Las decapitaciones en Siria no eran suficiente. Las crucifixiones en la frontera iraquí tampoco. Ni hablar de los atentados con explosivos contra objetivos diplomáticos, un clásico de clásicos en el universo del terrorismo islámico. Había que entrar, encapuchados y a punta de fusiles AK-47, en la redacción de una revista humorística francesa y masacrar al staff, además de a dos policías que intentaron intervenir, para demostrar que la ira yihadista no tiene límites.
Qué desató la furia: una caricatura (una más), donde el semanario satírico “Charlie Hebdo” ridiculiza al Estado Islámico, diciendo –palabras más, palabras menos– que son tan imbéciles que serían capaces de decapitar al mismo Profeta Mahoma por considerarlo un infiel.
Este atentado –París, once de la mañana del 7 de enero– no solo demostró el poder de fuego de las células terroristas “dormidas” (y no tanto), sino que además puso de manifiesto su capacidad de ataque impune. Casi a cara descubierta, a plena luz del día, contra un medio de comunicación y en una ubicación céntrica de una capital de occidente.
Que la yihad está presente en suelo del viejo continente es una verdad que no puede esconderse bajo la alfombra. Células instaladas fueron responsables de atentados como los de Londres o Atocha y, de hecho desde que se desató la guerra civil en Siria, hace poco más de tres años, más de dos mil ciudadanos europeos, en su mayoría adolescentes, migraron a Oriente Medio para unirse a grupos como ISIS o Al-Nusra. De este par de miles, unos setecientos serían franceses.
Pero además la balacera en la redacción marcó un cambio de estilo, como poco, inquietante.
Algo diferente. Fue un atentado inusual, si se lo compara con otros, perpetrados en el último par de décadas, por organizaciones ultraislamistas. Utilizaron armas de fuego, en vez de bombas (o coche-bomba, o bombas sucias, o aviones estrellándose contra edificios). De hecho, fusiles automáticos AK-47, los favoritos de los grupos integristas en Oriente Medio. Pero, además, hubo otra diferencia ostensible en el "modus operandi". En este caso, no hubo suicidas. Los atacantes tenían un plan y una ruta de escape. Más que como un grupo yihadista, actuaron como un comando con una estrategia clara y aceitada; con más interés en contar cadáveres que en acceder a los placeres de las setenta y dos vírgenes que, en el paraíso, esperan a cada uno de los que muera matando un "infiel", tal como prometen las escrituras.
Pero una de las rarezas más notables fue el objetivo: ni un blanco militar, ni una delegación diplomática, ni un centro financiero; sino un medio de comunicación, lo cual convierte al atentado en uno no solo contra vidas humanas, sino contra los medios y la libertad de expresión. Para peor, las víctimas eran parte de un medio de comunicación dedicado al humor y la sátira política. Ni siquiera asesinaron analistas políticos que se proclamaran contra el islam. Mataron caricaturistas.
Semanario bajo fuego. “Charlie Hebdo” –“hebdo” significa semanario– es una publicación que, desde el humor más ácido y mordaz, desde la más fuerte afición francesa por la sátira, ha generado polémicas desde sus mismísimos orígenes. Los incios de la revista se remontan al año 1960, cuando Georges Bernier y François Cavanna fundaran “Hara Kiri”, un mensuario donde el espíritu de la izquierda que desembocaría más adelante en el Mayo Francés calentaba motores. Su slogan, “bête et méchant” (tontos y malos), sería adoptado tras una de las primeras y furiosas cartas de lectores donde, entre otras bellezas, los llamaban ni más ni menos que tontos y malos. A la larga, todo un halago para quien busca cultivar el estilo satírico.
En 1969, “Hara Kiri” sumó a su salida mensual una edición semanal que buscaba involucrarse de lleno con los temas de actualidad. Pero, en 1970, fueron censurados por el Ministerio del Interior francés tras una tapa donde convertían la necrológica de Charles De Gaulle –todo un héroe nacional– en una broma.
Rápidos para gambetear la prohibición, los editores cambiaron el nombre. Desde 1968 venían publicando “Charlie Mensuel”, una revista de historietas cuya pieza principal era “Peanuts” (para nosotros, “Snoopy”) y que tomaba el nombre de su protagonista, Charlie Brown. “Charlie Hebdo” fue una forma de esconder la vieja “Hara Kiri” detrás de una nueva marca, pero también un guiño contestatario, poniéndole a la publicación el nombre de “Charlie” De Gaulle.
La revista cerró en 1981 y reabrió en 1992, bajo la batuta de sus mismos fundadores y del editor Stephane Charbonnier, muerto en el atentado. Su primera edición en la nueva etapa vendió más de cien mil ejemplares.
