Hace algo más de veinte años, cuando escuchábamos a los especialistas hablar de las personas mayores y el proceso del envejecimiento, poco se podía percibir de la realidad que viviríamos hoy. Personas mayores que no solo son cada vez más en número, sino que deciden ser auténticos protagonistas de una vida para la que no estuvieron preparados: la mayor parte de sus padres y abuelos vivieron menos que ellos mismos. Sutil y gran diferencia con las próximas generaciones que deberemos recorrer ese camino. Estas personas mayores de hoy que deciden emprender nuevos rumbos, desafíos y relaciones nos están enseñando cómo se redefine el devenir del tiempo y de la vida. Y para ello no hace falta ser Mick Jagger. Este redefinir exige, entre otras cuestiones, una mirada distinta para la realidad de nuestros días. De eso trata este texto.
Nuestra mirada está conformada por una existencia de experiencias, de saberes y, sobre todo, por una propia reflexión del camino que hemos recorrido, recorremos día a día, y de quienes nos acompañan o lo han hecho con nosotros en algún momento. Nuestro entorno es determinante para la construcción de un juicio que se amplifica a una mirada colectiva: la mirada de la sociedad a la que pertenecemos. Una construcción que se traduce en una actitud como estado de ánimo, de predisposición. Nadie busca, piensa o analiza lo que no se conoce. Los mayores de hoy son quienes con su protagonismo ayudan a que el resto de la sociedad descubra las posibilidades que brinda esta nueva forma de vivir, la nueva longevidad. Allí radica la clave de la actitud.
La nueva longevidad es una oportunidad única que tenemos en este siglo XXI. Ninguna otra generación previa en la evolución humana ha tenido el privilegio de poder imaginarse longevos como hoy. Sin embargo la desventaja es que prácticamente toda nuestra sociedad aún se gestiona, estructura y piensa con marcos referenciales del siglo pasado.
La importancia de los años vividos. la “edad” como dato, como indicador, es aún un rígido ordenador de nuestro esquema social. La psicóloga norteamericana Bernice Neugarten planteaba hace años la dificultad de etiquetar o normatizar las edades cuando cada vez más hombres y mujeres se casan, divorcian, vuelven a casarse o divorciarse hasta más allá de los setenta años. La nueva longevidad viene a romper con muchos de esos moldes establecidos que aun condenan a una mirada pesimista y desde la enfermedad a la longevidad. Moldes que pertenecen a paradigmas pasados, una nueva longevidad que viene a quebrarlos.
Cuando dialogué para mi libro “De vuelta. Diálogos con personas vivieron mucho y lo cuentan bien” (Aguilar, 2015) la prestigiosa escritora argentina Liliana Heker me habló sobre la curiosidad, el devenir y la vida del siguiente modo: “Estoy interesada en ver las cosas que me pasan, qué puedo modificar y en qué sentido quiero modificarlo. Cuáles son las cosas que nunca hice pero deseé hacer y que, tal vez, puedo hacer a partir de ahora. Qué cosas no me gustan de mí y que, tal vez, puedo intentar cambiar. Porque creo que el secreto consiste no en tratar de volver a ser quien una fue, sino ir acercándose a esa persona que una nunca antes consiguió ser; por fortuna, soy muy imperfecta. Un día escribí un fragmento que proviene de algo que me pasaba en la adolescencia; tenía la sensación de que vivía en borrador; cada mañana, cuando me despertaba, pensaba: hoy me pasó en limpio. Pero me levantaba y seguía siendo en borrador; eso me provocaba mucha angustia. Ahora sé que una nunca se pasa en limpio. Lo que vivió, lo vivió como fue, lleno de imperfecciones. Una puede intentar cambiar cosas hacia adelante, hacer nuevos borradores. Eso ya no me angustia. De alguna manera, me fascina. Si llegara a ser definitiva, ¿qué motivo tendría para seguir viviendo?”
Para ello y nunca mejor dicho, la necesidad de una nueva mirada. Otra diferente. Una mirada propia y también de la sociedad. Como la que nos propone esta nueva longevidad que vemos a diario en los mayores que con su actitud y protagonismo. Una vida que se escribe a diario, especie de borrador propio. Como me contaba Liliana que ya le ocurría en la adolescencia y que hoy, vital como de costumbre, sigue escribiendo.
por Diego Bernardini*
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