Desde el matrimonio igualitario, las parejas gay pueden adoptar legalmente. Pero ¿qué sucede en la realidad? Prejuicios propios y ajenos se suman a los escollos que de por sí tiene que enfrentar cualquier aspirante. El actor Flavio Mendoza lo puso en palabras cuando dijo que el proceso le parecía tan tortuoso que optó por llevar adelante una subrogación de vientre en Estados Unidos. NOTICIAS hizo un relevamiento de casos en todo el país, además de abogados y ONGs, para hacer una radiografía sobre la adopción gay. “Las parejas hetero y homo son iguales frente a la adopción. Lo más complicado es que los operadores judiciales venzan los prejuicios y establezcan la igualdad en la práctica”, explica la abogada Karina Bigliardi, especialista en Derecho de Familia. Del derecho legal al derecho real. Tensiones y avances.
Encuentros
Actualmente hay 5.344 postulantes inscriptos en el Registro Único de Aspirantes a guarda con fines adoptivos (RUA), de los cuales el 2% son matrimonios o parejas igualitarias (38% mujeres y 62% hombres). María Rachid, directora del Instituto contra la Discriminación de la Ciudad de Buenos Aires, adjudica esa baja proporción a una discriminación internalizada que hace que muchos piensen que se les va a hacer muy difícil y que no deben adoptar. Andrea Rivas es abogada y presidenta de la Asociación Familias Diversas y abona la teoría: en esa ONG hay quienes adoptaron y otros que desistieron en el camino: “Consideran que si a una pareja heterosexual le cuesta tanto, a ellos se les suma el posible prejuicio de la Justicia. Entonces acuden a otras vías, como la subrogación de vientre”. Ese parece ser el caso de Flavio Mendoza, por ejemplo.
Una semana después de que se aprobara la ley del matrimonio igualitario, Fabián Vera del Barco, profesor de filosofía, tucumano y sin pareja, se envalentonó para iniciar los trámites de adopción. Tocó la puerta de la oficina del Registro de Adopciones y preguntó cómo debía hacer. “Venga con su señora y llene la ficha”, le indicaron. Fabián era el primer hombre soltero que se presentaba como aspirante en esa provincia. “Cuando me hicieron la entrevista psicológica, hablé de mi sexualidad abiertamente y la psicóloga quedó shockeada. Su informe fue negativo porque decía que aún tenía cuestiones traumáticas de la adolescencia sin resolver. Tiene que haber una evaluación previa pero aquello era el ruido que hacía mi historia en el esquema conservador de la psicóloga”, reflexiona. Después de que algunos jueces tucumanos se hubieran manifestado en contra del matrimonio igualitario, “estaba claro que no tenía buena predisposición de parte de los tribunales de mi provincia”, cuenta. Un hombre que había adoptado a su hijo de 17 años en un juzgado de Lomas de Zamora le contó que allí había varios chicos grandes esperando una familia y Fabián viajó en octubre del 2011. “Me recibieron muy bien, planteé mis expectativas y el equipo me habló de un niño con un retraso mental que hacía tres años que estaba en un hogar y al que nadie le había escuchado la voz”. Entonces se conocieron: enseguida el nene agarró la cámara fotográfica que él había llevado para mostrarle imágenes de su casa, de su mascota y de las montañas. Bastó que le explicara con qué botón pasar las fotos para que Rodrigo aprendiera de inmediato. Fue señal de que no había retraso. Hasta que en el visor apareció un DVD de Tom y Jerry. “Tom y Jerry”, dijo el nene. Nadie del equipo de adopción podía creerlo. Rodrigo estaba hablando. “Yo le pregunté si conocía ese dibujito y él me respondió: “El Tom sos vos y Jerry soy yo”. Es una de las cosas más importantes en la vinculación, la decisión del chico de adoptar al adulto y Rodri lo había hecho”, se emociona Fabián.
Chiquitos grandotes
Si bien no hay un registro de niños en estado de adoptabilidad, un relevamiento nacional que hicieron UNICEF y la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia entre marzo de 2013 y marzo de 2014 muestra que para entonces existían 9.219 niños y adolescentes sin cuidados parentales, esto es, que vivían fuera del seno familiar, ya sea en un hogar o instituto o bajo el sistema de acogimiento familiar. El 76,14% de ellos tenía más de seis años.
