José Luis Sureda está sentado en una de las mesas más cercanas a la puerta del café Arenales, ubicado en una esquina céntrica de Martínez, donde vive. Toma un café cortado. Es la mañana del 24 de abril de 2017 y ya pasaron doce días desde que se hizo pública su renuncia como secretario de Recursos Hidrocarburíferos del Ministerio de Energía y Minería, por diferencias con Juan José Aranguren. Hasta el 12 de abril de 2017, cuando la carta de renuncia se difundió en los medios, no muchos conocían su nombre, virtualmente el número dos de la cartera. Ingeniero químico y en petróleo, en los años setenta ocupó varios cargos en la extinguida Gas del Estado. «Durante la dictadura cívico militar transitó los pasillos gubernamentales de un despacho a otro hasta que saltó a la actividad privada», se lee en un artículo de Ámbito Financiero posterior a su renuncia. Luego de años en Asia Central con el Grupo Bridas, llegó ser un alto ejecutivo en Pan American Energy (PAE). Hasta octubre de 2016 ocupó el cargo de vicepresidente de ventas de Gas Natural y estaba recién jubilado cuando Aranguren lo convocó luego de que Mauricio Macri ganara las elecciones en diciembre de 2015.
¿Qué fue lo que pasó ese 11 de abril de 2017? Según Sureda, Aranguren, a través del encargado de prensa de su área, Alejandro
Bianchi, impidió la entrada al ministerio del periodista Taos Turner, corresponsal en la Argentina del diario Wall Street Journal, que había acordado con Sureda una cita para hacerle unas preguntas «totalmente técnicas». Cuando Turner llegó, en la mesa de entrada del ministerio le informaron que, por orden del ministro, debía contar con autorización previa para ingresar y que tenía que adelantar las preguntas. Sureda –que, además, es amigo personal del periodista– leyó esa imposición como una afrenta, «una agresión inútil», un abuso de autoridad por parte de su jefe. Cuando se enteró de lo que había pasado, escribió de un tirón su carta de renuncia y depositó una copia en la mesa de entrada del edificio de Paseo Colón 171, desde donde sospecha que se filtró a la prensa, ya que, según sus palabras, ese es «un nido K».
La carta de renuncia de Sureda es una carta sanguínea, que reveló el desacuerdo puertas adentro del ministerio. Decía así: «Con el paso del tiempo fui sintiendo que cada vez estábamos más lejos. Fui entendiendo que la diversidad de opiniones es para usted un problema muy difícil de resolver [...]. Como no soy hábil en política –y sospecho que usted tampoco lo es– pensé que valía la pena acompañarlo. No obstante, la distancia entre mis convicciones y su estilo de gestión llegó a ser tan grande que me enfrenté a un dilema de hierro. O mis convicciones o su autoritarismo. Si usted cree que la libertad ajena es un bien transitable que puede arbitrar a su gusto, debo decirle que no estoy de acuerdo».
Pese a lo ocurrido, Sureda sigue refiriéndose al ministro como «Juanjo». Dice que es un buen tipo y que está haciendo un «trabajo fantástico». Más allá de la situación que generó la renuncia, en los días siguientes comenzaron a aflorar otros temas de fondo que los distanciaron y que atañen al futuro de la política energética de la Argentina.
—La Argentina es un país que emite menos del 1% de todas las emisiones del mundo. Y es un país que tiene muchas dificultades para conseguir inversiones mientras sigue metido en una crisis energética, social y política. Comprometerse con el cambio climático más de lo que se comprometen los países emisores me parece ridículo, desproporcionado, te diría que hasta tilingo.
Sureda hace referencia al acuerdo COP21, el pacto que se hizo en diciembre de 2015 en París para detener el calentamiento global y descarbonizar la economía mundial. La Argentina fue uno de los primeros países en suscribir en septiembre de 2016 al acuerdo que vino a reemplazar a los fallidos de Kioto y de Copenhague. Fue el número veinticuatro entre 195 países, y el segundo entre los que forman el G20 –los más industrializados del mundo–, sólo detrás de Corea del Sur. Según la ley 27.191 de energías renovables, reglamentada en marzo de 2016, la Argentina se propuso lograr una contribución de las fuentes renovables de hasta 8% a 2017 y 20% a 2025. Por ahora, sólo el 2% del total de la generación de electricidad que se consume en el país se basa en estos recursos. La gran apuesta de la industria es Vaca Muerta, que abarca la totalidad de Neuquén y partes de Mendoza, La Pampa y Río Negro, tesoro de hidrocarburos no convencionales.
—¿Le parece un error que la Argentina apueste tanto a la energía renovable?
—Me parece excesivo.
—Hay 59 proyectos de energía renovable, eso es lo que promociona el Gobierno. Casi todos proyectos para la producción eólica, en 17 provincias.
—Esto viene con una idea casi idílica de la energía renovable. Le estamos poniendo una restricción importante al desarrollo del yacimiento de Vaca Muerta, que es un proyecto capaz de mejorar industrialmente al país. Acá hay una visión tilinga, excesivamente naive, de lo verde, cuando somos un país que tiene necesidades básicas muy grandes.
—¿Cómo encontraron el panorama energético cuando llegaron al Gobierno en diciembre de 2015?
—Un desastre. ¡Un desastre!
—¿Hubo alguna mejora durante su gestión?
—Sí, más allá de las diferencias, sí. Pero lo que yo veo es que no hay un plan; es un conjunto de esfuerzos dispersos, cada uno tirando para su propio interés. A los ministros coordinadores sólo les interesa la política. Los políticos subestiman a la gente. Macri debería haber entendido eso cuando ganó la elección.
—¿Cree que el gobierno kirchnerista sí tenía un plan?
—Sí, tenían un plan. Era un plan horrible, pero lo tenían. Ese plan es peor que nuestro no-plan. Nosotros vamos a abastecer de energía el país. Con el kirchnerista, íbamos al blackout seguro. El kirchnerismo era una verdadera máquina de poder, una máquina aceitada y coherente. Nosotros vinimos a reemplazarlo con un sistema que no tiene un plan y en donde no hay un liderazgo claro.
por Cecilia Boullosa
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