La desopilante caída en desgracia del ex secretario de Obras Públicas, José López, fue celebrada puertas adentro del Gobierno con la incredulidad y la euforia de quien acaba de ganarse un Quini 6. Hasta el lunes 13 por la noche, el clima mediático, económico y político venía siendo bastante desfavorable para el macrismo, enredado en los efectos durísimos del tarifazo, la resignación a un segundo semestre recesivo, la polémica por la repatriación de capitales y los coletazos comunicacionales de la arritmia presidencial que, junto a las metáforas tuneleras de Gaby Michetti, pintaban un cuadro bastante definido de confusión en las alturas.
Fue en ese clima que se empezó a transmitir desde diversas vías oficiales una marcada preocupación sobre los insistentes rumores, provenientes de lo más profundo del Conurbano, acerca de la presunta puesta en marcha de un plan para desgastar la gobernabilidad de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal. Se ubicaba entre los pretendidos organizadores de la oscura movida a intendentes peronistas referenciados en el matancero Fernando Espinoza, a grupos piqueteros como el de Luis D'Elía y a sectores juveniles del kirchnerismo, montados en la zozobra que empieza a manifestarse en los sectores periféricos de los municipios más populares. Para peor, Vidal venía denunciando por lo bajo presiones sostenidas y atisbos de espionaje desde sectores policiales ofuscados por las purgas con que se inició la nueva gestión.
Así las cosas, los bolsos voladores de López cayeron como un milagro tras el llamado al 911 de un vecino de General Rodríguez llamado Jesús. Desinflada la saga del Caso Báez, el nuevo capítulo de la corrupción K copó la agenda con increibles ribetes de ficción. El kirchnerismo quedó groggy.
Cada vez que algo así sucede, la imagen pública de Macri repunta. Es como si masivamente se recordara de golpe por qué fue colocado en ese sillón por el 51 por ciento de los votantes. De todos modos, el "circo" de la corrupción (al que tanto contribuyen los corruptos con sus modos novelados de robar) nunca llega a tapar del todo la realidad del día a día.
Por ahora, el justicialismo en la inmensa mayoría de sus variantes se ha mantenido dentro de los márgenes que impone la convivencia, incluso con aportes interesantes al debate de medidas urgentes. Sin embargo, en el Gobierno temen (y con razón) que si el cuadro recesivo continúa (y por ende se agrava), la combinación de inquietud social y reorganización de un peronismo sin liderazgo definido pueden realimentarse mútuamente con el resultado de un cóctel explosivo. En un contexto de tal naturaleza, el cerco judicial que los bolsos de Don López cerraron aún más sobre Cristina Kirchner podría resultar, a la larga, acaso más un problema político que una solución judicial.
La mayoría sabe que jugar al 2001 sería inconveniente para todos. O, al menos, para los sectores más vulnerables que pierden siempre. La Argentina viene de allí. Kirchnerismo y macrismo han sido los emergentes políticos de aquella hecatombe, a fin de rearmar un sistema de representación política que había volado por el aire al grito de "que se vayan todos".
A diferencia de hace 15 años, la dirigencia no está siendo masivamente cuestionada y la sociedad también hizo su experiencia. Tampoco hay margen (ni motivo) para que nadie se duerma en los laureles. Apostar al "cuanto peor mejor" sería tan irresponsable como desoir a quienes viven el ajuste con angustia.
*Jefe de redacción de NOTICIAS.
por Edi Zunino*
Comentarios