Adrián Urrutia y Fabio Bringas se postularon en 2011 en Neuquén para adoptar un menor de hasta ocho años. Al renovar la inscripción al año siguiente, ampliaron el rango etario a doce. “En los años de espera, también nosotros fuimos evolucionando”, reconoce Urrutia. En 2015, Fabio ingresó a la página web del Registro Nacional de Adopciones y se encontró con una solicitada que informaba sobre la situación de Cintia (16), Diego (14) y Mariana (12) en un juzgado bonaerense de Mercedes. Decidieron presentarse. Cuando la trabajadora social les especificó a los tres hermanos que había un matrimonio de hombres dispuesto a adoptarlos, ambas chicas aceptaron. Pero Diego se cruzó de brazos y soltó: “Yo no quiero, estoy cansado de que me carguen porque vivo en un hogar, no quiero que me carguen por tener dos padres putos”. “Date la oportunidad de conocerlos porque tus hermanas dijeron que sí y probablemente se conviertan en sus padres”, le respondió la profesional. “Un fin de semana no pudimos ir a visitarlos y les mandamos una encomienda con tres tazas con sus nombres. Al sábado siguiente, Diego estaba esperándonos para regalarnos su taza. Desde ese momento, tiene un amor tanto o más sofocante que el de sus hermanas”, celebra Urrutia.
Christian Diani y Luis Juliano están juntos hace 13 años y van a cumplir tres de casados. A los quince días de pasar por el registro civil, iniciaron los trámites para adoptar. Ellos viven en Córdoba Capital y cuentan que la provincia tiene mucha demora en las evaluaciones técnicas. En su caso, recién se las hicieron en enero de 2016 y fue en diciembre último que tuvieron el apto definitivo y su número de inscripción al RUA. Se postularon primero para adoptar niños de hasta cinco años: “Conocimos las buenas experiencias que habían tenido otras familias con hijos más grandes, decidimos ampliar el rango, primero hasta diez y después hasta 18 años”.
Elegirse. ¿Se trata de una discriminación indirecta que las parejas diversas adopten niños y adolescentes mayores, en grupo de hermanos o con algún problema de salud o es producto de una mayor apertura mental a la hora de construir una familia? “Yo creo que no es resignarse sino entender, empatizar con quien está del otro lado. Cualquiera que se anote para adoptar un bebé, va a estar años esperando, más allá de su condición de vida. Me parece que nosotros estamos preparados desde otro lado para tener una cabeza más abierta. Cuando viviste parte de tu vida sintiéndote el bicho raro, podes ponerte más fácilmente en el lugar de esos niños que saben que por su edad ya no los quiere adoptar nadie”, define Christian Diani. Jorge Horacio Raíces Montero es psicólogo y autor del libro “Adopción, la caída del prejuicio” y coincide en que “quienes sufrieron mucha discriminación, son más abiertos. Las parejas heterosexuales tienen un modelo más idealizado y quieren bebés”. La base del Registro Único de Adoptantes muestra el modo deliberado en el que cae el interés de los aspirantes según la edad de los niños: mientras que el 90% está dispuesto a adoptar bebés de un año, solo el 31% acepta niños de 6 años, el 13%, de 8 años y apenas el 0,8%, de 12.
Urrutia forma parte del grupo de Facebook “Papitos argentinos”, donde ya hay más de 50 integrantes. “No es casual que todos adoptamos a niños mayores de diez años”, dice. Parecería que se unen niños “inadoptables” y postulantes “inadoptantes”: “Nosotros tenemos el doble desafío, de construir una familia y de demostrar que podemos. Sabemos que estamos siendo observados porque aún hay prejuicios respecto de que podemos degenerar criaturas, como le dijo en su momento Mirtha Legrand a Roberto Piazza”, explica Urrutia.