Claramente izquierdista y anticlerical –sin distinción de razas o credos, dura con todo el mundo– “Charlie Hebdo” siempre criticó, desde la burla feroz, a la política en general (pero en especial a la de extrema derecha, que ocupa un lugar importante en Francia), a la iglesia católica, al judaísmo y, por supuesto, al islam.
En febrero del 2006, una tapa que mostraba con el título “Mahoma sobrepasado por los fundamentalistas: es difícil ser amado por idiotas”, que mostraba una imagen del profeta llorando, les costó una acción legal conjunta por parte de la Gran Mezquita parisina, la Liga Mundial Musulmana y la Unión de Organizaciones Islámicas Francesas. Aunque también les valió que la revista agotara 160.000 ejemplares en su primera tirada e hiciera una reimpresión por otros 150.000, cifras récord para la historia de la prensa, en especial tratándose de una publicación humorística y en francés. Poco más de un año después, la revista fue exonerada: la justicia entendió que sus caricaturas no atacaban al islam en sí, sino al terrorismo.
Más atentados. En noviembre del 2011, la revista salió bajo el nombre “Charia Hebdo” (un juego de palabras entre “Charlie” y “Sharia”) y amenazando con “cien latigazos si no morís de risa”. No hizo falta que la revista llegara a los quioscos. La sola aparición de la tapa en las redes sociales bastó para que, la noche anterior a la llegada a los quioscos, la publicación fuera atacada de dos maneras. Una digital, la otra analógica. El ataque 2.0 consistió en un "hackeo" de su sitio web que lo dejó fuera de servicio. El atentado "a la antigua" fue con bombas incendiarias, que destruyeron la redacción y los obligaron a mudarse.
En septiembre del 2012, y tras una serie de ataques yihadistas a embajadas norteamericanas, una tapa que mostrababa –otra vez– una caricatura de Mahoma, puso a las fuerzas de seguridad galas en guardia: no solo se reforzó la custodia sobre todas las delegaciones diplomáticas, sino también sobre la redacción de “Charlie Hebdo”. Esa vez no hubo ataque. Pero el miedo ya estaba instalado.
Los miembros sobrevivientes del staff de la revista no dudaron en anunciar que, el próximo miércoles 14, la publicación estará en los quioscos, con una "edición simbólica" –el diario "Liberation" puso a disposición sus instalaciones–, como una forma de decirle al mundo (y al terrorismo), que no se han dado por vencidos. Cuando la tirada usual de la revista son 60.000 ejemplares, esta edición histórica imprimiría un millón.
El caso de “Charlie Hebdo” no es el primero. Varios grupos islámico, incluyendo el somalí Al-Shaabab y el Estado Islámico Iraquí, piden desde el 2007 la cabeza del artista sueco Lars Vilks, por sus caricaturas de Mahoma. En la actualidad, Vilks vive con protección policial tras varios atentados fallidos contra su vida.
La suma de todos los miedos. En su libro “Comedia Zen”, el cómico y docente argentino Alejandro Angelini postula un hecho sobre la risa que –sin entrar en cuestiones de neuroquímica, apliamente tratadas por los especialistas en la materia– remite más que nada a lo antropológico: reimos de lo que tememos.
La risa es, según Angelini, una forma de enfrentar los temores más grandes y, así, superarlos. Si podemos reir, si podemos satirizar, si podemos encontrarle el lado absurdo a la crueldad del mundo que nos rodea, si podemos hallar dónde algo –un hecho, una tendencia, un credo, una política– rompe con la lógica y, además, somos capaces de soltarle una carcajada en la cara, tenemos parte de la batalla ganada.
Desde el atentado a las Torres Gemelas –y todos sus subsidiarios, aunque quizás desde antes también– Occidente en general y Europa en particular le temen al islam. A su habilidad para infiltrarse, a lo sanguinario de sus métodos, a la incapacidad de los ejércitos ortodoxos para borrarlos del mapa.
Y el miedo paraliza, el miedo quita el poder de controlar lo que sucede. Pero la risa, tal como la propone “Charlie Hebdo”, sirve para recuperar parte de ese poder. La sátira es una forma de decirle a los peores fantasmas, casi como le dijera aquella vez Beatriz Sarlo a Orlando Barone, “conmigo no”.
Desde la histórica "Punch" británica, desde la legendaria “Mad” norteamericana y hasta las “Humor” y “Satiricón” que ya son parte de nuestra historia –y hasta la actual “Barcelona”, salvando alguna que otra distancia–, la prensa humorística ha sido un bastión desde el cual no solo protestar, no solo “bajar línea”, sino también un lugar desde el cual hacer un intento, humano y falible, de perder el miedo.
Claro que la yihad no tiene sentido del humor.
por Diego Gualda
Comentarios