Probablemente, cuando introdujo en su boca el cañón de su Desert Eagle y apretó el gatillo, Mattew Livelsberger pensó que su mensaje era claro y entendible. Quizá no pensó que hacer estallar un Tesla en la puerta de una torre Trump constituye, en sí mismo, un mensaje definido por sus dos destinatarios: el dueño de la empresa Tesla y el magnate que amasó su fortuna construyendo rascacielos.
Si el estallido ocurría en la puerta de un Mac Donald, un shopping o un casino de Las Vegas, que haya sido un Tesla Cybertruck no habría significado nada, del mismo modo que si el auto estallado en el Trump Internacional Hotel hubiese sido un Toyota, un Ford o cualquier otro que no sea fabricado por Tesla, el hecho tampoco implicaba un mensaje en sí mismo. Pero un Tesla en un rascacielos de Trump es un mensaje amenazante a Ealon Musk y Donald Trump.
Sin embargo, la nota que dejó el suicida de Las Vegas y las investigaciones sobre sus actividades y su visión de la realidad, lo que muestran es el laberinto confuso donde se extravió la mente de un Boina Verde que en Afganistán, Tadyiquistán y Congo mató y vio morir a demasiada gente.
Livelsberger era un conservador que apoyaba a Trump y Musk. También admiraba a Robert Kennedy Jr. lo que indica cercanía con teorías conspirativas. Desde esa vereda, el Estado de Derecho se percibe como la guarida decadente del “deep State” (Estado profundo), que en lenguaje mileísta se dice “casta”.
Por cierto, las democracias demoliberales sufren decadencia y turbias burocracias fermentan en sus pliegues institucionales constituyendo oscuros poderes. Pero el conservadurismo plutocrático que, como el resto de los líderes ultraconservadores del mundo, propone el dúo que asumirá el 20 de enero, no traerá purificación política ni revertirá la decadencia.
Matándose en un Tesla convertido en antorcha a los pies de una torre Trump, un veterano de guerras quiso advertir a los estadounidenses que la liviandad de sus existencias distraídas en el consumo y el entretenimiento, está carcomiendo la grandeza norteamericana. Eso parece decir el confuso mensaje que escribió antes de morir. Ergo, el auto y el lugar donde estalló dieron apariencia engañosa a lo que fue una consecuencia más de los desequilibrios postraumáticos que sufren muchos ex combatientes. También habrían sido desequilibrios mentales los que provocaron la masacre de las primeras horas del 2025 en Nueva Orleans.
Al ascendencia árabe de quien lanzó la camioneta que conducía contra la multitud que festejaba el año nuevo, no parece un factor más gravitante que la perturbación de ese militar norteamericano. No obstante, la bandera de ISIS que llevaba en el auto arrendado y los sitios en la red en los que abrevaba muestran que actuó bajo la influencia de esa organización ultraislamista. El mensaje escrito con sangre en Nueva Orleans dice que ISIS no ha muerto, porque su gravitación hipnótica sigue activando mentes perturbadas para que entren en trance exterminador.
La diferencia entre Al Qaeda y su desprendimiento más criminal, es que la organización que anunció el inicio del terrorismo global el 11-S, creó una red de células dormidas dispersas por el mundo a las que podía activar desde la neurona central donde se encontraban Osama Bin Laden y Aymán al Zawahiri. Pero esas células a modo de metástasis estaban integradas por militantes ultraislamistas que integraban la fantasmagórica estructura e interactuaban con la cúpula. En cambio, ISIS desarrolló una modalidad de mensaje diseñado para activar instintos criminales en personas que no integraban la organización y que incluso no se sabían asesinos ni afines a la ideología jihadista.
Igual que el “lobo solitario” que lanzó su auto contra una feria navideña de la ciudad alemana de Magdeburgo, el criminal de Nueva Orleans no había sido un jihadista hasta el momento mismo en que entró en trance exterminador y perpetró la masacre.
El mensaje es claro: ISIS fue derrotado en el califato creado por Abú Bakr al Bagdadi en territorio sirio e iraquí. Los milicianos kurdos y sus aliados norteamericanos acabaron con el proto-estado ultraislamista con capital en Raqqa. Pero la existencia de ISIS continuó en los mensajes concebidos especialmente para descubrir y activar asesinos en masa, convirtiéndolos en máquinas de matar.
Con esos mensajes oscuros y delirantes comenzó el 2025 en Estados Unidos. En la antesala, parecía completar un sombrío presagio la muerte de Jimmy Carter. El gran estadista ignorado por su tiempo. El hombre sencillo, de la sonrisa amable, que dejó una huella humanista en la Casa Blanca. Carter pasó al olvido con el sello del fracaso. Sin embargo, su única presidencia dejó marcas enaltecedoras en la historia. No involucró a su país en guerras sino que buscó en los escenarios de conflicto entendimientos justos, como el del líder egipcio Anuar el Sadat y el primer ministro israelí Menajem Beguin, entre quienes medió para alcanzar los Acuerdos de Camp David.
Avanzó en el control de armas nucleares con el tratado SALT II, amnistió a los desertores de la guerra de Vietnam, fue pionero de la protección ambiental, propuso suprimir la pena de muerte y luchó contra la segregación de la homosexualidad. También fue ajeno al establishment de Washington y enfrentó los poderes agazapados en las instituciones. Esos poderes permanentes consideraban absurdo negociar con Omar Torrijos la entrega del Canal de Panamá al país del istmo. Diminuto y subdesarrollado, Panamá no podía obligar a la superpotencia a traspasar el manejo del paso interoceánico. Pero Carter resistió en nombre de lo que es justo y, finalmente, el canal pasó a manos panameñas.
Nixon y Kissinger habían propiciado golpes de Estado en el cono sur, pero Carter puso a Washington del lado de la defensa de los Derechos Humanos. Sin embargo, su muerte fue más noticia por sus cien años de edad que por las huellas positivas con que marcó la historia. Quizá sea reconocido décadas más tarde, como ocurrió con Ilia en Argentina. Sobre todo porque su muerte ocurrió en la antesala de lo que parece el crepúsculo de la democracia con que Estados Unidos nació y se erigió en superpotencia, amaneciendo una autocracia conservadora que va a ser otra propiedad de Trump y Elon Musk.
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