Fragmentos del libro Salvo que me muera antes de Ceferino Reato, publicado este agosto por Editorial Sudamericana.
A la una y media de la madrugada del sábado 30 de octubre, el féretro fue trasladado por un escueto cortejo de una docena de fieles amigos y colaboradores que caminaban con frío, cansados y casi a tientas porque la oscuridad en el cementerio era prácticamente total.
Cristina marchaba por detrás. En su libro, Laura Di Marco sostiene que, al entrar en el panteón familiar, la Presidenta logró detectar una pequeña apertura.
—Hay una ventana, y está sin reja —señaló, apuntando al pequeño cuadrado en la pared trasera.
—Pero por allí no entra ni un gato —comentó Giubetich.
La Presidenta no se quedó tranquila con la respuesta y ordenó que parte de su custodia se quedara a reforzar aquella noche a los policías provinciales y a los empleados de una empresa privada de seguridad, que ya estaban cumpliendo con las tareas asignadas.
Todos se fueron a dormir.
Puntuales, los empleados de Austral Construcciones llegaron al cementerio a las nueve, acompañados por el propio Báez, que los dejó en el panteón y se dirigió a la administración, donde Giubetich tomaba mate y fumaba preocupado.
—Che, ¿qué pasa con Cristina? ¿Por qué esa obsesión con la seguridad del cajón? —le preguntó el funcionario radical.
—Ah sí, es que tiene miedo de que se roben el cuerpo. Pero de lo que más miedo tiene, me dijo esta mañana, es que le corten las manos… Como a Perón, ¿viste?
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por Ceferino Reato*
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