Una multitud lo ovacionaba, se sacaba selfies con él y le cantaba a gritos: “Queremos flan!!”. Alfredo Casero fue la estrella indiscutida de la manifestación que se realizó el martes 21 afuera del Congreso para pedir que el Senado debatiera la ley de extinción de dominio, y aprobara los allanamientos y el desafuero a Cristina Fernández. Histriónico como de costumbre, saltó entre la muchedumbre, firmó autógrafos y conversó con todos los políticos oficialistas que se cruzó en el camino. Hábil para interpretar el humor social de una parte de la sociedad, sus defensores lo alientan a que continúe con las sátiras al kirchnerismo. “Dice lo que un funcionario no puede decir”, asegura un legislador del Pro para explicar el éxito del pegadizo slogan “No somos boludos”. Con cada palmada en la espalda, Casero se agranda más. Indignación sobreactuada, defensa férrea del Gobierno y consignas con gancho pero sin demasiada profundidad. Las razones que explican el repentino protagonismo del humorista del relato amarillo.
Más que un defensor de Cambiemos, Casero se había ubicado como un ferviente antikirchnerista. Sin embargo, eso fue transformándose con el correr del tiempo y, apenas cuatro días antes de la marcha en el Congreso, el viernes 17, le dio una entrevista a Alejandro Fantino en la que terminó de convertirse en el cómico oficial número uno. Desfachatado y sin temor a cruzar límites, su figura es funcional a un Gobierno con escasas adhesiones en el mundo artístico y que tiene serias dificultades para manejar el mismo idioma que “la gente común”.
La incorrección dio resultados. Sin dejar hablar al conductor de "Animales Sueltos", Casero insistía con la metáfora del flan: una casa se prendió fuego y el padre de familia, que intenta encontrar a los que desataron el incendio, tiene que enfrentarse al pedido de sus hijos: “Quiero flan. Quiero flan”, gritaba en pantalla el humorista para parodiar los reclamos sociales. La frase de inmediato fue trending topic en Twitter, y al otro día Mauricio Macri la revalidó con un guiño en su Instagram con una foto comiendo el postre (ver recuadro).
“El hallazgo y la fortaleza de los dichos de Casero está en que son polisémicos. Cada cual se lo apropia como quiere. Por eso los que marcharon el 21A pidieron flan aunque la ironía de él era al revés. Además, sus dichos sirvieron para devolver un poco el sentido del humor”, sostiene la analista de medios Adriana Amado.
La polémica no terminó ahí porque Casero también habló de la causa de los cuadernos de la corrupción K y hasta puso en duda la identidad de los nietos recuperados por las Abuelas de Plaza de Mayo. Y, aunque esto último le valió la cancelación de una fecha en Salta (ver recuadro), de otra en Tucumán y el repudio de la Asociación Argentina de Actores, el saldo de semejante intervención televisiva, le dio positivo: todos, amigos y enemigos, repitieron toda la semana la metáfora del flan para explicar la realidad argentina.
Audaz y ganchero. “Tuvo una absoluta sincronización con el estado de humor social. Lo interpretó bien y lo expresó. No es que sea un líder, que eso es mucho más complejo, pero tuvo un gran acierto coyuntural”, explica el consultor político y director del Programa de Estudios de Opinión Pública de la Universidad Nacional de La Matanza, Raúl Aragón.
Para el experto, el protagonismo de Casero en la última semana se explica por el contexto, atravesado por la investigación judicial que destaparon los cuadernos del ex chofer K Roberto Baratta. Y también por el tono con el que comunica el Gobierno: “Están construyendo un branding, una marca como la de un producto, no un proyecto político”, agrega. En este sentido, no es necesario que el artista -convertido en vocero informal-, tenga que salir con grandes discursos políticos. Con slogans pegadizos y gancheros le alcanza.
Sin embargo, para Carlos Fara, consultor político y presidente de Carlos Fara & Asociados, la superficialidad del mensaje de Casero no es relevante ya que, a juzgar por el impacto que tuvo, su slogan fue absolutamente efectivo para el público amigo. Según el especialista, la pregnancia del mensaje se explica a través de tres aspectos: “El primero es que habla alguien que no es de la política y lo dice desde el lugar de ciudadano común. Eso legitima lo que dice. El segundo es su histrionismo y que usa una clave de metáfora pegadiza. Y el tercero es el contexto particular en el que lo dice, con un público que necesita que alguien catalice su estado de ánimo”.
La combinación de todas esas circunstancias dieron por resultado lo que se vio frente al Congreso. Como si fuera uno de los referentes principales del escenario actual, Casero camino en la marcha del 21 junto a Mariana Zuvic, representante del Parlasur y una de las líderes de la cruzada contra la corrupción K, y se sacó fotos con el diputado de Cambiemos Pablo Torello. A su alrededor, los manifestantes le abrían paso sosteniendo carteles que pedían flan o con las siglas NSB (No somos boludos), el nombre del movimiento que, con ironía, dijo que quería fundar el humorista. “Lo del flan pegó por simpático pero lo del ‘No somos boludos’ fue un mensaje a toda la clase gobernante, un ‘no mientan más’. Y eso encontró eco en la gente. Además, lo dijo desde un lugar de par, no de político o periodista millonario”, agrega Amado.
En ascenso. En los días posteriores, el humorista siguió con su cadena de declaraciones picantes y efectistas sobre todo en su cuenta de Twitter. “Mucho curro, todo raro, demasiado poder ¿no?”, “Perdónenme, pero desconfío de las buenas voluntades pagas y de los sueños compartidos”, “Brancatelli, me vas a cansar y te voy a tomar las tablas en la tele”, fueron algunas de sus últimas declaraciones. Sintéticas y algo rebuscadas sirven para engrosar su lista de seguidores y enojar a detractores.
Hasta hace poco, al Gobierno le costaba encontrar un personaje carismático y televisivo dispuesto a inmolarse en su defensa y capaz de decir todo lo políticamente incorrecto. Casero decidió ocupar ese lugar.
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