En camino
Sebastián Orqueda y César Barboza llevan cinco años juntos, viven en Tucumán e iniciaron los trámites a mediados de 2016. Pero aún no tienen el apto porque, según les dijeron, la psicóloga no presentó el informe de la entrevista que les hizo en junio. Lo que implica que todavía no son postulantes formales. “Es muy angustiante”, explican. La falta de recursos y estructura del sistema pone a prueba la templanza de los futuros padres. Algo similar les sucedió a Juan Castro y Pablo Silva, de Ushuaia. “Como vivimos a 200 km de Río Grande, debimos esperar varios meses hasta que la gente del equipo tuviera viáticos para llegar a la isla a hacer la socioambiental”. En el verano de 2013, ellos habían viajado a las Cataratas y fueron al juzgado de Iguazú. “Yo tenía miedo y le dije a Juan: 'Qué bueno sería que nos toque un defensor gay así nos entiende mejor'. Resultó ser gay. Nos dijo que creía que podíamos ser los papás ideales para dos hermanitos de 11 y 9 años que estaban en un hogar de Posadas”. Fueron a conocer a los dos niños. Se encontraron con que sólo estaba David, el mayor. “Batista había sido sustraído por una abogada que, a su vez, había denunciado al hogar. Una situación compleja que no esperábamos. Lo primero que le preguntó David al responsable del lugar fue si le íbamos a devolver a su hermano. Decidimos pasar unos días visitándolo y se nos ocurrió festejarles los cumpleaños a todos los chicos del hogar. El dueño le dijo a David que teníamos intenciones de adoptarlo y cuando le dio la porción de torta que le correspondía, vino hasta Juan y le dijo: 'Esto es para vos, papi'. Fue tremendo”. A fines de mayo mandaron la carpeta al juzgado de Misiones. “El día en que el juez nos dijo que David se iba con nosotros, lloramos como perros. Pero faltaba Batista. Le habíamos prometido a David que íbamos a hacer todo lo posible para que estén juntos”. El juez tuvo una nueva audiencia con ambos niños y, tras dos horas de incertidumbre, comunicó que había determinado que David y Batista estuvieran juntos y que entregaría una guarda provisoria a Pablo y a Juan. “Batista venía riéndose, abrazado a su hermano. Nos vio y se prendió de nuestro cuello. En marzo de 2015 tuvimos la sentencia de adopción”. La cosa no quedó ahí. En julio de ese año, conocieron a Yanina, una nena de 10 años, que iba con una muñequita para todos lados, caminaba en círculo y se arrancaba el pelo. “Se enloqueció con un bebote que le regalamos y nosotros nos enamoramos de ella. Hablamos al juzgado y dijimos que queríamos adoptarla. En aquel momento iba a una escuela especial. Tenía una edad madurativa de seis años. Nos sugirieron terapias. En junio de 2016, dio que tenía 8 años y 11 meses. Va a una escuela común”.
Napas subterráneas
Fabián Vera del Barco reconoce que los recelos se difuminan en capas: “Cuando le conté a un amigo gay que iba a adoptar, me dijo: 'Estás loco, la empleada de mi tía está por parir y va a dar al chico. Podés arreglar con ella'. No era lo que yo quería”.
César Barboza, el tucumano que aún espera ser aceptado como postulantes, dice: “A mí me molestó que la psicóloga ahondara tanto en la sexualidad, en el trato que nos habían dado nuestras familias, en la discriminación social y todo eso”.
A Diego, el hijo de Adrián y Fabio, le preocupaba cómo contarles a sus compañeros de colegio que tenía dos papás. Cuando la madre de uno se enteró de que Diego tenía dos padres, le prohibió al adolescente volver a visitarlo. “Nuestro hijo estaba muy angustiado. Le dijimos que continuara siendo amigo de su amigo en el colegio y le diera tiempo a la situación para que las cosas se acomoden”, explica Urrutia.
Con tensiones, la familia diversa sexual se viene integrando a la escena. “Los juzgados y el registro de adopción están cambiando mucho más rápido de lo que creí. Supongo que se han dado cuenta de que no hay que buscar una mamá y un papá sino adultos comprometidos que se hagan cargo de esos niños”, afirma Vera del Barco. A Urrutia y Bringas el juez les terminó confesando que no entendía cómo antes él no se daba cuenta de que ésta podía ser una conformación familiar posible.
por Valeria García Testa
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