El traje sastre ha sido sinónimo de formalidad dentro del guardarropa femenino. Preferido de las mujeres que trabajan por sus semejanzas con el outfit laboral masculino, hace mucho tiempo que casi no se usa. O al menos, no se usa como bloque, con el saco y el pantalón iguales.
El pantalón merece un párrafo aparte, porque la prohibición (expresa o tácita) que ha pesado sobre él en ciertos ambientes (jurídicos, políticos, empresariales) deja claro que la supuesta igualdad trazada desde la indumentaria no es tal y el traje, más que herramienta de empoderamiento; ha sido un instrumento aplanador de cualquier rasgo de creatividad o seducción. El traje sastre de trabajo clásico para las mujeres era de saco y pollera. El pantalón llegó a ciertos ámbitos profesionales hace muy poco tiempo.
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La Primera Dama, Juliana Awada, tan afecta a la simplicidad, ha decidido hacer del traje sastre su nueva prenda fetiche. Así lo demostró en los Estados Unidos, en estos días, adonde además de ponerse un ambo rojo de María Cher que ya había usado en giras anteriores (la prenda es lo suficientemente costosa como para afirmar que no se trató de un gesto austero), lució un traje blanco y mix de saco beige sobre pantalón blanco.
A los sobrios conjuntos los acompañó con carteras y zapatos de marcas europeas, de un costo superior a los US$ 2.000.
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Se la vió como siempre bella, cómoda y un poco más profesional. El traje le sienta bien y le resuelve la cuestión protocolar.
Una simplicidad elegante que compensa otras simplicidades más problemáticas de la Primera Dama, que suman muy poco a la alicaída imagen presidencial.
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por Adriana Lorusso
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