Mientras la administración Biden y sus aliados intentan lograr un alto el fuego en Gaza, Israel se muestra rebelde. El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, pasó por Washington y dejó un discurso desafiante. A pesar de la condena internacional, prometió continuar con la guerra contra Hamas en Gaza y Cisjordania.
Y los asesinatos de Fuad Shukr, un alto comandante de Hezbollah, y de Ismail Haniyeh, el líder político de Hamas, abren la posibilidad de una guerra regional más amplia. Israel insiste en que no quiere ocupar Gaza, pero no tiene otra solución para poner orden: Hamas se niega a rendirse a pesar de los miles de muertos. Y si bien Washington ofrece un alto el fuego seguido de un acuerdo regional, Netanyahu desprecia la idea. Él cree que sólo la fuerza obligará a Hamas a desbancarse, en una disuasión estratégica que le marque la cancha también a Irán y sus soldados de Hezbolá en el Líbano.
Sin embargo, a falta de un objetivo claro en la guerra, el desafío de Netanyahu divide a Israel de sus aliados y al propio país: ha resquebrajado un poco más la confianza en su liderazgo, mientras crecen las sospechas de que está manteniendo al país en guerra para no ceder el poder.
Rechazos
“Su imagen internacional sigue sufriendo golpes desde octubre: a pesar de nueve meses de guerra, los objetivos militares no se han cumplido y su reputación social y nacional está dañada", apunta el político Sanam Vakil. Para formar un gobierno y mantenerse en el poder, Netanyahu ha empoderado a políticos de extrema derecha profundamente religiosos y partidarios de los asentamientos que se oponen a un Estado palestino de cualquier tipo. Le ha dado roles centrales a Itamar Ben-Gvir, que ahora dirige la policía y tiene influencia en Cisjordania, y a Bezalel Smotrich, el ministro de Finanzas.
Ambos han tomado medidas para debilitar a la Autoridad Palestina, apoyar la expansión de los asentamientos en Cisjordania, y oponerse a cualquier acuerdo con Hamas. Representan un giro populista que incluye al ejército y el poder judicial. “Estamos en un proceso muy peligroso que puede ensombrecer el ADN básico de este país", marcó Nahum Barnea, uno de los periodistas y comentaristas más destacados de Israel. “Los políticos mesiánicos y populistas radicales no sólo pasan a formar parte del gobierno, sino que ocupan puestos cruciales. Y buscan una verdadera revolución en nuestro régimen y valores”.
“La gente está muy nerviosa”, alerta Shalom Lipner, ex asistente del primer ministro de 1990 a 2016 y miembro principal del Atlantic Council. “Y no sólo por cómo otros ven a Israel, sino que los propios israelíes están asustados por lo que esto significa para el propio país”.
Apoyo
Si bien una mayoría considerable de israelíes quiere que Netanyahu y su coalición de extrema derecha se vayan, una mayoría considerable también quiere que Hamas sea derrotado y desmantelado como poder en Gaza, para garantizar que lo que sucedió el 7 de octubre nunca vuelva a suceder. Esa disyuntiva todavía lo mantiene en el poder. Temen que un Estado palestino independiente del tipo que la elite centrista israelí esperaba negociar, esté dominado por facciones aún más extremas que Hamas.
Los ataques del 7 de octubre unieron al país, incluso cuando significaron un enorme fracaso de los servicios de inteligencia y las instituciones militares. Pero la larga guerra también divide las aguas, ya que la extrema derecha intenta debilitar instituciones clave e infiltrarse en todos los estamentos del estado. Ben-Gvir y Smotrich califican de traidores a quienes quieren castigar a los soldados que cometen excesos contra los palestinos. “Los israelíes se han acostumbrado a la idea de que la ley es selectiva”, se lamenta Dahlia Scheindlin, encuestadora y analista israelí.
“Hay demasiados que están por encima de la ley, como los colonos, que están más allá de la ley, como los ultraortodoxos y las fuerzas de seguridad, y muchos que son expulsados de la ley, como los palestinos y muchos ciudadanos árabes en Israel, que están bajo la ley marcial”, agrega. “Muchos israelíes lo justifican porque piensan que siempre deben contar con el respaldo de los militares frente a un enemigo cruel e implacable”, refrenda Bernard Avishai, analista israelí-estadounidense.
Guerra
En 2016, un soldado israelí, Elor Azaria, mató a un palestino incapacitado que había atacado a un israelí con un cuchillo. A pesar de las airadas protestas, fue declarado culpable de homicidio involuntario, pero cumplió sólo la mitad de su condena de 18 meses. Para la derecha es un héroe, mientras que para la izquierda merecía una sentencia más dura.
Desde entonces, Azaria ha apoyado a soldados acusados de golpear a prisioneros palestinos y ha sido blanco de sanciones impuestas por Estados Unidos. “Después de Azaria, se trazaron dos líneas”, apunta Avishai. Los colonos y quienes favorecen la fuerza sobre la diplomacia, contra “los estatistas”, como el ministro de Defensa, Yoav Gallant, “que sienten que la moral nacional es una función del Estado de derecho y que el ejército debe observar derecho internacional”, explica. Pero la visión está “desapareciendo bajo Netanyahu, y su guerra cultural”. Uno más en los múltiples frentes en los que pelea el premier israelí para imponer su política.
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