Javier Milei (CEDOC)

No, el liberalismo no es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo

Hay frases que suenan liberales pero que, repetidas lo suficiente, se vuelven dogma. Milei dice de sí mismo con ella que es todo lo contrario a lo que vemos que es. Es un maquillaje aún más grueso del que requiere su coquetería.

Hay frases que suenan liberales pero que, repetidas lo suficiente, se vuelven dogma. Una de ellas es: “el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo”. El mantra forma parte esencial del relato mileista y es paralelo al de “las ideas de la libertad”. Es una frase escrita por Alberto Benegas Lynch muchos años atrás, que Milei repetía mucho durante su primera campaña electoral, y no refleja para nada su sentir ni sus acciones.

Para definir al liberalismo, no sirve. Si vemos al alcalde recién elegido en la ciudad de Nueva York, Zohran Mamdani, él habla de proyectos de vida marginados en el mundo “libertario”, que son combustible de su populismo, y se lo llama comunista por eso. Tal vez no sea un liberal completo, pero para el Benegas Lynch original lo sería mucho más que sus compañeros de militancia actuales. La supuesta definición pretendía, en realidad, romantizar los propósitos de quienes la repetían. Antes sonaba puramente emocional; ahora se desnuda como falsa.

Milei dice de sí mismo con ella que es todo lo contrario a lo que vemos que es. Es un maquillaje aún más grueso del que requiere su coquetería. Pero le encajó por las propias características del lenguaje que contiene.

El liberalismo no habla del proyecto de vida de nadie. Y es lógico que así sea, porque no tiene un “prójimo” en primer lugar. La frase en sí construye unos otros que el nosotros, buenos, amplios y generosos, respeta. El liberalismo es un pensamiento que se pone frente a individuos de modo impersonal, de manera que nunca llegaría a meterse en qué tipos de proyectos de vida hay, salvo que algunos estén amenazados y en riesgo, para defenderlos. Cosa que los liberales MAGA-mileístas no solo no hacen, sino que forman parte de la amenaza. El liberalismo habla de libertad, no hace bandera de respetar lo que en realidad debería celebrar.

El hijo del autor, el diputado filial Alberto Benegas Lynch (Bertie), no deja de repetir que ese “respeto” se limita a mencionarlo, porque inmediatamente aclara que “no significa que me obliguen” a aceptar lo que los demás hacen. Por supuesto, todo su análisis se limita al sexo y la sexualidad: es el alma oculta de la batalla cultural, una hecatombe freudiana sobreestimulada. Bertie no es solo hijo del padre; es hijo de la frase en sí, es su producto.

La salida de no me obliguen a aceptar es todo lo que hay que saber para la naturaleza de este liberalismo. Podrían decir: respeto que la gente salte el Muro de Berlín ¿Respeto nada más? ¿Pero no me obliguen a aceptarlo? Respeto que tu piel sea de otro color, pero no me obliguen a aceptarlo. Todo diseccionado de la historia que hay detrás por algo ¿Se puede ser liberal sin aplaudir la libertad?

El respeto no basta. El respeto no define. Y, en general, ni siquiera se cumple, con el expediente bastante burdo de asociar lo que los otros son o eligen —o aceptan de sí mismos, algo que irrita mucho a los que no se aceptan— con imposiciones o gasto público. Los matrimonios del Opus Dei parecen no aumentan el gasto público por multiplicar asignaciones por hijos o desgravaciones impositivas por familias numerosas. Pero quien aporta a ese sistema y será fiscalmente castigado por no procrear o adoptar, porque tiene ganas de acostarse con prójimos aún más prójimos, se verá puesto por el policía de los proyectos que lo incomodan en lugar de carga presupuestaria e imposición. Más cinismo no se consigue. Un respeto irrestricto que tapa una intromisión irrestricta, victimizando al agresor.

El intento de definición parece más bien querer proclamar virtud que acercarse al objeto, poner al que la usa por encima en un lugar de valor. Pero alguien que tiene que decir que respeta a los demás tantas veces hace sospechar otra cosa. Del mismo modo, el liberalismo podría definirse como “evitar pisar a la gente con el auto”: sonaría raro, ¿no? ¿Qué clase de logro es ese?

