La tapa es contradictoria: la imagen es la de un bosque penumbroso, mientras que el título parece abstracto, conceptual. A su vez el texto de contratapa, de Alejandro Rubio, hace en las primeras líneas un uso abundante de la palabra “boluda” (o “boludez”) para instalar a la autora en un territorio que interfiere “en la línea Lamborghini-Aira”, con lo que ellos habrían olvidado o dejado en formación.
Si bien las dos cosas tienen algo que ver con el libro en sí (Fernanda Laguna escribe con el corazón pero también –y mucho– con el cerebro; sobre todo en sus recitales acentúa a veces el filo “boludo”), la experiencia de la lectura es otra cosa, vigorizante, que empuja sin cesar hacia adelante, a seguir. Hasta ahora los libros y libritos de Laguna eran una masa dispersa. Por otra parte su papel activo como artista plástica, como organizadora (de la empresa Belleza y Felicidad, por ejemplo) distrajo un poco de su poesía escrita, o tendió a sumirla en un “conjunto” con sus otras actividades.
Las dos herramientas de esta obra de más de 15 años que el libro selecciona son un lenguaje engañosamente simple, y una estructura tensa, de voz alta, aunque dirigida sobre todo a sí misma y algunos oídos cercanos, que por la magia poética le sirve para alcanzar a cualquiera (que no es lo mismo que “a todos”).
Hay poemas largos sólidos, originales. A menudo parecen cortos cinematográficos (el lector va “viendo todo”), como en “Poesía proletaria”, recorrido en bicicleta de un trayecto comercial por calles con nombre y apellido vendiendo materiales plásticos. “La ama de casa” es a la vez un himno a las tareas del hogar, y su deconstrucción. “Es que a mí no me pasa” encadena poemas que comunican el romanticismo del deseo sentimental con el rechazo de la escritura a todo lo que no sea ella misma. Entre los cortos hay que buscar un poco más las joyas. Figura entre otros el poema dedicado a las toallitas higiénicas, de moderada celebridad. Y un colofón con otra marca.
La advertencia principal sería que el libro entero absorbe, entretiene, carece de filtro intelectual, y de paso va mostrando las alegrías, angustias y dudas de Fernanda Laguna, que son, otra vez, las de cualquiera (y no las de todos). Si eso es posible, es a la vez divertida y profunda.
por Elvio E. Gandolfo
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