★★★★ Gabriel Goity es la clase de actor que hace lo que quiere con el público. Cuando se trata de una comedia, en especial, solo tiene que mirar con ese gesto indefenso, algo confundido, para provocar en el espectador un tonto regocijo y desatar la risa. En esta comedia del joven dramaturgo francés Sébastien Thiéry, Goity consigue divertir y hasta escandalizar en medio de una situación que podría convertirse en un profundo drama.
Una noche cualquiera el señor Piscis (Gabriel Goity) y su mujer (Laura Oliva) están cenando en una mesa sencilla y formal cuando los interrumpe el timbre de un teléfono. Curiosamente, ambos quedan estupefactos, porque lo cierto es que los Piscis no tienen teléfono en la casa.
Así comienza un devenir de acontecimientos que pone al matrimonio en la situación más absurda que se pueda imaginar, y que esta reseña prefiere no revelar antes de tiempo para no estropear una trama llena de misterio muy bien configurada.
Si bien todo alrededor del matrimonio parece sucumbir ante lo inesperado e inexplicable, la situación no tiene el carácter siniestro que ha caracterizado históricamente el teatro del absurdo que prosperaba en la década del sesenta, con piezas como las que proponía Eugene Ionesco en “El rinoceronte” o Samuel Beckett en “Los días felices”, solo por nombrar algunas. Por el contrario, la historia está tratada con gracia, un toque de impertinencia e incluso un buen caudal de incorrección política.
Aparecen ciertos personajes que van complicando la trama: un policía nervioso y condescendiente (Carlos Defeo), un psiquiatra enloquecedor (Fabián Minelli) y un hijo (Mauricio González) que hace gala de una cruel sinceridad. Laura Oliva despliega su gracia habitual y hace girar con toda sutileza su interesante personaje.
Es destacable la austeridad del vestuario de Ana Markarian, que prefiere no adjetivar la situación, y la cualidad flexible de la escenografía, casi un personaje más, a cargo de Alicia Leloutre.
Sobre la brillante versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino, el director Javier Daulte arranca lo mejor de cada uno de los actores, marca un buen ritmo y consigue presentar una comedia divertida hasta el último minuto, a pesar de la ominosa realidad que se derrama sobre el protagonista en medio de un misterio de calidad kafkiana. Dice Thiéry que al escribir la pieza no tenía idea de lo que sucedería en la escena siguiente, y esta ingenuidad no hace más que agregar humor y eficacia a la historia.
por Cecilia Absatz
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