Y además, ¿qué tienen de especial los proyectos de vida sobre las simples elecciones? ¿Tiene que formar todo parte de algo grande? ¿El liberalismo no respeta también a los que simplemente viven como pueden y ven frustrados sus proyectos o ni siquiera son capaces de pensar en uno? Hablar de algo tan abarcativo como “proyectos de vida” es sospechoso: es un lenguaje que muestra más por lo que no dice que por lo que dice, igual que “batalla cultural”. Como todo es sexo en las definiciones morales dentro de un gran aparato represor, la traducción surge con claridad, así como la compulsión a disfrazarla; El otro no tiene sentimientos, otras necesidades emocionales tan válidas como las nuestras: es un extraño, habita una tierra lejana que es directamente otro proyecto de vida completo diferente.

El uso del término prójimo devela también bastante de su origen y de su marco. Es un concepto cristiano. “Somos buenos”, dicen estos cristianos, y algunos lo son —aunque no por cristianos, en mi opinión—. Es un cristianismo que quiere hablar más de sí mismo que asumir una responsabilidad consecuente. Dicen prójimo para no nombrar al que no consideran un igual. Su alma es profundamente moralista, excluyente y mileísta. Ojo: moralista no es moral. No conozco a ningún moralista que sea digno de ser destacado desde el punto de vista moral, todo lo contrario. El moralista es otro respetador irrestricto de cosas que no quiere practicar. Reemplaza con retórica que pesa sobre los demás a las obligaciones que no quiere cumplir él mismo. Todo puritano esconde un sótano pestilente. Es como una libertad mal habida de no ser lo que se cree que se debe ser, pasando a otros la obligación con énfasis, a veces llegando al nivel de acción política.

Fuera de la definición de un pensamiento como el liberalismo, definir a quienes lo siguen es más complejo. ¿Es el Padre Grassi un cristiano? Probablemente, pero no parece alcanzar para que se pueda confiar en su amor al prójimo y represente lo que dicen sus sermones. Lo cierto es que se esperaría de él otra cosa siendo cristiano. Pero no les preocupa mucho a algunos. Ellos eligen quien es un réprobo a ser repudiado y quién un pecador a ser comprendido. Ese es todo el sistema. Los que cometen los actos más horribles son los comprendidos, es que son simples mortales. Los que eligen por sí mismos son comunistas, mandriles. Unos son sus Somozas, sus dictadores.

Los liberales coherentes respetan a los demás. Algunos sí, otros no. Pero así como para el cristiano la consigna es amar (tan femenina que los cultores de la masculinidad perdida no la pueden ni decir), para el liberal sería celebrar que los demás persigan sus propósitos. No es un “soy tan bueno”; es más bien: soy como los demás, no me es extraño que haya multiplicidad de elecciones.

No hace falta ser liberal para respetar a los demás, por otra parte. Hace falta entender la as diferencias como riqueza. Una vez que se traza ese horizonte de los proyectos de otros que se “respetan”, cuyos frutos ya vemos, todo es un truco. El respeto se ve hoy fuera de las filas de ese liberalismo más loco de la historia y nada dentro. Los liberales nominales, en asuntos como el fin de la esclavitud, el feminismo o la segregación, no tuvieron protagonismo alguno.

Los liberales coherentes no respetan que todo el mundo haga lo que quiera porque no se ponen en el lugar de quien es generoso con unos otros tan raros. Tal vez son ellos los que necesitan ser mirados y aceptados, y no el “prójimo”. Los liberales coherentes no dicen “no me obliguen a aceptar”, porque no consideran que su aceptación tenga ningún valor como para siquiera proclamar cómo la van a administrar. Los incoherentes, en cambio, considerarán a toda norma de comportamiento que excluya la agresión como un atentado a su libertad de expresarse como alguien que no respeta nada. Para los coherentes todo acto de liberación una conquista para la humanidad.

El liberal coherente aplaude que cada uno se exprese y se muestre, que se diferencie, que haga cosas osadas, que tome riesgos y rompa los moldes sociales. Es ahí donde encuentra su propia seguridad. No se entiende ni economía como los libros liberales la describen sin entender eso. La uniformidad es lo peligroso.

Necesariamente el liberal coherente se identifica con quien es vulnerable al poder, no con quien lo ejerce de manera condescendiente mientras grita una cosa y practica otra.

El liberalismo podría definirse simplemente como la organización política que busca eliminar el dominio del más fuerte. El mileísmo es la ley del más fuerte en nombre de la libertad.

Por eso la frase terminó como debía terminar: siendo la cobertura de un proyecto invasor de la vida privada y enemigo de la diversidad como ningún otro.

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