fue corriendo detrás, adaptándose. Los que querían "defender la familia tradicional" mediante leyes estaban intentando ser ese comité central moral, y perdieron porque las elecciones reales de la gente demostraron que esas formas funcionaban.

O pensemos en el lenguaje: nadie diseñó los emojis, los memes, el lenguaje de internet. Surgieron espontáneamente de millones de interacciones. Cualquier intento de un ministerio del Lenguaje Digital de crear algo así, fracasaría, porque ya estaría obsoleto cuando publicara sus normas.

Siempre que se escuchan estas apelaciones pretenciosas se verifican dos cosas. La primera es que el devenir natural de las elecciones concretas de la gente que juega sus valores al intercambiar y colaborar, supera la capacidad del comité moral central y genera cambios éticamente valiosos que dejan perplejos a los que los quieren detener, como los casos mencionados, a los que se podría agregar el fin de la esclavitud, el fin de la censura, los tormentos y una larga lista de cosas que solían ser valores de occidente. La segunda cosa que se verifica es que los policías morales se parecen más a la policía caminera de la Argentina que a la policía de Finlandia. Es parte del negocio: el que tiene el poder discrecional de juzgar, se libra de ser juzgado con el mismo criterio. El dueño de la vara, la usa a su favor.

Un corolario de estos principios es la igualdad ante la ley, que puede ser difícil de definir. La Corte argentina la conceptualizó alguna vez como tratar igual al que estaba en una situación igual, pero a los fines que interesan a este comentario, diría que significa que ninguna elección vale más que otra. Todo el que puede elegir es un igual. La elección tiene valor con independencia de cuanto mérito se le asigne con el criterio que sea al que elige.

Y esto es así más que por una razón ética o como pacto constitucional para que el sistema de libre elección sobreviva: es que todo el andamiaje parte de la base de que elegir es útil, no de que haya un criterio externo para determinar qué es lo que se debe elegir. Es confiar más en el orden espontáneo y la experiencia, que en la arbitrariedad de una autoridad.

Hayek también planteó que la competencia, y podríamos extenderlo a la elección libre en general, es un procedimiento de descubrimiento. No sabemos de antemano qué funcionará, qué satisfará mejor las necesidades, qué formas de vida generarán más florecimiento. Solo eligiendo, arriesgando, experimentando, lo descubrimos. Por eso cualquier intento de evaluar ex ante qué merece ser elegido está condenado al fracaso: la información que necesitamos solo emerge del proceso mismo de elegir.

La ética subsiste como pensamiento y reflexión, pero irá un poco atrasada siempre, alimentándose de lo que resulta, del clima de época, de cuánta felicidad es el output de la interacción, de las experiencias ajenas, las de los que se arriesgan a apartarse del juicio público y enseñan con su éxito o su fracaso. El progreso es experiencia y reflexión, pero la experiencia requiere libertad. Hay conclusiones más firmes en la historia como no matar y otras un tanto más complejas y avanzadas como dejar la violencia de lado, directamente. Desde que no nos vigile la Gestapo a no ser intimidado por una patota digital.

Porque así como todo el edificio depende de elecciones libres y abiertas, sin interferencias, como regla general para todos y con responsabilidad por los propios actos, lo que elige todo el mundo, en última instancia, es estar mejor y buscar la felicidad, como dice la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Si el valor emerge de lo que se elige, y todos elegimos buscar la felicidad, entonces el sistema que maximiza las elecciones libres es el que maximiza las posibilidades de florecimiento humano.

¿Hay elecciones equivocadas? Obviamente las hay, pero eso se demuestra ex post. Casi nunca nos anticipamos al éxito, porque si no lo tendríamos todos disponibles. Por lo tanto limitar elecciones de acuerdo a un juicio externo, declararles una “batalla cultural”, carece por completo de sentido.

Como escribió Hayek, la libertad no es valiosa porque nos garantiza elegir bien, sino porque nos permite descubrir qué es elegir bien. Y ese descubrimiento es colaborativo, gradual, nunca definitivo. Es un proceso, no un destino. Los que pretenden detenerlo en nombre de valores eternos están, en realidad, apostando contra la capacidad humana de aprender, adaptarse y florecer. Están, en el fondo, contra la vida misma.

por José Benegas

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