El hall de entrada de la sede del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) en Berlín, estaba atestado de periodistas y militantes. Habían pasado casi seis meses desde las elecciones presidenciales, y el partido de centro-izquierda debía dar a conocer la decisión de sus bases de acompañar o no a Angela Merkel en su cuarto mandato. Dietmar Nietan, el tesorero del partido, fue el responsable de comunicar los números oficiales: 239 mil miembros del SPD votaron a favor y 129 mil en contra. Habría coalición. Nadie aplaudió.
El bloqueo político que atravesó Alemania desde septiembre del año pasado hasta marzo de este año, puso en jaque no solo a la principal potencia del bloque europeo sino al continente entero. Ninguno de los partidos tradicionales alemanes alcanzó una mayoría que le permitiera formar gobierno. Así, la Unión Democrática Cristiana (CDU) de Merkel, y sus aliados conservadores de la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU), debían recurrir a una mega coalición que les permita gobernar. En paralelo, el SPD había hecho la peor elección de su historia: un desabrido segundo puesto con el 20,5 por ciento de los votos, sólo un par de puntos adelante de los xenófobos de Alternativa para Alemania (AFD), que se colaban en el Parlamento al obtener un 12,6 por ciento, un dato no menor, si se tiene en cuenta que luego de la Segunda Guerra Mundial, ningún partido neofascista había alcanzado banca alguna en el Bundestag, el parlamento alemán.
En este contexto, el entonces líder del SPD, Martín Schulz anunció que el partido no participará otra vez de una alianza con los conservadores, y se autodeclaró “oposición”, al tiempo que Angela Merkel instauraba conversaciones con los liberales del Partido Democrático Libre -de centro derecha- y los Verdes -de una centro izquierda ecológica-.
Entonces Frank Walter Steinmeier, presidente de Alemania y miembro del SPD, movió sus hilos y acercó posturas hasta torcer el brazo de la resistencia. Así, el SPD llamó a votación interna y el sí se impuso al no. La megacoalición estaba formada, pero con un costo político altísimo: Schulz renunció y el partido quedó fragmentado.
La caída. “Esta coalición no fue fácil para el SPD. En las últimas semanas hemos discutido de manera abierta y muy transparente los resultados del acuerdo de coalición”, expresó Olaf Scholz, presidente interino del partido y uno de los principales impulsores del acuerdo luego de la decisión de acompañar a los conservadores. Durante estos seis meses, los socialdemócratas cambiaron de idea, pero impusieron en la pulseada los términos de un acuerdo que ya no tiene a los salarios de los trabajadores en el centro de la escena, como en coaliciones anteriores, sino el rumbo de la mismísima Unión Europea.
Sin dudas es el peor momento del SPD; la crisis del cambio de rumbo provocó una drástica baja de su popularidad y las incongruencias dentro del partido han profundizado sus diferencias. Este es el caso de la juventud de los Socialdemócratas, liderada por Kevin Kuhnert, los principales opositores al acuerdo. Pero la caída de la izquierda moderada es un patrón que se repite en otros países del continente: en Italia, el Partido Democrático (PD) de Renzi fue el gran perdedor de la contienda del pasado 4 de marzo y el Partido Socialista francés (PS), quedó herido de muerte tras el arribo al poder de Emmanuel Macron en mayo del 2017. ¿Para dónde se fugan los votos de los trabajadores europeos que históricamente fueron de centroizquierda? El vacío lo llenan los xenófobos de centro derecha, con propuestas demagógicas y virulentas, directamente fascistas en algunos casos, con dos ejes centrales: el euroescepticismo y el rechazo a los inmigrantes.
Europa unida. Tras medio año de suspenso en Alemania, una Italia aún sin gobierno, una “guerra comercial” a punto de estallar entre China y Estados Unidos, un alto riesgo de fragmentación iniciado con el Brexit, una crisis de refugiados fuera de control y una situación financiera dispar entre los países del bloque, la realidad política y económica de Europa está a punto de cambiar radicalmente.
Europa encara el 2018 con varios frentes abiertos y un avance de partidos neofascistas que se expande como un cáncer. Merkel y Macron han anunciado una “refundación” de la Unión Europea, que culminaría en 2024 con una estructura política federativa nueva. La reforma, enfocada principalmente en temas como la zona euro, la inmigración, la defensa, la educación y la política comercial se expondrá durante el próximo Consejo Europeo, el 28 y 29 de junio próximo.
Y es que el vacío presupuestario que dejará tras de sí el Brexit, deberá ser rellenado. El acuerdo de la nueva coalición alemana, contuvo la necesidad de aumentar la contribución alemana a las arcas continentales, al tiempo que los Países Bajos, Austria y la escandinavia, aclararon que no serán ellos los que pongan más dinero.
Y 2019 también será un año movido: en marzo comienza la fase final del retiro de Reino Unido de la UE y en mayo se celebrarán las elecciones del Parlamento Europeo, que en la actualidad cuenta con 35 eurodiputados de extrema derecha, capaces de incidir en el dictado de leyes más duras en política migratoria, y con un claro rechazo a los gobiernos socialdemócratas que han dirigido la Europa de los últimos años.
Una estatua de Willy Brandt decora el hall central del SPD, el partido político más viejo de toda Europa. El ex canciller alemán, emblema de la socialdemocracia, levanta sus manos como queriendo convencer, de que el nuevo proyecto colectivo europeo es la vía para escapar -otra vez- del cáncer nacionalista.
por Carla Oller
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